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Gaugamela, la batalla final

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Alejandro Magno, hijo del rey Filipo II de Macedonia (382 a.C.-336 a.C.) ambicionaba demostrar que podía superar el poder militar de su padre y librar a los pueblos helenos del sometimiento que Persia ejercía sobre ellos desde el 550 a.C.

A la muerte de Filipo, Alejandro tomó el poder y con ayuda de su madre, Olimpia, se coronó rey de Macedonia. Para derrotar al imperio persa, Alejandro decidió iniciar una campaña en Asia que lo habría de enfrentar al mismo rey Darío III en su propio territorio. Un extenso imperio que se extendía a lo largo de los actuales estados de Irán, Irak, Turkmenistán, Afganistán, Uzbekistán, Turquía, Chipre, Siria, Líbano, Israel, Palestina, Grecia y Egipto.

Después de tres notables victorias sobre los persas, Alejandro decidió dar la batalla final para derrotar a Darío y coronarse como dominador de Asia, tal lo predicho en el Oráculo de Frigia, cuando él tuvo el ingenio suficiente como para deshacer el nudo gordiano que indicaba la profecía.

Darío III estaba al tanto de las ambiciones de Alejandro y poniendo a buen resguardo a su corte de mujeres, las que acostumbraba llevar en sus campañas, mandó a sus tropas adelantarse para elegir el terreno en la región de Gaugamela y asentarse para entablar el combate final contra el rebelde macedonio.

Previendo el uso total de sus ejércitos, ordenó acondicionar el campo para permitir el libre desplazamiento de sus fuerzas compuestas por carros escitas armados con guadañas salientes de los ejes, elefantes, caballería ligera, caballería pesada y las infanterías con las que llegó a sumar unos 250.000 hombres. Con el ejército más poderoso de la Tierra, habría de frenar el avance invasor de los 45.000 soldados que Alejandro había conseguido reunir.

Parmenion, el estratega de Alejandro, había propuesto atacar por sorpresa, el campamento persa durante la noche. Inútil sería enfrentar cara a cara a un ejército que los quintuplicaba. Alejandro debió especular que esa sería la misma táctica pensada por Darío, así que para sorprender al rival, planeó una estrategia diferente a lo lógicamente esperado.

Alejandro se aseguró de que Darío y sus hombres se mantuvieran alerta durante toda la noche previa al combate. En tanto él, hizo dejar una guardia y mandó a descansar a sus hombres para estar más frescos al enfrentar el combate del día siguiente. De este modo, al asomar la mañana, los persas estaban agotados por la vigilia y el sueño y los macedonios un poco más descansados.

La estrategia de Darío el Grande

En una formación de soldados y equipos que se extendía a lo largo de 4 km, Darío planeó atacar el centro del ejército macedonio que apenas cubría un frente de 1 km. Pensó lanzar los elefantes y los carros al centro del ejército enemigo para causar el espanto y el destrozo de cuanto ser se mantuviera en pie delante de su avanzada. Mientras tanto, con las caballerías habría de atacar el flanco izquierdo y el derecho de la formación macedonia para envolverlos y masacrarlos sin piedad. De este modo habría de encerrarlos en un típico movimiento de pinzas, generalmente utilizado en esos tiempos.

La estrategia de Alejandro el Magno

Con las formaciones en pie y alistadas para el combate, Alejandro se paseó a la vista de sus tropas arengándolos. Montado sobre Bucéfalo, recorrió el frente de las formaciones una y otra vez. A medida que pasaba, iba reconociendo a sus guerreros por sus nombres, recordándoles anécdotas y situaciones familiares para insuflarles valor. Este gesto sirvió para alentar la confianza y la hermandad combativa con su rey al frente de las tropas. Su intención fue la de dejar en claro que, para tener autoridad, no corresponde hacer lo que se quiere o lo que se puede, sino intentar por todos los medios, hacer lo que se debe hacer. Este método de arengas, habrían de adoptarlo estrategas tan notables como Napoleón Bonaparte y otros líderes posteriores.

Alejandro intuyó los planes de Darío y en vez de formar en línea frente a frente, distribuyó sus tropas en diagonal con respecto a la primera línea persa. El ala izquierda de Alejandro hizo pivote, mientras desde el centro hasta el ala derecha comenzaron a avanzar formando un gran rectángulo que se movió en abanico para evitar ser rodeados por la caballería persa. Si esta estrategia no se podía llevar a cabo, contaba con la retaguardia que estaría presta a cubrir los espacios abiertos en las filas. De este modo, cada lado de la formación podía hacerle frente al enemigo.

la batalla final

Sobre todas las propuestas de combate practicadas en ese tiempo, Alejandro debió compensar la inferioridad numérica con una variante en las formaciones de sus hombres, que le permitió llevar a cabo una estratégica movilidad de facciones. Esta vez, el factor sorpresa no fue la emboscada, sino el innovador y sorprendente desplazamiento de tropas organizadas. Generar el desconcierto de la imprevisibilidad fue su mayor aliado frente al convencional poderío persa. Apelar a la dinámica de la movilización ordenada, sorprendió el estatismo tradicional de los ejércitos convencionales.

 La batalla final

Antes de comenzar la batalla, Darío III se mostró persuasivo, con la intención de atemorizar a su enemigo por medio de la superioridad de hombres y equipos. Creyó que su rival habría de rendirse antes de entablar pelea. Lejos de amedrentarse, Alejandro ordenó a las falanges del centro de su formación, avanzar temerariamente hacia el centro de la línea persa, lo que sorprendió a los persas que esperaban triunfar por medio de la intimidación. La falange macedonia desarrollada durante el periodo de Filipo II, había sido perfeccionada por Alejandro, resultando ser la formación más letal de su tiempo. Eran cuadros de 256 hombres de frente por 16 líneas de fondo. Las primeras líneas compuestas por soldados veteranos, eran seguidas por los menos experimentados y los novatos, de modo que en medio del grupo, no pudieran desertar por miedo.

Las falanges estaban armadas con sarisas, unas largas picas de entre 3 y 6,50 metros de longitud, que apuntadas hacia el frente, les permitía avanzar manteniendo prudente distancia antes de entrar en contacto cuerpo a cuerpo con los enemigos. La formación de ataque parecía ser un enorme puercoespín.

Falange macedonia usando la sarisa
Falange macedonia usando la sarisa

Sin poder entender la estrategia supuestamente suicida de Alejandro, Darío ordenó que su ala izquierda contuviera el desplazamiento de las tropas rivales para envolverlos. Al mismo tiempo lanzó la infantería pesada compuesta por 15 elefantes de guerra y 50 carros con guadañas contra el centro de la falange macedonia que avanzaba con las picas en ristre. Con esta táctica, pensaba destrozar no solo a las falanges sino también a la caballería enemiga para provocar el pánico y el desbande generalizado.

La infantería macedonia que protegía a la caballería, hizo el movimiento de “ratonera”, es decir se abrieron en dos líneas formando un “U” para dejar que los elefantes y los carros pasen de largo y se topen con una última formación. Con el envión de las arremetidas, los persas no pudieron evitar quedar encajonados. Así fueron martirizados por las líneas laterales y frontales de los macedonios que comenzaron a lanzar sus flechas y jabalinas al paso de los elefantes y los carros de guerra persas, provocando la muerte de hombres y animales por igual. Los que pudieron escapar de la “ratonera”, se volvieron espantados sobre sus pasos, emprendiendo una alocada carrera contra sus propios aliados persas, generando el desbande desorganizado del frente central.

Alejandro Magno
Alejandro Magno, fundador de Alejandría

Al mismo tiempo, Alejandro ordenó a Parmenio que intente frenar a la caballería persa que atacó el flanco izquierdo de los macedonios. Mientras que él, al frente de la caballería del ala derecha, se desplazó a la par del frente persa quienes, por mantener el control de los macedonios y evitar ser rodeados, se fueron alejando del centro. Este desplazamiento permitió dejar una brecha por la que oportuna y sorpresivamente, Alejandro arremetió con su caballería, dejando al descubierto a sus arqueros y honderos que habían marchado a la par de la caballería y que hasta entonces, se habían mantenido ocultos a la vista de los persas.

En cuanto Alejandro dio la orden, la caballería macedonia avanzó en diagonal hacia el centro desprotegido de la formación persa donde se encontraba Darío y su guardia personal. Al mismo tiempo, los arqueros y honderos habían quedado libres de hacer estragos en la sorprendida caballería persa.

Darío había caído en la trampa de creer que el desplazamiento de Alejandro y sus tropas se debía al intento de arremeter por el lateral para rodearlos. Por eso descuidó el centro. Y precisamente fue por esa brecha que Alejandro arremetió para comenzar con la técnica del yunque y el martillo, que tantos buenos resultados le habían dado en batallas anteriores. Esta técnica se basaba en mantener una formación que debía contener el frente enemigo, mientras que por detrás, otra fuerza aliada los aplastaba desde la retaguardia.

En esta arremetida, Alejandro previno que su caballería de reserva debía arremeter contra los persas que estaban por rodear a su ala derecha. Él mismo, al frente de sus hetairoi, compañeros de caballería pesada, atacaron en cuña abriendo la línea persa donde Darío quedó expuesto y desconcertado, defendido solo por su guardia real.

Batalla de Gaugamela
Huida de Darío en la batalla de Gaugamela. Relieve en marfil del s. XVIII (Museo Arqueológico Nacional, Madrid). De Luis García, CC BY-SA 3.0,

Sorprendido por la proximidad de Alejandro, Darío dio orden de replegarse y abandonó el campo de batalla. La caballería persa del ala izquierda que estaba siendo atacada por la reserva macedonia, al ver que su rey escapaba, ellos comenzaron a huir también.

Alejandro con su caballería comenzó a perseguir a Darío con intenciones de capturarlo. Mientras que los macedonios dieron muerte a cada persa que alcanzaron, provocando una carnicería impiadosa.

Mientras tanto, en el campo de batalla, la caballería india y la persa lograron abrir una brecha en las filas macedonias de Parmenio, con intenciones de rescatar a las mujeres de Darío, entre las que se encontraban también su madre, sus hermanas y su esposa real, quienes finalmente fueron capturadas y retenidas por las fuerzas de Alejandro.

Durante la persecución, Alejandro fue avisado de que Parmenio necesitaba su auxilio porque estaba siendo rodeado por la caballería india y la persa.

De mala gana Alejandro dejó de perseguir a Darío y regresó con los hetairoi para ayudar a Parmenio y sus hombres, quienes estaban siendo superados numéricamente por los persas. Junto a las falanges de la retaguardia, muy pronto hicieron trizas al resto de los combatientes persas que quedaban en el campo de batalla, utilizando nuevamente la técnica del yunque y el martillo.

En el vano intento de rescate, la madre de Darío se había negado a ser liberada. Fácil es suponer su reacción al comprobar que su hijo había huido abandonándolas a su suerte.

Aliviadas las falanges de Parmenio, todos se lanzaron tras Darío y las tropas persas espantadas, que buscaron refugio en la ciudad de Arbelas.

Una vez más había quedado en evidencia el pánico que les provocaba Alejandro, quien los había vencido por cuarta vez consecutiva a pesar de tener un ejército cinco veces menos numeroso.

Epílogo

Finalmente Darío fue asesinado por su propia gente y entre los persas, la derrota del imperio habría de ser un estigma que perdura en la historia de las campañas militares.

Alejandro el Magno murió pocos años más tarde, después de haber conquistado no solo el imperio persa, sino convertido en faraón y en el general que jamás perdió una batalla. El guerrero más poderoso del mundo conocido, murió de una extraña enfermedad provocada por la inmunodeficiencia de una desconsolada tristeza, después de la muerte del general macedonio Hefestión Amíntoros, el gran amor de su vida.

Eduardo Jorge Arcuri Márquez

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