Acerca de Thálassa, un autorretrato de Jorge Acha
“El arte es una mentira que nos acerca a la verdad”
PABLO PICASSO
Thálassa, mar primordial para los griegos, origen y destino, partida y recalada. El océano fue el centro de la espiral en la producción pictórica, literaria y cinematográfica de Jorge Luis Acha (Miramar 1946-1996). Los mitos —occidentales y precolombinos— otra inquietud constante. Thálassa, el vocablo, condensa esa noción mítica del mar omnipresente en la obra del artista.
Desde hace unos años, la Asociación Civil Jorge Luis Acha se esfuerza por preservar y difundir su obra. Han rastreado y digitalizado buena parte de su pintura –dispersa en colecciones privadas y museos nacionales–, editado dos volúmenes de sus Escritos póstumos, y finalizado recientemente el documental Thálassa, un autorretrato de Jorge Acha, cuyo título apela a un procedimiento: que sea el propio retratado quien da cuenta de sí mismo.
Dirigido por Gustavo Bernstein –uno de sus discípulos–, Carlos O. García y Alfredo Slavutzky, el film navega por la patria de un artista que hizo del mar su universo poético. Explora los diversos matices que destellan en su imaginario expresivo y devela el sustrato ontológico que nutrió su multifacética obra. Y es el propio magnetismo de Acha quien ejerce de norte. Sus testimonios –narraciones, reflexiones, revelaciones– son la brújula que guía un relato no lineal vertebrado en una extensa entrevista realizada en 1988 por los críticos Rodrigo Tarruella y García, de la cual un fragmento ya había aparecido en Cinéfilos a la intemperie (2005). Un Acha expansivo despunta ahí, en un estilo llano, lúdico y por momentos desopilante, experiencias cinéfilas de la infancia, especulaciones filosóficas en torno al cine y la pintura y una aguda exégesis sobre films trascendentes de su vida. Sobre esa base se superpone su obra: pinturas, fragmentos de sus films, retazos de su prosa. Y su vida: secuencias que registran paisajes de su infancia y sus viajes por los mares del mundo.
Todo ese derrotero se enlaza a partir en un minucioso trabajo de montaje conceptual –del que Bernstein ya había dado cuenta en Sudacas (1997) – que juega con la idea de lo flotante y lo sumergido. Si Acha diserta en la superficie del mar, su repertorio plástico, filmográfico y literario aflora desde el fondo del océano.
Un hallazgo arqueológico del film consiste en la recuperación de los cortos en ocho milímetros realizados en los 60 por un Acha adolescente, van desde el registro social de su ciudad natal hasta una adaptación del cuento “No se culpe a nadie” de Julio Cortázar, en el que el suéter del protagonista se ve sustituido por una camiseta argentina que aprieta, enreda, asfixia al protagonista. Lo interesante es que permite advertir conceptos en germen que aflorarán en sus largos; en el caso, las trampas de la nacionalidad abordadas en Standard, esa alegoría mítica de la patria que rodó en los años 90. Los cortos de juventud ofrecen un plus: su musicalización estuvo a cargo de Guillermo Silveira –músico oficial de los films de madurez– quien armoniza con destreza y ductilidad pianos, texturas industriales y corales.
Por supuesto, el documental incluye secuencias del corpus fílmico esencial del realizador: el cortometraje Impasse –protagonizado por una joven Leonor Manso– y su tridente de largos: Hábeas Corpus, Standard y Mburucuyá, en los que junto a Jorge Diez –su actor fetiche– destaca la labor de una Libertad Leblanc capaz de ironizar sobre sí misma.
Y entre ese collage de imágenes de archivo se cuelan imágenes actuales del mar captadas por la cámara de Bernstein, cuyos encuadres parecieran emular los cuadros de su maestro. El homenaje se duplica cuando en la voz en off del mismo Bernstein se sobreimprimen los aforismos que Acha urdió en sus “Apuntes sobre el mar”, ese cuaderno de bitácora que cierra el segundo volumen de sus Escritos Póstumos. Cito: “Los pinzones acabaron con mi reserva de agua dulce para pintar. La acuarela quedó a medio hacer: un plano ocre para la arena y solamente algunas plumas color tierra sombra; pero no me importa, el pájaro completo está posado en mi mano. — Isla Santa Cruz.”
Destaco el texto porque condensa la esencia de una poética que privilegia la experiencia vital por sobre la artística, presente también a lo largo de la entrevista. Por ejemplo, en este pasaje que esboza, hiperbólica y humorísticamente, una inquietud acerca del carácter mentiroso de la producción artística: “El arte es perjudicial, esto [señala un cuadro detrás suyo] es perjudicial, la pintura, todo, todo lo que es artístico es perjudicial porque es parte de la involución, es parte del fracaso del hombre. Las cucarachas ya no hacen más arte; a lo mejor lo hicieron en alguna época pero cuando encontraron la forma en que tenían que vivir, hace ya millones de años, decidieron no pintar más, no filmar más; las tipas están derechito, viviendo desde hace muchísimo tiempo (…) Creo que el arte es una señal de que el hombre no ha podido alcanzar lo que tendría que alcanzar, entonces lo recrea (…) Tendría que alcanzar vivir sin preguntarse por qué, tendría que alcanzar… ir para adelante sin conflictos; no sé… no sé qué tendría que alcanzar. Creo que el hombre, cuando no sepa lo que tiene que alcanzar, es cuando realmente estará en su verdadero objetivo.”
Difícil eludir la alusión a Walter Benjamin: con la expulsión del Edén, el lenguaje humano habría perdido su inmediatez, su capacidad de comunicación directa con la naturaleza, en un mismo plano de inmanencia. Jorge Acha sugiere una concepción del arte como un lenguaje-prótesis que compensaría o sustituiría la vivencia directa. Por eso, en el aforismo citado, no le importa que la acuarela quede sin terminar: tiene al pájaro vivo, entero, posado en su mano, lo experimenta sin la mediación del arte.
En otro momento del film, Acha concibe al cine como una máquina onírica pero que, irremediablemente, nos sumerge en el sueño de otro. El cine se erigiría así como sustituto perjudicial del fuego a cuyo alrededor y bajo cuyo influjo se tejían las historias en otros tiempos. Con una sonrisa, Acha sugiere así a todo cinéfilo tomarse unos minutos cada día para contemplar la llama de la hornalla de la cocina “mientras se toman unos mates” como forma de recuperar la capacidad de construir un sueño propio.
A Acha lo sorprendió la muerte en su Miramar natal, a los 49 años. Sus cenizas fueron esparcidas en el mar, según su mandato. Durante la entrevista, señala que leía Moby-Dick todos los años, en enero o febrero y que, luego de ver Apocalypse now, estimaba a Coppola como el director adecuado para adaptar la novela de Melville. Eso sí, siguiendo una serie de instrucciones que él mismo le daría; entre ellas que comience con un prólogo de treinta minutos seguidos en los que sólo se vea el mar. El film de Coppola nos remite a la novela que le dio origen y a su autor, Joseph Conrad, otra criatura de los océanos que alguna vez escribió: “porque en ese viaje del que ningún hombre retorna, la Recalada y la Partida son instantáneas, fusionándose juntas en un momento de atención final y supremo.”
Por Ezequiel Iván Duarte
Ezequiel Iván Duarte es licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de La Plata. En la actualidad trabaja como becario doctoral de investigación en esa misma institución. Su proyecto de tesis se titula Na(rra)ciones imaginarias: figuraciones de la historia en la obra de Jorge Acha. Oficia de crítico de cine en la revista La Cueva de Chauvet.
https://vimeo.com/201430917
Ficha Técnica: Dirección: Gustavo Bernstein / Carlos O. García / Alfredo Slavutzky. Idea original y guión: Gustavo Bernstein. Entrevista a Jorge Acha: Carlos O. García / Rodrigo Tarruella (cámara: Alfredo Slavutzky). Imágenes del mar y locución: Gustavo Bernstein. Música: Guillermo Silveira. Montaje: Gustavo Bernstein. Edición de imagen y sonido Néstor Adrián Borroni. Producción: Asociación Civil para la difusión de la obra de Jorge Acha.
Gustavo Bernstein
Añadir comentario