Las lenguas aglutinantes son aquellas en las que predomina el fenómeno de aglutinación, es decir, el procedimiento en virtud del cual se unen dos o más palabras para formar una sola.
Estas lenguas se diferencian tanto de las monosilábicas como de las flexivas, aunque guardan una mayor relación con las últimas. A continuación, procuraremos comentarlas.
El fenómeno de aglutinación
La aglutinación es uno de los factores intervinientes en la formación de nuevas unidades lingüísticas. Podríamos definirla como la unión o soldadura de dos o más términos originalmente distintos —pero que, por lo general, se hallan encadenados mediante una relación sintagmática— en una unidad absoluta o de difícil descomposición. De la aglutinación cabe destacar su carácter involuntario, carácter que llevó a Saussure a referirse a este fenómeno como proceso y no como procedimiento.[1]
Son muchos los ejemplos de aglutinación que pueden citarse en español: para, de por a; sinfín, de sin fin; sinvergüenza, de sin vergüenza, y muchas otras formas heredadas del latín, como todavía, de tota via; hogaño, de hoc anno, entre otras.
Pueden distinguirse tres fases en este proceso, la primera se da en frases breves y corrientes, es decir, en un sintagma comparable a todos los demás, como el ya citado paso de sin fin a sinfín; la segunda es la síntesis de los elementos del sintagma en una unidad nueva, que sería la aglutinación propiamente dicha, como la palabra quizá, proveniente de la expresión qui sabe (‘quién sabe’), y la tercera está constituida por todos los otros cambios que pueden generar una palabra simple, como la formación del futuro cantaré a partir de cantar he.
En las lenguas aglutinantes —que, como se ha dicho en el encabezado, son aquellas en las que predomina la aglutinación—, las palabras constan de varios elementos, dentro de los cuales, uno expresa la idea conceptual, y el resto, las ideas gramaticales, pero sin que ninguno pierda la significación que le es propia. Añadamos a esto que cada nuevo elemento gramatical expresa siempre la misma circunstancia gramatical. Así, en húngaro, por ejemplo, k (ak, ok, ek) expresa siempre el plural; t (at, ot, et), la relación de acusativo; nak o nek, la de dativo; ban o ben, la de ablativo, etc. Es en esta suerte de estabilidad en los sufijos donde radica la principal diferencia entre la aglutinación y la flexión.
Dos tentativas de clasificación
En la hoy desatendida división general de las lenguas en tres grandes grupos, correspondía al de las lenguas aglutinantes el lugar intermedio entre las monosilábicas y las de flexión. De hecho, se creía que las aglutinantes representaban la segunda etapa en la evolución del lenguaje, que desde un monosilabismo primitivo se desarrollaba hasta la perfección de las lenguas flexivas. Posteriormente se reconoció la absoluta falta de fundamento de esta teoría, hasta el punto de que filólogos de la talla de Finck decidieron prescindir de ella por considerarla simplista y superficial, ya que encasillaba en un mismo grupo demasiadas unidades dispares, al margen de que los límites entre uno y otro grupo eran poco menos que borrosos.[2]
- Arens, Hans (Autor)
Nos limitaremos a decir aquí que las lenguas aglutinantes componen la inmensa mayoría de cuantas se hablan en el mundo. En efecto, entra las llamadas monosilábicas se cuentan solamente el chino, el birmano, el siamés, el anamita y otras lenguas de la Indochina; entre las flexivas figuran las indoeuropeas y las semíticas, aunque no faltan autores que consideran a las semíticas como un grupo de transición entre flexivas y aglutinantes. Queda para estas últimas, por lo tanto, el resto de los idiomas existentes, que se calcula que llegan a más de dos mil.
La importancia de la cifra ha hecho que algunos especialistas clasificaran las lenguas aglutinantes también en tres grandes grupos, que grosso modo corresponden a tres continentes: el primero, el de las lenguas africanas, que se caracteriza por la aglutinación de prefijos; el segundo, el de las lenguas asiáticas o uralo-altaicas, que se caracteriza por la aglutinación de sufijos, y el tercero, el de las lenguas americanas, que se caracteriza por expresar en una sola palabra un número grande de ideas. Pero de esta clasificación podemos decir lo mismo que de la anterior. De hecho, hay quienes incluso rechazan la denominación uralo-altaica por considerar que la conexión entre las dos ramas de este grupo no está del todo demostrada.
Un concepto siempre en pugna
En 1870, la corriente neogramática —representada, entre otros, por Berthold Delbrück— trató de prescindir hasta del mismísimo principio de aglutinación, que anteriormente había sido aceptado por todos.[3] Sin embargo, ninguno de los lingüistas del siglo XX ha logrado sustituir este principio por otro más convincente. Con respecto a esto, el danés Guillermo Thomsen dice lo siguiente: «Que cierta serie de formas gramaticales o derivados se hayan originado por aglutinación, no se puede poner en duda; mas es por igual indudable que hay todavía muchos casos en los que dicho origen es tan improbable como inverosímil»[4].
- Guillermo Thomsen (Autor)
Existen, no obstante, fenómenos lingüísticos que parecerían confirmar el tránsito entre la aglutinación y la flexión. Es lo que ocurre con la armonía vocálica de algunas lenguas del mal llamado tronco uralo-altaico. En ellas, los cambios vocálicos que se producen en los sufijos al asimilarse a la vocal radical llegan a engendrar verdaderas flexiones. Esto puede verse en el finés y en la lengua de los esquimales, en la cual, según los estudios de Thalbitzer,[5] la unión entre el elemento conceptual y el gramatical es indisoluble.
Ahora bien, desarticulado, como hemos visto, el grupo uralo-altaico, quedan dos grupos: por un lado, el constituido por las lenguas urálicas y las lenguas ugro-finesas; por el otro, el de los samoyedos, cuyo parentesco con los idiomas indoeuropeos —al menos, para ciertos filólogos— es bastante evidente. Resta decir que los únicos representantes altaicos en Europa serían el turco y, en todo caso, el vascuence.
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[1] Véase Ferdinand de Saussure. Curso de lingüística general, Buenos Aires, Losada, 2005.
[2] Véase Hans Arens. La lingüística. Sus textos y su evolución desde la antigüedad hasta nuestros días, Madrid Gredos, 1975.
[3] Este rechazo bien puede explicarse por el hecho de que los neogramáticos centraban sus estudios en las leyes fonéticas y, tal como se ha visto, la aglutinación es un fenómeno fundamentalmente morfológico.
[4] Guillermo Thomsen. Historia de la lingüística, Barcelona, Editorial Labor S.A., 1945.
[5] Véase William Thalbitzer. A Phonetical Study of the Eskimo Language, London, Forgotten Books, 2016.
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Edo. Prof. F. Crescenzi:
Me llamo Ilías Tampourakis, soy griego y me dedico a la enseñanza universitaria, impartiendo cursos de lengua y cultura hispánicas y lusófonas en Atenas. Aprovecho la ocasión que me ofrece este tema lingüístico para expresarle mi estimación; admiro sus ponencias escritas en las 9 musas y considero que este medio electrónico -aparte de su función informativa a nivel académico- debe también abrir caminos a la comunicación intercultural. Por estas razones tuve la iniciativa de escribirle este mensaje, comentando algunos de sus aspectos, a fin de pedirle su opinión.
Datos lingüísticos, como la raíz de la palabra «quizá(s)» [del ant. quiçab[e], y este alterac. de qui sabe ‘quién sabe’] siempre me encantan. En uno de mis libros he recopilado y traducido al griego moderno la poesía clásica de los incas https://www.lasnuevemusas.com/la-poesia-de-los-incas/ y en otro he intentado de poner en contacto a los lectores griegos con una pequeña parte de la literatura caballeresca de Amadís de Gaula. https://www.lasnuevemusas.com/caballeros-espanoles-en-grecia/ Artículos sobre esos libros míos he publicado aquí en este boletín. https://www.lasnuevemusas.com/hablame-de-lenguas/
Mi primera pregunta es sobre la formación del futuro del verbo cantar: cantaré – cantar he. Según mis conocimientos de latín clásico, el futuro II es: cantāverō, cantāveris, cantāverit, cantāverimus, cantāveritis, cantāverint y del futuro I cantābō, cantābis, cantābit, cantābimus, cantābitis, cantābunt. En textos hispánicos de la Edad Media que he estudiado, como p.e. algunas jarchas, el cantar del mío Cid o los libros de Amadis antes mencionados (para no referir las antiquísimas modalidades de los cartularios de Valpuesta o de las Glosas emilianenses) no he visto el tipo gramatical que Ud. dice en su artículo. Si no le robo mucho de su tiempo, le agradecería la amabilidad de escribirme algunas pautas de investigación sobre este asunto.
Otra observación mía es la de los sufijos del plural en húngaro. Sé que eso se considera aglutinación, pero yo clasificaría este fenómeno como «terminaciones del plural de sustantivos y adjetivos». (Vea las correspondientes -s y -es en castellano.)
Hablando sobre este mismo asunto, me parece mucho más típica -para no decir única- la función de los afijos: en turco el tipo verbal «yo entiendo» es «anlıyorum», mientras que la negación se forma con la sílaba «am»: anlamıyorum.
Pasemos, ahora, al tronco denominado «uralo-altaico», que muy correctamente explica Ud. su desuso y su actual separación entre esas dos ramas geográfico-lingüísticas. En este caso, considero también la sufijación como declinación silábica, mientras que el uso del prefijo -que también existe en griego y en español- y sobre todo el del afijo pueden definir una lengua aglutinante de manera más estable, más fija. La unión entre el elemento conceptual y el gramatical es indisoluble, sí, y eso ocurre tanto entre las lenguas fusionantes -antiguamente llamadas flexivas-, como para las aglutinantes también, dado que en estas últimas existe el fenómeno de la posposición de los sufijos preposicionales (entre otros).
En fin, lo que más impresión me ha causado es su última frase, donde Ud. explica que el vascuense es un representante del grupo altaico en Europa. Pues, hace 30 años, que yo era estudiante, había aprendido que el euskera provenía del Cáucaso; durante mi trayectoria de docente, me puse en contacto con un sinfín de teorías -algunas difíciles para mí de justificar y creer, y otras más plausibles, como la que explica que la lengua de los vascos puede ser la evolución de varias «reliquias» liguísticas de la antigua península ibérica, como fue la lengua de Tartessos, que leemos en los textos de Estrabón -el geógrafo e historiador heleno antiguo. https://www.lasnuevemusas.com/palabra-escrita-los-albores-del-mediterraneo/
Sería muy interesante y útil para mí escuchar su opinión sobre este tema de los orígenes del vascuense.
Discúlpeme si este mensaje mío ha sido muy largo; es que me encanta el contacto con académicos de la cultura hispánica, como usted, estimado profesor Crescenzi.
Le agradezco de antemano.
Ilías Tampourakis