- La relación entre la dinámica migratoria mundial y el desarrollo económico de las naciones sigue siendo a día de hoy objeto de acalorado debate.
El doble papel que la migración juega tanto en la economía receptora de población como en la emisora motiva una generalizada división de opiniones: por una parte, el origen de la riqueza está en el trabajo humano, que es la principal fuerza productiva, el primer e indispensable factor de producción; mientras que, por el otro, la población es también la base última del consumo de todo lo producido.
En los últimos años, la esfera política de los países capitalistas desarrollados parece haberse decantado hacia posiciones contrarias a un aumento de los flujos migratorios, sobre todo a raíz de la crisis económica mundial iniciada en 2007 y la masiva llegada a Europa de personas huyendo de las guerras civiles de Oriente Medio y África. En el debate académico sobre las migraciones, sin embargo, la opinión está más dividida, aunque, lamentablemente, hasta la fecha el dogmatismo y la desconexión entre la teoría y la empírea se han convertido en la señal de identidad de éste.
La complejidad de la discusión es de difícil exageración, como veremos, ya que un mismo acontecimiento migratorio puede tener efectos distintos según se analice desde una óptica optimista o pesimista.
Por ejemplo, cuando se analizan los efectos de la migración sobre el país receptor, quienes argumentan a favor de ralentizar el crecimiento migratorio sostienen que esto redundaría en mayores niveles de empleo, mejores salarios reales, aumento de la renta per cápita, disminución de los gastos sociales, conservación de los recursos naturales, etc. Sin embargo, quienes apuestan por un mayor flujo migratorio creen que los salarios reales en el país de acogida no se verían apenas afectados (en todo caso empeorarían los salarios de los inmigrantes que llegaron antes), mientras que aumentaría el capital humano y los rendimientos a escala, se reduciría la tasa de dependencia, se generarían incentivos a la innovación a causa de la presión sobre los recursos naturales, etc.
En general, aunque no necesariamente tiene por qué ser así, la visión pesimista respecto a los efectos de un rápido crecimiento migratorio sobre la sociedad de acogida parece asociarse a una perspectiva cortoplacista (factores fijos, rendimientos decrecientes, etc.); mientras que la optimista corresponde a una óptica de largo plazo, en la que se tienen en cuenta la innovación técnica, los aumentos de la productividad total de los factores, etc.
Parece evidente también que los mismos argumentos, aunque con signo opuesto, se pueden utilizar para analizar los efectos de la migración sobre los países emisores.
Un análisis de largo plazo que ha llamado mucho la atención y generado una enorme controversia es el de Paul Collier: Exodus: How Migration is changing the world, de 2013.
Collier sostiene que a partir de un cierto nivel de migración, los rendimientos sociales y económicos de ésta, tanto para el país de acogida como para el país emisor, dejan de ser positivos y se tornan negativos. La gran polémica nace cuando el autor afirma que las diásporas dificultan la integración de los inmigrantes en las sociedades de acogida.
La identidad nacional consolidada en los países desarrollados, según Collier, contiene elevados niveles de confianza social y cooperación, que son la base de unas instituciones eficientes y de una economía próspera. Esta identidad nacional se puede ver afectada negativamente por una excesiva inmigración, prosigue Collier, ya que los inmigrantes traen consigo los “modelos sociales disfuncionales” de sus países de origen, que proliferaran dentro de las diásporas que se resisten a la integración.
Por otro lado, los beneficios de la inmigración para los países emisores también disminuirían en un contexto de éxodo global: quienes emigran son personas insatisfechas con la situación de su país que, en lugar de trabajar y luchar para mejorarla, abandonan.
Así, Collier sostiene que quienes emigran evitan manifestarse en su país, y cuando llegan al país de destino pasan a formar parte de una población relativamente poco vociferante, lo que tiene importantes consecuencias negativas para el desarrollo de la democracia en los principales países emisores de población, generalmente tercermundistas.
Bajo mi punto de vista, Collier se adentra en un terreno altamente dificultoso: el institucionalismo. La teoría institucionalista sostiene que las Instituciones establecen el marco de oportunidades de los individuos y de los grupos sociales: las “buenas” instituciones, al proporcionar una estructura estable y predecible, reducen la incertidumbre y los costes de transacción, que son la base del desarrollo económico de las naciones.
Los agentes económicos no son sólo los individuos y las empresas, sino también las organizaciones, siendo los gobiernos y los Estados las organizaciones más importantes, ya que crean instituciones y las hacen cumplir. Es decir, los agentes (en forma de organizaciones) crean Instituciones que dirigen, incentivan o restringen las elecciones de los agentes. S
in duda esta argumentación adolece de lógica circular porque toma la conducta de los agentes como variable que determina la conducta de los agentes. De hecho, a la hora de establecer comparaciones entre la trayectoria económica de sociedades que tuvieron “buenas” instituciones (y por lo tanto éxito económico) y sociedades que tuvieron “malas” instituciones (y por tanto fracasaron económicamente), la escuela institucionalista termina acudiendo en última instancia a las condiciones geográficas o a la suerte, ya sea en forma de entorno político externo o de cualquier otra índole, como determinantes de la creación de mejores o peores instituciones.
Los famosos trabajos de Acemoglu, Johnson y Robinson; Douglas North o D. Landes, entre otros, apuntan en esa dirección.
Por lo tanto, a nivel teórico la argumentación de Collier no es, a mi entender, convincente, ya que adolece de circularidad.
Tampoco lo es desde el punto de vista empírico, como varios economistas le han reprochado: por ejemplo, Michael Clemens y Justin Surandef sostienen que entre 1850 y 1913 más de un quinto de la población de Noruega, Suecia y el Reino Unido emigraron en masa hacia países donde los salarios eran mayores, como Argentina y Canadá.
Parece difícil argumentar que los países escandinavos y Gran Bretaña tuvieran modelos sociales disfuncionales en aquella época, o que los inmigrantes escandinavos y británicos infectaran a sus países de acogida con esa disfunción.
Considero que la crítica de Clemens y Sanderfur es acertada y sugerente, ya que, más allá de los alarmismos y la demagogia política de quienes defienden mayores o menores movimientos migratorios, es imprescindible situar el debate actual sobre la relación población-recursos en el contexto pasado de cara a entender por qué hoy hay quienes consideran que somos o podemos llegar a ser demasiados o demasiado pocos en un país. La historia económica, por lo tanto, juega un rol esencial en este debate.
- autores, Varios (Autor)
La raíz de las dificultades de la discusión radica en combinar las implicaciones de largo y corto plazo.
Mientras que, en el corto plazo, frenar el flujo de migración hacia occidente puede tener efectos positivos sobre la renta per cápita en economías maduras como las de los países occidentales (y negativos sobre la economía de los países actualmente emisores de población, con abundante mano de obra ociosa o subempleada), cuando se incorporan sus efectos en el largo plazo, los resultados se vuelven confusos y no se pueden extraer de ellos conclusiones claras.
El ejemplo más revelador es que no hay estudios que hayan encontrado una correlación clara entre las tasas de migración y las de crecimiento económico en el largo plazo.
Urgen trabajos estadísticos capaces de discernir la dirección y magnitud del impacto que la migración ha tenido en el largo plazo sobre variables como productividad, educación, bienestar, ahorro e inversión, urbanización, contaminación, salud, etc., tanto en el país de origen como en el de destino.
De todos modos, es preciso aclarar que, aun si se lograra verificar cual es el efecto económico y social a largo plazo de los flujos migratorios, y por lo tanto se tuvieran las bases para implementar políticas migratorias adecuadas a nivel global, todavía nos quedaría mucho para estar en condiciones de solucionar los actuales problemas demográficos y económicos. La base para la solución de estos problemas radica en una profunda transformación política y social a escala global. Las políticas migratorias pueden tener éxito únicamente si forman parte integrante de un programa de desarrollo económico mundial (en áreas específicas como educación, ahorro, distribución y optimización de recursos).
José Pérez Montiel
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