Voy a dedicar tres artículos a Sor Juana Inés de la Cruz (¿1651? – 1695) una mujer que destaca por su producción literaria e interés por la cultura en la segunda mitad del siglo XVII en Méjico.
En este primer artículo trataré de su biografía, en el segundo de su obra en prosa y para teatro, y en el tercero de su obra poética que es la que la ha hecho más famosa.
- Cruz, Sor Juana Inés de la (Autor)
La figura de Sor Juana destaca en su época como una de las pocas mujeres que pudieron dedicarse a la cultura en general y a la literatura en particular. Además, en su caso, sin que su origen familiar se lo favoreciera y residiendo en las tierras del Nuevo Mundo alejadas del centro cultural europeo.
Si leemos sobre esa época en nuestro tecnificado siglo XXI, en el que tenemos acceso a múltiples bases de datos e información, nos asombramos de cómo podían dominar distintas materias, tanto científicas como culturales, con la dificultad de transmisión, almacenamiento y búsqueda de la información que ello les suponía. Los intelectuales y científicos debían enfrentarse a unos estudios superiores escasos y muy elitistas; a una imprenta poco desarrollada y con problemas de censura; a la lentitud de la transmisión de la información (aumentada en el caso de las colonias de ultramar); y además en el caso de Sor Juana, a ser mujer e hija ilegítima, con todo lo que ello representaba.
No obstante, como consecuencia de ello, la cantidad de conocimiento que manejaba la humanidad era muy inferior a la actual; lo que facilitaba que un intelectual pudiese tener una visión general del saber y la literatura conocida, a pesar de lo rudimentario de su instrumental de acceso al conocimiento.
Acerquémonos, pues, a la Nueva España de mediados del XVII a una pequeña población cercana a su capital Méjico, donde nace la futura Sor Juana Inés de la Cruz.
Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, nació en la alquería de San Miguel de Nepantla hacia la mitad del siglo[1], hija ilegítima de Pedro de Asbaje, militar español, y de la criolla Isabel Ramírez de Santillana[2]. Aprendió a la leer a los tres años de edad y muy niña pudo acceder a la biblioteca de su abuelo materno, según indica ella misma[3]. Posteriormente, alrededor de 1656[4], tras la muerte de su abuelo se traslada a casa de unos tíos en ciudad de Méjico, y hacia 1664, ingresa en la corte del virrey Marqués de Mancera al servicio de la virreina Leonor Carreto (la Laura de sus poemas) donde deslumbra por su ingenio y saber[5] . Hay poca información acerca de su vida en la corte en esa época, ni de si tuvo amores y sólo se sabe que ingresó en el convento de las Carmelitas Descalzas en 1667 y que lo abandonó tres meses después, probablemente por el rigor de la orden. Dos años más tarde ingresó definitivamente en el Convento de San Jerónimo, donde profesó y permaneció hasta su muerte.
Respecto a los motivos de su entrada en el convento, se ha especulado sobre si fue por un desengaño amoroso o por la dificultad que su condición de ilegítima suponía para un matrimonio conveniente; pero si creemos el testimonio de Sor Juana[6], no fueron los motivos anteriores, ni un especial fervor religioso, sino su amor a la cultura y el desapego por el matrimonio, como indica en su “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”. Además, en esta obra en que comentaré en el siguiente artículo, se defiende de ataques causados por sus comentarios teológicos a un sermón; por ello, pudiera ser que aún hubiese primado más su amor por la cultura y el estudio que lo que cita en esa “Respuesta…”.
Su fervor religioso fue escaso (se calificaba como “monja tibia”) excepto en la época final de su vida, y el convento le proporcionaba la posibilidad de proseguir sus estudios y su producción literaria. Debemos tener en cuenta que la vida en un convento era bastante distinta a la que nos imaginamos actualmente, y Sor Juana tenía una “celda” de varias habitaciones, con espacio suficiente para sus alrededor de cuatro mil libros y sus instrumentos científicos, y disponía de criadas para su atención. De alguna forma su estancia en la corte fue un paso previo que la desengañó de otras posibles formas de vida, si quería mantener su afán por la cultura, y le permitió ingresar en el convento[7] en las condiciones adecuadas para proseguir con sus aficiones. “La Respuesta”, es el mejor testimonio directo que tenemos de Sor Juana, sobre su forma de enfocar la vida, sus aficiones culturales y literarias, y sus sentimientos religiosos.
Según Gabriela Mistral[8], sus motivos para entrar en religión fueron más estéticos que místicos y los resume como de exceso de sensibilidad: “¿Por qué entró al claustro? Según dicen unos, por cierto desengaño de amor; según otros, por resguardar su juventud maravillosa. Tal vez no fue éste sino un gesto como el de quien desecha una masa viscosa, el mundo, por denso y brutal, y pone sus pies sobre esa piedra blanca y pura de un convento. No le alcanzarán así los brazos con apetito de la multitud, de la plebeya ni de la cortesana. Por exceso de sensibilidad se apartó. Su actitud aparece más estética que mística”.
- de la Cruz, Sor Juana Ines (Autor)
Tras el virreinato de los Marqueses de Mancera (1664-1673), en el que queda patente su admiración y protección por Sor Juana, gobernó en Méjico el arzobispo fray Payo Enríquez de Rivera (1673-1680) época en que se conocen pocos detalles de su relación con Sor Juana, aunque Susana Zanetti cita unos versos de afectos dedicados a él[9]. Posteriormente, llegan como virreyes de los marqueses de La Laguna (1680-1686), y su relación y protección a Sor Juana es aún más evidente por múltiples detalles. Baste recordar que la virreina María Luisa Manrique de Lara es la “Lisi” de sus versos, y que pudo enfrentarse al poderoso jesuita Antonio Núñez de Miranda[10] o superar la nominación de Aguiar y Seijas como arzobispo de Méjico, continuando con su actividad literaria y cultural, lo que hubiera sido imposible sin la protección de los virreyes. Del 1686 al 1688 el virrey fue el conde de Monclova, periodo del que no hay referencias, y 1688 a 1696 desempeñaron el virreinato los condes de Galve, que también consta que la protegieron.
Según Calleja, el Padre Núñez, que era confesor de los virreyes, fue el principal impulsor de su entrada en religión e intentó, sin éxito, que diese menos importancia a su obra literaria y más a su condición de religiosa. Sor Juana, lo tomó como confesor en 1669, luego rompió su relación espiritual con él en 1682 y, por fin, se reconciliaron en 1692. Su confesor tuvo una gran influencia sobre ella, sobre todo en esa última época, y probablemente fue uno de los causantes de su abandono de la literatura. La recientemente descubierta Carta de Monterrey, que le envió Sor Juana, relativiza algo esta influencia en épocas anteriores, clarifica su relación con él y nos muestra a una mujer firme en sus convicciones[11].
La producción literaria de Sor Juana comienza en su juventud, a pesar de las recriminaciones de las jerarquías eclesiásticos y las trabas de los censores. Según Calleja, se inicia en una Loa escrita en 1659, aunque el primer poema bien datado es un soneto de 1666[12]. Para sus críticos, su época culminante literaria transcurre entre 1680 y 1692. En ese año abandona la vida mundana y la escritura, y hace un escrito de renuncia que acaba firmando con su sangre como: “yo, la peor de todas”.
- Paz, Octavio (Autor)
Como principal motivo de esa renuncia se cita la polémica ocasionada por la publicación en 1690 de su “Carta Atenagórica”. Esta carta contiene unos comentarios y refutaciones a un sermón pronunciado en 1650 por el jesuita Antonio Vieira, del que el futuro arzobispo Aguiar y Seijas fue discípulo. Según parece, el obispo de Puebla (Manuel Fernández de Santa Cruz) que era amigo de Sor Juana, le pidió este trabajo con la promesa de que no lo publicaría, y luego lo hizo y con un prologo (firmado con el seudónimo de “Sor Filotea de la Cruz”) donde se criticaba a la autora. El motivo de esta publicación debió de ser desprestigiar a Aguiar y Seijas, en la disputa que ambos mantenían dentro del estamento religioso mejicano. Sor Juana reaccionó y publicó en 1691 “La respuesta a Sor Filotea de la Cruz”, que comentaremos en el siguiente artículo al referirnos a sus obras en prosa. Esta polémica, las revueltas que ocurrieron en el virreinato en 1692, varias desgracias naturales y epidemias (que ella interpretó como castigo divino) y el retorno como confesor del padre Núñez, debieron de ser el desencadenante de la “conversión” de Sor Juana y su renuncia a su biblioteca y a la escritura en 1692. Pocos años después, en 1695, Sor Juana moría durante una epidemia de cólera al auxiliar a sus compañeras de convento.
- Cruz, Sor Juana Ines de la (Autor)
Sor Juana estuvo relacionada con numerosos personajes de la corte, la intelectualidad y la vida religiosa, y ya hemos comentado el apoyo que tuvo de los diferentes virreyes que gobernaron durante su vida adulta. Entre ellos se ha de destacar a Carlos Sigüenza y Góngora, erudito y humanista en ciencias y letras, con que tuvo una gran amistad y del que recibió siempre apoyo. Como comenta G. Sabat de Rivers[13] su habilidad para hacer versos era algo natural y se los solicitaban para fiestas en la corte, cumpleaños, funerales, etc.: “yo nunca he escrito cosa alguna por mi voluntad, sino por ruegos y preceptos ajenos”. Por todo ello, su fama se extendió y fue llamada: “La décima musa”, “el Fenix”, o “la monja almirante”; y dice, describiéndose a sí misma, en el personaje de Leonor de “Los empeños de una casa”:
Era de mi patria toda
el objeto venerado
En el próximo artículo comentaré su obra en prosa y para teatro, y en el tercero y último su obra poética.
[1] Diego Calleja (su primer biógrafo que además la conoció personalmente) cita la fecha del 12 de Noviembre de 1651, pero informaciones más recientes proporcionadas por G. Ramírez y A.G. Salceda lo sitúan hacia finales de 1648.
[2] Su madre era analfabeta, regentaba una hacienda, y tuvo un total de seis hijos ilegítimos de dos padres distintos.
[3] “La respuesta de la poetisa a la muy ilustre Filotea de la Cruz”. Marzo de 1691.
[4] Octavio Paz. Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe. Seix Barral 1982.
[5] Calleja cita en su biografía que aprendió latín en veinte lecciones y que deslumbró con su conocimiento a un conjunto de notables convocados por el virrey para examinarla.
[6] “La respuesta…” (ver nota 3)
[7] Según indica Gonzalez Boixo. “Sor Juana Inés de la Cruz. Poesía Lirica” Ed. Cátedra 1992. Pag. 20. Un rico caballero, Pedro Velázquez de la Cadena, pagó la dote necesaria.
[8] Gabriela Mistral. Lectura para mujeres. Méjico, 1923.
[9] Susana Zanetti. Estudio sobre Sor Juana de la Cruz. Primero sueño y otros versos. Ed. Losada; 2004. Pg. 37: Mío os llamo, tan sin riesgo, / que al eco de repetirlo, / tengo ya de los ratones / el convento todo limpio.
[10] Sor Juana, tomó como confesor en 1669 al jesuita Antonio Núñez de Miranda, con el que rompió su relación espiritual en 1682 y, por fin, se reconcilió en 1692. Su confesor tuvo una gran influencia sobre ella, y probablemente fue uno de los causantes de su abandono de la literatura.
[11] Gonzalez Boixo (Ver Nota 7). Pag 29.
[12] “A la muerte del señor rey Felipe IV”
[13] Georgina Sabat de Rivers. Inundación Catálida. Ed. Castalia, 1982.
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