26 escritores argentinos responden una misma pregunta del ‘En cuestión: un cuestionario’ de Rolando Revagliatti
¿El amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo vespertino, la noche plena o la madrugada?

Para mí la vida está en la noche profunda y en el amanecer. Después… sufrir como vampiro.
Hace tiempo que no puedo todo, y cada momento tiene su encanto. Ahora, el amanecer me cae fenomenal.
El deseo también tiene su tiempo y su espacio. Animales somos, en otoño / invierno, como osos o tortugas, me repliego en el fondo de la cueva, chimenea brasas, escribir en noche plena como navegar en alta mar, ciudad duerme. En primavera / verano, zambullirse en amaneceres y crepúsculos. Todo cambia, todo se repite, naturaleza, repeticiones rituales.
“Repetición ritual del desgarro // Asamblea de sangres sublevadas / cormoranes derramando sombras / Cielo sacrificando claridades // nubes pariendo memoria / nube perro nube bruja / nube mano nube padre / lágrimas de luz suspendidas / en olivos candelabro / en hojas esmeralda // algas orfebre hilando reflejos / con presagios de medusa / oráculos de espuma // Repetición ritual del desgarro // lágrimas de luz / dispersión de la noche / explosión de formas // anémonas extinguidas // barcazas de misterio / derramando lutos // búsqueda de ocultas madres / regreso de la misma pregunta / en pleamares del mismo pulso (extraído de “Atardeceres” en “Desgarros…”).

Una mañana que llegue a la tarde, sería perfecta. Si hay mediodía, almuerzo, siesta…: bajón asegurado. A veces, la madrugada solitaria, exquisita. Pero todo según el para qué. El anochecer me gusta: las luces se encienden y las casas se habitan. Es momento de dar una vuelta por el barrio.
Todos los momentos tienen su encanto, eso lo sabían los pintores impresionistas a los que admiro.
Hasta que nació mi hija Manuela, era noctívago. Desde entonces, soy de despertarme temprano. Con los años, cada vez estoy más dispuesto a acostarme muy temprano y despertar antes que el sol.
El amanecer, sin lugar a dudas, es el momento donde todo conspira para que se ponga en juego una danza de promesas y el aire nos eleve con certidumbre de dicha en el acto de escritura, aunque sin olvidar que son necesarias también nuestras alas.
Sí, el universo abre sus compuertas al amanecer para obsequiarnos la expansión.
Depende para qué. Para descansar, la siesta. Para alucinar, la noche.

La franca mañana, siempre: nunca se llevan tan bien un adjetivo y un sustantivo como en esa instancia.
La madrugada. Ver salir el sol y mantener la expectativa de lo que podés vivir ese día es maravilloso.
Si se trata de elegir por el hecho de sentirse cómodo escojo el amanecer. Es el momento de apertura. Además, convivimos con la certeza de que seguimos con vida. El crepúsculo es la hora de los demonios, el lapso en el que nos habitan los peores instintos.
Padeciendo fibromialgia y, por lo tanto, insomnio crónico, cualquier hora es buena si puedo dormir. El resto es un regalo.
La noche tiene para mí el mayor misterio, aunque reconozco que cada lapso tiene su encanto y podría encontrar situaciones únicas e irrepetibles en cada uno.
Cada momento del día tiene su atractivo. Saber apreciarlo depende de nuestro estado de ánimo o la capacidad que tenemos para valorar las cosas que nos ofrece la vida y la maravilla de la naturaleza. Me gusta mucho la noche, soy noctámbula, deambulo hasta altas horas, leyendo y escribiendo, y las noches de verano al aire libre, bajo la luz de la luna. Me gusta la naturaleza, el disfrute del campo, las caminatas a la mañana, los árboles que nos otorgan su frescura y su belleza. Las siestas también son acogedoras, en invierno con la calidez del sol y en verano regocijándonos con el agua. En mi libro “Almanaque” no sólo he escrito un poema por cada mes, por cada día de la semana, sino también he registrado un poema por cada hora del día.
Para escribir: el crepúsculo y la noche. Todo lo demás para el resto de las cosas.

El amanecer seguido de la franca mañana, para escribir. Es cuando tengo la cabeza limpia de cuestiones de la mediocridad cotidiana. La noche plena para apuntar ideas y pensamientos que voy a utilizar para escribir más adelante.
El crepúsculo vespertino, ese momento tan fugaz en que, dentro de una luz que parece líquida, las cosas se detienen y los ruidos se asordinan, mientras pasan los pájaros hacia sus refugios. Escribí todo mi libro inédito, “Patio de atrás”, sentándome en el jardín del fondo de mi casa para sentir los atardeceres. Para mí, el crepúsculo vespertino es un momento mágico.
El crepúsculo vespertino tiene la magia mayor. Comienzan a delinearse las sombras. Sobre todo, en las rutas y los campos, que al mismo tiempo empiezan a iluminarse temerosamente.
El amanecer despeja las dudas y los temores.
Y la noche plena nos envuelve con las totales certidumbres serviciales a la hora de impregnarnos en la magia.
Mejor la tarde que la mañana. Por la mañana suelo estar ficticiamente lúcido; por la tarde mejoro. Y como dijo Hemingway (siempre un poco fanfarrón, pero esta vez decía una verdad), la noche es otra cosa.
Puede depender de dónde me encuentre. A orillas del río: amanecer, siesta, crepúsculo. Si en mi casa, en mi barrio: la mañana, el mediodía, la madrugada. Pero el asunto es estar en ese preciso momento, en ese lugar, no ausentarse, no de uno mismo, de la hora, del espíritu del tiempo.
La noche plena, junto a la madrugada. Sin dudas. En el mar, el crepúsculo vespertino, con el mate en la mano.
El amanecer, soy diurno. Mis horas preferidas son las de mayor luz natural, cuando todo parece comenzar o recomenzar. Flaubert escribía durante la mañana, dormía una corta siesta y luego corregía lo escrito durante la tarde y hasta muy entrada la noche. Yo veo con simpatía esa modalidad, solo que siesta no duermo y que pongo término al día antes de la medianoche. La caída del sol me estimula para la conversación.
La madrugada, la muy temprana madrugada, tipo 4. Para mí es la hora perfecta: casi como si el mundo todavía no empezara. Es la hora a la que, aproximadamente, me despierto. La hora para escribir, para pensar, para estar solo.
El amanecer para la belleza, la mañana para la alegría, la tarde para la tranquilidad, el crepúsculo para la meditación, la noche para el amor y la creación. Suprimo mediodía y siesta.
Hay días en que el amanecer es especial y me gusta y cada vez más. Por lo general, siempre para escribir o leer preferí la noche.
La noche plena. Soy decididamente un animal nocturno.
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