Las nueve musas
puta
María Luisa de Parma

Las reinas putas

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Dedicaba Manuel Machado a María Luisa de Parma un soneto tan devastador como apropiado, en el que trataba de la desmedida afición de la reina por retozar con quien se le pusiera a tiro.

Aún es gallarda la apostura, aún tiene
gentil empaque la real persona
de esta arrogante vieja, esta amazona,
mejor montada de lo que conviene

María Luisa de Parma

 Dice Fernando González Doria en su libro Las reinas de España en relación a este soneto que ni siquiera la poesía, tan dada a idealizar conceptos, fue piadosa con María Luisa; José de Espronceda llegó a llamarla “impura prostituta”, y el pueblo de Madrid la llamaba Zorra a boca llena. Parece ser que después de 14 hijos y diez abortos -o sea, 24 embarazos-, el aspecto de la reina venía sufriendo las consecuencias de tantísimo ajetreo, momento en que Machado le dedica sus versos. Del mismo modo que el poeta no pudo ser más despiadado con María Luisa de Parma ni siquiera el jefe de la Iglesia católica, el Papa Pío Nono, de quien cabía esperar un trato más caritativo, pudo serlo con Isabel II, a quien definía como una puta muy piadosa.

El caso de Isabel II inspiró incluso un mano a mano de Gustavo Adolfo y Valeriano Bécquer, obra satírica editada con ilustraciones de corte pornográfico, en el que la reina disfruta del sexo con todo tipo de personajes y en todo tipo de posturas. La afición al Ars amandi de Isabel II llegó a ser tan conocida que su propio nieto, Alfonso XIII, se refería a ella como la puta de mi abuela.

Isabel II
Isabel II

El ardor en la sangre ha sido siempre una constante entre los Borbones, pero la moral de la época disculpaba las andanzas extramatrimoniales en el caso de los varones mientras se mostraba implacable con las mujeres que osaran seguir el impulso de su sangre. De Isabel II cabe decir, en su descargo, que fue obligada a casarse con un primo hermano por quien no sentía la más mínima atracción, y que a decir popular era “más maricón que un palomo cojo”. La pobre reina comentaba acerca de su noche de bodas que resultó lo que cabía esperar de un hombre que llevaba más puntillas que ella en su ropa interior, o sea, nada de nada… en estas condiciones preciso es decir que  se comprende lo que vendría después.

El epíteto de Puta se ha aplicado siempre a aquellas mujeres que han osado contradecir la moral, o bien como suprema ofensa por otro tipo de comportamiento. Antonio Roda Jorge habla en su blog del poema de Leandro Fernández de MoratínEl arte de las putas”, que había sido prohibido por la Inquisición: “Añadía (Moratín) que en Madrid había muchísimas putas, alguna de la más alta clase social, con títulos de nobleza que vivían en palacios de dorados techos, canapés y turcas otomanas, con pajes, abates y cortejos, con peluqueros y mayordomos”. Esta aportación de Moratín arroja luz sobre otro tipo de prostitución que no se da por supervivencia, sino con ánimo de enriquecimiento, y Samaniego aporta a la literatura otro ejemplo de esta costumbre en un soneto del que extraemos la parte que atañe no ya a las clases altas, sino al puterío real:

No te quejes, oh Nice, de tu estado
aunque te llamen puta a boca llena,
pues puta ha sido mucha gente buena
y millones de putas han reinado.

Las putas de sangre real en la antigüedad

Si hubo una Reina de la antigüedad que evoque una imagen de sensualidad incomparable, fue Cleopatra, la Reina egipcia de sangre griega famosa por enamorar a dos grandes hombres de Roma: Julio César y Marco Antonio. Preciso es decir que en el Egipto de Cleopatra la prostitución no solo no estaba mal vista, sino que tenía connotaciones sagradas, y por tanto al practicarla la Reina no contravenía ningún precepto moral; no obstante el epíteto más dulce que se le aplicaba en Roma era el de Ramera. Parece que fue una experta en el arte de la felación, y que por tal habilidad se la conocía por “la boca de diez mil hombres”. Aparte de los muchos encantos que pudiera tener Cleopatra, la leyenda se ha encargado de engrandecer el mito atribuyéndole hazañas como la de practicar la felación a cien soldados romanos, y beber despues de la copa donde todos habían eyaculado.

El historiador Suetonio nos da noticia de la primera mujer de sangre real en Roma aficionada al puterío: Julia, hija de Augusto. Ni siquiera Balkis, la reina de Saba, a quien la Historia ha tratado con tan poca benevolencia, podía competir en fama con la ardiente Julia; ni se vió nadie obligado a recluirla en una isla como tuvo que hacer Augusto para reprimir el eco de sus escándalos. Al parecer Julia no distinguía entre miembros del senado, plebeyos, libertos o esclavos, y organizaba orgías públicas que no tenían nada que envidiar a las de Cleopatra.

Otra Julia, en este caso Julia Livila, pasó a la Historia por encamarse con su propio hermano, el emperador Calígula. Cuenta Suetonio que todas las hermanas de Calígula pasaron por su cama, y que cuando se cansaba de ellas las prostituía entre sus amigos. Las tres hermanas, Agripina la Menor, Julia Drusila y Julia Livila compartían según Suetonio el mismo amante: Marco Emilio Lépido, con el agravante de parentesco puesto que Lépido estaba casado con Julia Drusila, y por tanto era cuñado de las otras dos. Julia Livila compartió con la hija de Augusto el mismo destino de reclusión: la isla de Pandataria, y como su antecesora en nombre y suerte el regreso del exilio supuso un salir de Herodes para entrar en Pilatos, puesto que sería ejecutada en el año 42 de nuestra Era bajo la acusación de adulterio con el filósofo Séneca; la otra Julia había muerto de hambre en el año 14.

Agripina, Mesalina y Popea (de quien llegó a decir Tácito que lo poseía todo menos la honestidad) tampoco se andaban por las ramas, y en los tres casos por pura inclinación al placer.

Difícil de superar era la afición a ejercer la prostitución de Teodora, emperatriz de Bizancio. Juan Manuel González Cremona titula su biografía novelada sobre la emperatriz “Teodora de Bizancio, el poder del sexo”, y nos ilustra sobre la facilidad con que la esposa de Justiniano, de joven, pasó de satisfacer sexualmente a tres hombres de forma simultánea a poder hacerlo con una treintena. En el caso de Teodora la prostitución era el medio de vida natural entre las hijas de familias marginales; “unas se entregaban por placer, las más por necesidad. Teodora por ambas cosas.” De hecho la vida de la emperatriz era “tan increíble que ningún guionista de folletín se habría atrevido a inventar un personaje semejante.”

Pasar por puta sin serlo

Uno de los episodios más rocambolescos de la Historia de España tiene como protagonista a Pedro II el Católico, aficionado al puterío y a encamarse con todo lo que se moviera excepto con su esposa, María de Montpellier. La pobre señora tenía a su pesar un pasado de abusos indignante, movida de aquí para allá según interesara. Viuda del vizconde de Marsella fue cedida por su padre (así, literalmente) a Bernardo IV, conde de Cominges, para que su hermano Guillermo pudiera quedarse con su herencia.

En 1201 Bernardo IV y Pedro II llegan a un acuerdo para  intercambiar los señoríos de Languedoc y Montpellier. El acuerdo incluye el traspaso de María del lecho de su marido al de Pedro el Católico, y el nuevo matrimonio se lleva a efecto tras ser repudiada por Cominges a pesar de que María le hubiera dado dos hijas, Matilde y Petronila. Pronto advierte la reina que su papel va a reducirse al de una ficha del tablero, puesto que Pedro II no muestra el más mínimo interés en convivir con ella siquiera el tiempo necesario para consumar el matrimonio.

Para asegurar la sucesión dinastica hubo que recurrir a un ardid mediante el cual se disfrazó a la reina de puta y se la acostó en la cámara del Rey. Pedro II no supo de la estratagema hasta pasada la noche, durante la cual fue posible que María engendrara a un niño que con el tiempo sería  Jaime I de Aragón.

La puta del Rey

Un caso de personaje que ha pasado de puntillas por la Historia, en este caso de España, por la dificultad de hacerle una semblanza es el de Isabel de Osorio, a quien sus vecinos de Saldañuela, en Burgos, obsequiaron con el sobrenombre de “la puta del rey”. Es el de Isabel uno de los episodios más oscuros de la Historia de España: Por una parte consta que dió a Felipe II dos hijos llamados Don Pedro y Don Bernardino, a quienes Felipe II destinaría mandas en su testamento por valor de 8.000 ducados de renta y 60.000 en muebles y joyas; por otra parte según Guillermo de Orange, Isabel estaba casada con el rey en el momento en que éste contraía matrimonio con María Manuela de Portugal, luego Felipe II se convertía en bígamo. Isabel estuvo siempre presente en la vida del Rey desde su particular corte burgalesa, sin ser reconocida como Reina de España, pero consorte al fin y al cabo.

Los exóticos cuernos del Rey Sol

Un Habsburgo, Felipe IV, engendraría a María Teresa de Austria, quien irá a casar con el célebre Rey Sol, Luis XIV de Francia. Es preciso reconocer que en toda su vida María Teresa solo dió pie a un escándalo de tipo sexual, pero fue éste tan sonado que resulta de obligada mención. A la corte de Versalles llega de Issiny, un remoto y minúsculo reino africano, un regalo asombroso en forma de enano pigmeo. Pasada la primera impresión, el monarca decide traspasar el presente a su esposa para que encontrara consuelo al aburrimiento en que vivía. María Teresa tiene la humorada de llamar Nabo al enano pigmeo, seguramente porque haría honor a las representaciones que sobre esta raza africana se encuentran en pinturas y mosaicos romanos, es decir, que contaría el hombre con un miembro viril tan grande como pequeño era el resto de su cuerpo.

María Teresa de Austria

Nabo y María Teresa se hacen inseparables hasta el punto de que se vuelve moda en Versalles el poseer un esclavo negro; tan inseparables que meses después la reina da a luz una niña de  color. El affaire del Nabo de María Teresa se soluciona aduciendo que durante el embarazo la reina se había atracado de aceitunas negras; haciendo desaparecer al pigmeo y dando por muerta a la criatura, que aparecería años más tarde muy viva e igual de negra en la persona de una monja benedictina llamada Louise Marie Therese.

Louise Marie Therese
Louise Marie Therese

¿Quién dijo que era fría la sangre inglesa?

La reputación consiste en tener el suficiente arte para disimular los propios defectos y hacer destacar las virtudes, aunque éstas sean inexistentes. De ese modo se dan casos de gente que pasa por buena sin serlo, y viceversa. El mejor ejemplo de buena reputación lograda a base de engaño es el de Isabel I de Inglaterra: La Reina virgen la llamaban, por su empeño en no contraer matrimonio más que con su pais; y sin embargo desde los 14 años la señora era más puta que María Ventura.

Ignorada por su padre, Enrique VIII, hasta extremos indignantes, halló protección y consuelo en su madrastra Katherine Parr que, fallecido Enrique VIII, se llevó a la niña Isabel a residir con ella a Chelsea. Katherine Parr había vuelto a casarse a los seis meses de quedar viuda con Thomas Seymour, quien comenzó a cortejar a la protegida de su mujer hasta que la pobre encontró a marido e hijastra en postura más que comprometida. Tenía la niña 14 años, y 39 su más que inapropiado amante.

Isabel I

La madrastra de Isabel decidió, para evitar un escándalo y cortar en seco el desliz de su marido, enviar lejos a la precoz pécora; Hertforshire fue su destino. Desde luego nunca volvieron a verse (hubiera faltado más), pero la bondad de la ex reina Katherine Parr la llevó a proteger la reputación de su hijastra manteniendo con ella correspondencia, cuando lo que procedía era dejar que se la comieran los perros.

En 1560, embarazada La Reina virgen, fingió una hidropesía que justificase el abultamiento de su vientre y dió a luz un hijo al que le fue impuesto el nombre de Arthur. El niño fue abandonado por su madre nada más nacer, y no supo de su origen real hasta bien entrada la primera juventud.

Años más tarde a la reina virgen le entró por los ojos un tal Robert Dudley, conde de Leicester, 41 años menor que ella. Dudley estaba casado con Amy Robsart, que falleció oportunamente tras caer por una escalera (parece ser que ayudada por regia mano). Tal fue el escándalo que motivó la sospecha de que la señora había sido asesinada para que Dudley e Isabel pudiesen contraer matrimonio, que fue imposible ya tal fin. El conde de Leicester tuvo que resignarse a permanecer en los aposentos de su amante sin llegar a ser jamás rey de Inglaterra.

Catalina de Rusia, patrona del animalismo

Catalina la Grande, zarina de Rusia, La Emperatriz filósofa, ha pasado a la Historia entre otras cosas porque la señora tenía un furor uterino que no se lo saltaba un galgo. Eran de dominio público manías como la de recibir amantes seis veces al día en un cuartito erótico destinado a tal efecto que contaba con mobiliario sorprendente, incluyendo un juego de poleas para adoptar posturas inusitadas. Por todas partes había genitales decorativos, en las tallas de madera, pinturas y objetos. Catalina era aficionada al bondage, a los consoladores, y a la zoofilia.

Catalina la Grande
Catalina la Grande

Parece ser que, después de haber visto cubrir una yegua, concibió la idea de que el caballo pudiera darle la intensidad orgásmica que no le procuraban sus seis amantes diarios; de modo que recurrió al  juego de poleas para poder ser penetrada por el animal. La penetración produjo desgarros, rotura del colon y perforación interna; por lo visto el dolor fue tan insoportable que sobrevino un ataque al corazón, causa oficial de la muerte.

La historia del caballo parece más un chisme maledicente que una realidad, porque cuesta imaginarse a la Emperatriz rusa en situación semejante, y además porque siendo una mujer culta no podía ignorar que ninguna cavidad humana se presta a albergar un miembro de esas dimensiones; y no obstante tiene más visos de ser cierta que la versión oficial.

Ya lo decía Carlos III

Ya hemos visto que el furor uterino y la inclinación al puterío no son exclusivos de la gente vulgar. Los Reyes no dejan de ser humanos, y por tanto se mueven por las mismas pasiones que el resto de los mortales. Carlos III no se andaba por las ramas en lo tocante al sexo, hasta el punto de comentar con su madre los pormenores de su noche de bodas en una carta escrita en los siguientes términos:

“Nos acostamos a las nueve de la noche. Temblábamos los dos, pero empezamos a besarnos y enseguida estuve listo, y al cabo de un cuarto de hora la rompí. Desde entonces lo hemos hecho dos veces por noche y siempre nos corremos al mismo tiempo porque el uno espera al otro”.

Esta admirable naturalidad de Carlos III se mostraría años más tarde para responder a la ingenua afirmación de su sucesor, Carlos I, antes de contraer matrimonio con María Luisa de Parma: “Los reyes somos los únicos que podemos estar tranquilos de que nuestras esposas no nos engañan. ¿Dónde van a encontrar algo mejor que un príncipe?”. Cuentan que el Rey constató en aquel momento sus sospechas sobre la poca inteligencia de su hijo, y respondió: “Carlos, Carlos, ¡Qué tonto eres, hijo mío! Las princesas también pueden ser putas”

¡Y vaya si pudo el pobre comprobar la veracidad de estas palabras! Juan de Almaraz, confesor de María Luisa de Parma, desvela en una carta fechada el 8 de enero de 1819 la confesión in artículo mortis de la Reina: “Ninguno de mis hijos lo es de Carlos IV y, por consiguiente, la dinastía Borbón se ha extinguido en España”. Teniendo en cuenta que la señora tuvo, como decíamos al principio de este artículo, 14 hijos vivos de 24 embarazos, si ninguno era de su marido se entienden perfectamente los versos de Machado.

Yolanda Cabezuelo Arenas

Yolanda Cabezuelo Arenas

Yolanda Cabezuelo Arenas es un espíritu libre, extraño equilibrio entre la estricta educación conservadora y la influencia librepensadora de su padre José Luis Cabezuelo Holgado, insigne abogado que durante muchos años lo fuera del Consulado de Italia en Sevilla, ciudad donde era conocido por su erudición.

De su madre, Laura Arenas Green, perteneciente a una familia aristócrata y aficionada a las Artes, hereda el de verbalizar y hacer visible la realidad. Hay que recordar que es sobrina de Luis Arenas Ladislao, conocido fotógrafo cuyo legado diera a la belleza de Sevilla proyección internacional, incluso la Sevilla secreta de la más estricta clausura en e Sevilla oculta, Sevilla eterna y Semana Santa en Sevilla.

Su tatarabuelo, Isauro López-Ochoa y Lasso de la Vega, fue un periodista perseguido por sus ideas liberales; fundador de la revista El Avisador, que contaba con la colaboración de Javier Lasso de la Vega, José Gestoso, Luis Montoto, Antonio Machado y José de Velilla, entre otros.

El ambiente familiar propició el trato desde niña con personajes destacados de las Artes, recibiendo una formación esmerada en el estudio de la Historia, Literatura, Música y Pintura, faceta que perfeccionó en la escuela de Artes Aplicadas y oficios artísticos de Sevilla. También fue alumna de José María de Mena en la escuela de Arte dramático, llegando a interpretar y dirigir obras como Cinco horas con Mario, La vida es sueño, Don Juan Tenorio y La casa de Bernarda Alba.

La principal temática de sus escritos ligeros se centra en el comportamiento humano. Para estudiarlo no ha dudado en introducirse en distintos ambientes sociales, incluso marginales. Aunque reconoce que “habría podido evitar conocer a algunas personas, he aprendido la importancia de los valores viendo las consecuencias que sufren quienes viven sin ellos”.

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