Dvořák fue siempre un hombre humilde, que a los 16 años viaja a Praga desde su pueblo con su padre, el carnicero Frantisek Dvořák, y tiene que hacerlo a pie.
Felizmente la música está en todas partes en esa familia y en ese país, y Tonik, temprano violinista, había crecido en ese ambiente.
Estamos en 1857, el joven emigrante podrá dedicarse a la música como profesión, su padre le permite por fin que concluya sus estudios en la capital checa.
El mismo tiempo que el artista, toma forma ese hombre agradable, ajeno a lo conflictivo que fue nuestro músico, a diferencia de de Smetana y otros colegas. Eso y aquella humildad le allanarán muchos caminos y le propiciarán apoyos.
A comienzos de la década de 1860, concluye Dvořák sus estudios en la escuela de órgano y para entonces ha desarrollado ya una actitud de autocrítica hacia sus propias obras que no le abandonará nunca. Por eso muchas obras de su juventud han desaparecido o surgieron de repente mucho más tarde, aquí y allá.
…
clásica – El País
Antonín Dvorák disponía sin duda de un gran talento, sin embargo, no componía de manera intuitiva, sin pensar. Su amplia biblioteca y los recuerdos de sus amigos evidencian que se trató de una persona muy culta. La literatura fue para Dvorák una importante fuente de inspiración. Basta con recordar sus composiciones inspiradas en las baladas del destacado poeta checo del siglo XIX, Karel Jaromír Erben.
Otro gran amor de Antonín Dvorák fue el arte plástico y, sobre todo, la pintura. Solía pasar largas horas en galerías de arte, llegando a encontrar paralelas exactas entre los cuadros y la música. Conocida es su frecuente comparación de los cuadros del famoso pintor renacentista italiano, Rafael, con la música de Mozart.
Elena Horálková – Radio Praga
Añadir comentario