El tiempo siempre avanza, inexorablemente. Constante, ni más lento, ni deprisa, aunque muchas veces pareciera lo contrario.
Para bien o para mal, no se detiene.
En días tristes, oscuros, esta característica del tiempo sirve de consuelo, con frases como “esto ya pasará”, o “el tiempo cura todas las heridas”. En días alegres, nos recuerda que tenemos que aprovechar el día, disfrutar el momento.
Algunos piensan que la fotografía puede detener el tiempo, que esa fracción de segundo queda atrapada para siempre convertida en una imagen. William Boyd dijo: «Solo la fotografía tiene el poder de detener el tiempo. Todos somos conscientes que el tiempo pasa, nos preocupa el tiempo que nos queda y de repente con esta máquina hacemos un clic y, hop, se obra el prodigio de congelar el instante. Y eso en cierto modo desafía la cronología implacable de nuestra vida.”
Pero eso es sólo una ilusión, apenas un fallido intento. La fotografía sólo es capaz de capturar rayos de luz reflejados por un objeto en un momento determinado, dejando una huella en el material sensible. Sólo una huella, un rastro. Como dijo Roland Barthes, a través de una fotografía sólo podemos afirmar que algo estuvo allí, en ese momento y en ese lugar. Pero ese momento ya es pasado inmediatamente después de tomar la fotografía. Esto, dice, es la esencia de la fotografía: “Esto ha sido”. Ha sido en el pasado, lejano o cercano, pero pasado al fin.
Porque la foto envejece de varias maneras con el paso del tiempo. Y no sólo porque pueda deteriorarse el papel o la película donde fue registrada la imagen, ya que la fotografía digital tiene una ventaja en este sentido, porque los unos y ceros que codifican la imagen pueden resistir mejor el paso del tiempo.
La fotografía en sí es la que se ve afectada. Muta su significado, su interpretación por parte del espectador. Visualizar una imagen recién tomada puede servir como verificación de la captura del instante preciso. Podemos ver la foto y el motivo fotografiado casi en simultáneo. Una foto relativamente reciente puede evocar recuerdos del lugar o personas que aparecen. Para quienes presenciaron el momento de la toma, puede provocar que revivamos sensaciones y recuerdos, pero no es la fotografía, sino nuestra mente quien los ha retenido. Lo mismo para quienes no estuvieron allí. No es un pedazo de espacio y tiempo pasado que se comparte, no transporta al espectador a otro tiempo y lugar. Es, en cambio, un mero reflejo, una descripción visual. Nosotros reconstruimos la historia.
El cambio del significado de una imagen por el paso del tiempo puede ser tal que, en fotos ya viejas, no reconozcamos lugar ni personajes, impidiendo evocar los recuerdos que en otra época y en otras personas lograba.
La foto de alguien o algo que ya no está, no lo trae de vuelta. No tenemos la posibilidad de volver a ver en la fotografía, aquellas emanaciones que la produjeron. Si bien los rayos de luz emitidos en ese momento formaron la imagen registrada, no son esos mismos rayos los que vemos al ver la foto, son rayos de luz actuales que nos muestran el registro, no el hecho ocurrido.
Por eso no intento detener el tiempo con mis fotos. Sólo atrapar en una fracción de segundo, alguna emoción que pudiera sentir estando detrás de la cámara
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