Las nueve musas
Algunos aspectos de sintaxis oracional

Algunos aspectos de sintaxis oracional

En el presente artículo volveremos sobre algunos asuntos de la Gramática funcional y comentaremos algunos temas relacionados con el principio de inmanencia lingüística, el polémico sintagma preposicional, e incluso la oración como unidad sintáctica, en fin, aspectos diversos ligados a la disciplina lingüística y a la sintaxis de nuestra lengua.

Algunos se extrañarán de que una de las palabras del título de este artículo sea “aspectos” y no les faltará razón, ya que, como sabrán los más avezados del lugar, una de las célebres obras del generativismo chomskyano fue Aspects of the Theory of Syntax, y de todos es sabido que es un servidor se halla en las antípodas de esas corrientes y del mediático lingüista –y activista— estadounidense que es su máximo exponente.

Sin embargo, en otro artículo empleé el vocablo cuestiones, así que en este he optado por el de “aspectos”, pero, evidentemente, cuanto exponga se incardinará en el enfoque metodológico funcionalista, deudor del magisterio del maestro E. Alarcos Llorach y de las escuelas y discípulos surgidos en su seno. Por otro lado, también Guillermo Rojo usó el término “aspectos” en su obra Aspectos básicos de sintaxis funcional[1]. Asimismo, se habla de sintaxis oracional no porque se esté en contra del análisis de magnitudes mayores, todo lo contrario, desde las escuelas funcionalistas se concede gran importancia a los elementos extraoracionales, supraoracionales o periféricos (que ya empezó a estudiar el propio Alarcos) e incluso vamos hacia una sintaxis comunicativa que tiene en cuenta el análisis del discurso –e incluso el enunciado como unidad pragmática (sujeta, por ende, a factores contextuales)-, sino porque, en este caso, no excederemos esos límites y, por tanto, aquí cabe hablar simplemente de sintaxis oracional, sirva lo dicho como apunte meramente aclaratorio.

En primer lugar, quisiera hacer mención a un trabajo de Salvador Gutiérrez Ordóñez, que, aunque reviste cierta complejidad y data de principios de los años ochenta del siglo pasado, resulta de sumo interés. Se trata de La determinación inmanente de las funciones en sintaxis[2]. Allí nos habla de uno de los principios esenciales del funcionalismo que es el de inmanencia; para ello comienza con el aserto que cierra el ‘Curso de Lingüística General[3] de Saussure: “La lingüística tiene por único y verdadero objeto la lengua considerada en y por sí misma” y que constituye una de las mejores formulaciones del principio de inmanencia lingüística. Y es que, en Lingüística, como en Filosofía, inmanencia se opone a transcendencia. En nuestro caso significa permanecer en todo momento dentro del marco de un objeto que se ha establecido como premisa de investigación. Como nos detalla didácticamente, existe una inmanencia científica, que apunta únicamente a conseguir conocimiento, y ello libera a la investigación de fines pragmáticos mediatos o inmediatos. Es decir, no estudiamos ya el lenguaje ni por motivos religiosos, ni siquiera filológicos, ni por razones filosóficas, etnológicas, teológicas, retóricas, psicológicas, etc., sino que estudiamos la lengua en y por sí misma como objeto autónomo de conocimiento. Pero ha de haber también una inmanencia metodológica, que implica que la teoría debe estar abierta a un proceso de contrastación con el objeto teórico que pretende describir o explicar. En este punto conviene rescatar al gran Karl Popper, cuando decía que no existe teoría científica que no sea falsable (por mucho que lo critique el histriónico anarcocapitalista Jesús Huerta de Soto). Y, por otro lado, toda argumentaclón o razonamiento se ha de apoyar en el comportamiento empírico de los hechos que configura un objeto. De ahí que no sea inmanente definir la oración como la expresión de un juicio lógico –fruto del llamado logicismo gramatical– porque con ello se apela a conceptos no dados en la lengua.

Al igual que la teoría, los procedimientos determinativos deben ser inmanentes, no contradictorios, verificables y simples. Así, en la organización sintagmática de los decursos lingüísticos intervienen varios componentes: las relaciones, las funciones, los sintagmas que contraen tales funciones sintácticas (los funtivos). Entre los constituyentes de un decurso lingüístico existen relaciones y estas relaciones son responsables de diferencias de contenido. Para ejemplificarlo, recurre al didáctico símil de la obra teatral que se ha venido utilizando tradicionalmente. Así, la distinción entre la función sintáctica propiamente dicha y el sintagma concreto que la desempeña, aunque no formulada de forma explícita, no es ajena a la concepción de la gramática tradicional por cuanto se halla presente en esas analogías de carácter didáctico en que la función sería como el personaje de una obra teatral que puede ser representado por muchos actores, es decir, por muchas palabras. Cuando los gramáticos hablaban de que una palabra contraía una función determinada operaban implícitamente con esta distinción. comprar en amazon

En cualquier caso, como hemos apuntado en artículos precedentes, las funciones sintácticas son elementos abstractos que se encarnan en sintagmas concretos de la lengua; y la imagen tradicional del personaje y del actor sigue siendo aprovechable para la ejemplificación. Los personajes Celestina, don Juan, Bernarda Alba serían, en este sentido, elementos abstractos concretados en cada representación por un actor (que podría ser siempre distinto: Nuria Espert, Gema Cuervo, Terele Pávez, Sancho Gracia, Ramón Langa, Carlos Larrañaga, Nacho Fresneda, Inma Cuesta…). De ello se colige que las funciones sintácticas son invariantes y además independientes del contenido, de ahí que, posteriormente, se haya hablado de funciones semánticas, ya que, por ejemplo, la función sintáctica sujeto podría albergar tanto los agentes como los pacientes o los experimentantes, los animados y los inanimados, etcétera. Así, acabarían distinguiéndose las funciones propiamente dichas, los procedimientos, y los casos o funciones semánticas. Seguidamente, el profesor Salvador Gutiérrez Ordóñez desarrolla la adscripción que en estas teorías se hace de los elementos citados dentro de la semiótica cotejando las diferencias, por ejemplo, entre Guillermo Rojo y el más certero Emilio Alarcos, para quien la relación de “SN concordante” — “Sujeto” se establecería entre forma de expresión y forma de contenido (desde la perspectiva hjelmsleviana).

Por ejemplo, nos dice Gutiérrez Ordóñez que el esquema-abstracto sujeto-predicado-complemento directo (ni ningún otro) no puede ser significante de contenidos como “agente» porque para ello es necesario conocer datos semánticos de los signos concretos que contraen la función sujeto, predicado, etc. Nunca conoceremos si, por ejemplo, un sujeto es “agente” sin conocer previamente ciertos datos de contenido y para ello es necesario descender al plano de las funciones sintácticas concretas. Por el contrario, es perfectamente posible determinar el sujeto de un decurso sin entrar en datos semánticos: basta con identificar la existencia de un sintagma nominal que concuerda en número y persona con un sintagma verbal. He ahí la importancia de los aspectos formales para la determinación de funciones sintácticas y el principio de inmanencia lingüística. Es cierto que, en algunas funciones, se acaba recurriendo a ciertos aspectos semánticos (recuérdese que ya en los Estudios de gramática funcional del español, Alarcos hablaba del componente semántico en secuencias como Escribió esta carta y Escribió esta semana, donde el SN esta carta/esta semana, además de apoyarse en el aspecto formal de la conmutación [posible en el primer caso –la escribió-], recurría también al apoyo semántico), en cualquier caso, desde ese trabajo (1983) han transcurrido muchos años que han servido para el desarrollo de un análisis más exhaustivo en el que se distinguen funciones sintácticas, semánticas e informativas y donde, alejándonos a veces del rigorismo formal de períodos precedentes, pero sin perder el principio de inmanencia, existe un claro sustento en los elementos semánticos y pragmáticos (más allá de que existan oraciones sintácticamente ambiguas: Llegó el día siguiente [el día siguiente puede ser sujeto o aditamento, como bien apunta el propio Gutiérrez Ordóñez en otro de sus trabajos]. No obstante, el trabajo es, sin duda, de enorme interés, como todos los salidos de la pluma del gran sabio del idioma Salvador Gutiérrez Ordóñez, e incluso se alude a la propuesta de R. Trujillo de distinguir entre significante y expresión. Sin embargo, extendernos en este punto solo serviría para repetir con peores palabras y en compromido lo que se expone con meridiana claridad en dicho trabajo (de muy recomendable lectura).

Salvador Gutiérrez Ordóñez
Salvador Gutiérrez Ordóñez

La segunda cuestión (el segundo tema o “aspecto”) que sería bueno comentar es el que trata sobre el polémico sintagma preposicional. En otros artículos ya hemos mencionado un extraordinario, brillante y sobresaliente trabajo de Salvador Gutiérrez Ordóñez como es el de La transposición sintáctica (Problemas)[4] que no podemos dejar de recomendar constantemente y en el que, entre otros temas, también refutaba la errada generalización de que los aditamentos (o complementos circunstanciales) sean de naturaleza adverbial o, en su defecto, hubieran de estar adverbializados cuando, empíricamente, se comprueba que eso no es así, sino más bien de naturaleza nominal con valor preposicional –valor que ya incluyen en algunos casos ciertos adverbios, de hecho, los espaciotemporales serían categorialmente como nombres- o también exponía de forma sobresaliente el comportamiento de las estructuras de relativo (si el antecedente era nominal, el resultado de la transposición era una adjetiva; si el antecedente era adjetivo o adverbio, el resultado, lógicamente, pertenecía a la categoría adverbial) e igualmente reflejaba la normalidad de las dobles –e incluso múltiples- transposiciones de las que ya hablaba Tesnière y que el propio Alarcos reflejaba en aquellos magníficos libros de COU de la editorial Santillana de principios de los ochenta[5], pero ya hablamos, aunque fuera someramente, sobre este tema en artículos precedentes y no es cuestión de ahondar mucho más ahora en ello (eso sí, seguimos animando vivamente a la lectura de ese sensacional trabajo, plenamente vigente en nuestra humilde opinión, y complemento perfecto de su conferencia Lo que no debe decir un gramático). Pero en ese mismo trabajo (La transposición sintáctica (Problemas)) también se dice claramente que en nuestra teoría de la transposición se contempla perfectamente la posibilidad de que un mismo segmento pueda pertenecer a varias categorías, según los contextos en los que arraigue. Y pone los siguientes ejemplos:

  • Habla de París

Viene de París

  • El tren de París

La vida de París

  • Añorante de París

Lejos de París

Lucien Tesnière
Lucien Tesnière

En el primer caso no habría transcategorización, esto es, transposición (traslación en la terminología del gran Lucien Tesnière, ilustre padre de la gramática de valencias y el concepto de actante), en el segundo caso tendríamos adjetivación (modifica a un sustantivo: El tren de París = El tren parisino; La vida de París = La vida parisina), y en el tercero, adverbialización (modifica a un adjetivo [añorante] o a un adverbio [lejos]). Sin embargo, no hay problema en que eso ocurra puesto que las categorías no son una propiedad instrínseca y esencial de los elementos lingüísticos, sino conjuntos a los que se adscriben las unidades que presentan comportamientos sintácticos semejantes. Si en un decurso como de París en unos casos se comporta como los sustantivos, en otros como los adjetivos y en otros como los adverbios, nosotros que somos testigos del comportamiento de la lengua, sostendremos que en unos casos pertenece a la categoría nominal mientras que en otros se produce una adjetivación o una adverbialización. Y continúa Gutiérrez Ordóñez diciendo: “Que la apelación al sintagma preposicional como categoría es una de las mayores aberraciones que se han introducido en Sintaxis y que, por incomprensible que parezca, goza de vida tranquila y apacible”. Y, en efecto, tiene razón, y lo argumenta seguidamente: “Hablar de una categoría sintagma preposicional junto a sustantivo, adjetivo, verbo, adverbio representa una contradicción palmaria. Estas últimas se definen por las funciones que contraen, aquella por un elemento que la precede (la preposición)”, por tanto, “la clasificación correcta sería sintagma preposicional/sintagma no preposicional”.

De lo contrario, “lo que se hace es una incongruencia tan notable como clasificar en el conjunto de oficios /albañil, fontanero, electricista…/ un elemento como señor con gafas”. Pues ese señor con gafas puede ser albañil, fontanero o electricista si sabe desempeñar adecuadamente tales funciones, con independencia, claro está, de que lleve o no gafas. Este didáctico y diáfano ejemplo pone de manifiesto nuevamente la importancia y preminencia de la función, en virtud de la cual se establece la categoría. Además, esta equívoca categoría (la de sintagma preposicional) produce nuevos problemas en la medida en que tendría manifestaciones distintas, sin embargo, no es ese el mayor inconveniente, sino que ¿acaso habríamos de considerar que, en dos oraciones como El profesor presentaba las notas y El profesor presentaba a los alumnos, los segmentos las notas y a los alumnos pertenecen a distinta categoría cuando desempeñan la misma función [en este caso, complemento directo o implemento]? comprar en amazon

Sin duda, la exquisita, sólida y solvente argumentación de Gutiérrez Ordóñez nos parece acertadísima e inobjetable. Sin embargo, aun suscribiendo totalmente el planteamiento, muchas veces hemos de descender a la realidad cotidiana de la enseñanza media y es que, si se me permite un símil futbolístico, no siempre el esquema táctico desarrollado magistralmente por el entrenador luego resulta impecablemente aplicado al salir al terreno de juego. Tradicionalmente se ha venido hablando del sintagma preposicional y actualmente continúa haciéndose de forma persistente. Bien lo sabemos quienes damos clases (incluso particulares) y conocemos el modo de afrontar estos análisis por parte de los docentes –algunos muy buenos- de distintos centros educativos o incluso lo que sigue apareciendo en los libros de texto. Así, el alumnado siempre que ve un segmento precedido de preposición automáticamente lo encuadra como sintagma preposicional. Lo cual no creemos que sea en sí mismo negativo, salvo que, como se viene haciendo, se haga homologable a las categorías (o sintagmas) nominal, verbal, adjetival y adverbial. Aun así, y dado lo arraigado que está el planteamiento, hay que proceder con cautela. Ello lleva a pensar que su abrupta supresión podría generar ulteriores problemas. Además, la situación se agrava cuando, a pesar de la solidez de lo expuesto en líneas precedentes, existen teorías diametralmente opuestas que impiden un acuerdo rotundo sobre el asunto, véase el caso, por ejemplo, de algunos libros de texto (caso de la editorial Santillana en la actualidad[6], no los magníficos libros de COU en que participaba el maestro Alarcos) donde no solo se habla de sintagma preposicional, sino que llega a considerarse al enlace como el elemento nuclear en virtud de la posición que adoptan los autores de dicho manual (siguiendo, por ejemplo, en este punto las ideas de Ignacio Bosque, convenientemente rebatidas por Gutiérrez Ordóñez en Problemas en torno a las categorías funcionales[7]), aunque es de agradecer que, en dichos libros, se aluda también a perspectivas distintas (como la nuestra), siquiera sea en un recuadro marginal de página. Por tanto, la tarea se vuelve ardua, y quienes apostamos por introducir planteamientos sugerentes desde el funcionalismo lingüístico sin renunciar a cuanto de bueno pueda rescatarse de nuestra tradición gramatical, también tenemos que ser conscientes de la situación que se da actualmente y, en ocasiones, de la heterogeneidad de visiones que conviven o coexisten al abordar ciertos temas, incluso aunque estemos totalmente de acuerdo con la visión que de forma sublime nos expone el ilustre catedrático de Lingüística General de la Universidad de León y académico de la RAE que fuera discípulo de Alarcos y continuador de su fecunda escuela.

Leonardo Gómez Torrego
Leonardo Gómez Torrego

En este sentido, hay que recordar que ya algunos autores como el prestigioso gramático, ilustre investigador y egregio filólogo Leonardo Gómez Torrego preferían la denominación de construcción preposicional para el sintagma preposicional en un afán de perseguir mayor precisión y rigor y evitar equívocos. En cualquier caso, no es tanto la denominación en sí, máxime cuando está tan asentada, sino el hecho de hacer ver que ese sintagma preposicional no es homologable al resto de las categorías (funcionales) existentes, o sea, a las de sintagma nominal, verbal, adjetiva y adverbial, intentando así que no se establezcan desacertados paralelismos. Así lo refleja el propio Salvador Gutiérrez Ordóñez en el imprescindible trabajo antes citado Problemas en torno a las categorías funcionales. De hecho, detalla que las frases preposicionales constituyen una de las incorporaciones más discutibles que haya tomado la lingüística europea tomadas como categoría (o sea, al lado de rótulos como nombre, adjetivo, verbo, adverbio). Por tanto, y una vez aclarado el hecho de que no suscribimos el planteamiento de Bosque de considerar la frase preposicional una construcción endocéntrica cuyo núcleo sería la preposición, sino exocéntrica, es decir, sin núcleo, esta se hallaría conformada por el enlace (el nexo que, en ocasiones, podría ser índice funcional; en otras, transpositor…) más el término (sintagma nominal, o incluso adjetival o adverbial) pues no ha de ser considerado núcleo ningún elemento que jamás sea autónomo (y las preposiciones, incluidas las tónicas, nunca cumplen este requisito); por ende, estamos de acuerdo con lo que sigue exponiendo Gutiérrez Ordóñez, que, como puede verse, no proscribe la posible existencia de un segmento denominado sintagma o frase preposicional, sino su adscripción como categoría funcional y al mismo nivel que sustantivos, adjetivos, verbos o adverbios. comprar en amazon

Así, puede hablarse de frase (o sintagma preposicional) como categoría formal, es decir, como conjunto que, por el simple hecho de presentarse como se presenta, por estar acompañado de una preposición, puede tener comportamientos formales específicos. Pero no es una categoría funcional del mismo nivel que frase o sintagma nominal o sustantivo, adjetiva, verbal o adverbial. Además, la preposición puede introducir sustantivos, adjetivos o adverbios, e igualmente puede depender de núcleos sustantivos, adjetivos, adverbiales o verbales, lo que prueba su gran heterogeneidad (de comportamiento). Por tanto, y dado el peso de la tradición gramatical, podremos seguir hablando de sintagma o construcción preposicional, pero, eso sí, siempre que lo hagamos como mera categoría formal, en ningún caso como categoría funcional semejante al resto de sintagmas (nominal, adjetival, verbal o adverbial). Posteriormente, y de acuerdo con el nivel de enseñanza media en que nos encontremos, quizá ya en cursos superiores por cuanto ello conlleva una complejidad mayor, habrá que mostrar los diferentes comportamientos de las preposiciones, pues, en algunos casos, pueden ser transpositores, por ejemplo, transpositor a categoría adjetiva de un sustantivo: Chico de Palencia = Chico palentino; en otros casos, puede tratarse de un índice funcional, como la preposición a de algunos complementos directos (implementos) o la a de los complementos indirectos (complementos, nunca introducidos por para, pese a lo que se ha venido diciendo muchas veces) e incluso, en el caso de los aditamentos (complementos circunstanciales) otras preposiciones que pueden contribuir a mostrarnos la función semántica, pero, no lo olvidemos, la preposición, que no es ente autónomo, sería mero índice funcional. En el primer caso, agotarían su papel en el mero hecho de distinguir unas funciones de otras; en el segundo (aditamentos) aportarían información de funciones semánticas (aunque, con cautela, es simplemente un factor más, pues una misma preposición puede introducir complementos –circunstanciales- de distinto tipo).

Finalmente, hay una tendencia, que creemos positiva, a desarrollar, al menos en cursos superiores, un análisis más exhaustivo cuando nos hallamos ante oraciones complejas. Así estructuras como Se queja de que haya pocas oportunidades, Esa es la consecuencia de que hayas venido tarde, Está seguro de que ganarán el partido; Estuvimos cerca de que nos pillaran, tradicionalmente se consideraban, todo ello (la preposición más la oración transpuesta) como proposiciones subordinadas sustantivas de complemento de régimen (suplemento), complemento del nombre, complemento del adjetivo y complemento del adverbio respectivamente. Sin embargo, se va profundizando, con exquisito rigor, cuando se habla de transposición, y así, en realidad la proposición subordinada sustantiva, esto es, la oración transpuesta sería el segmento oracional (haya pocas oportunidades, hayas venido tarde,  ganarán el partido, nos pillaran) que está precisamente transpuesto por el nexo que (transpositor) y todo ello sería el sintagma nominal, por eso, es loable que haya profesores que prefieran hablar de proposiciones subordinadas sustantivas de término (= sintagma nominal), que, posteriormente, junto a la preposición (en estos casos de), el enlace que hace de índice funcional o de transpositor, desempeña la función correspondiente (complemento de régimen o suplemento, complemento del nombre, del adjetivo o del adverbio). Por consiguiente, podremos seguir hablando de sintagma preposicional, pero siempre que lo hagamos con rigor, como mera categoría formal por la unión de enlace + término, pero como conjunto capaz de contraer muy distintas funciones y, en consecuencia, de comportamiento muy diferente al de las categorías funcionales (sustantivo, adjetivo, verbo o adverbio).

Por otra parte, y como ya he comentado en artículos anteriores, a pesar de la clasificación tradicional de las llamadas subordinadas adverbiales, especialmente de las impropias (o más propiamente, como dice Gómez Torrego, circunstanciales no adverbiales), a la luz de lo expuesto, son muchas veces los propios alumnos quienes establecen analogías, y bastante atinadas. Si ven que consideramos como sustantivas oraciones de enlace + término, o sea, oración transpuestas precedidas de preposición (Confía en que lo hagamos), al llegar a finales como Lo hizo para que le viéramos, coligen con muy buen criterio que el caso sería homologable; y ,en efecto, tenemos una oración transpuesta (le viéramos) por el nexo que, y, a su vez, precedido de la preposición (en este caso, para), y todo ello con función de complemento circunstancial de finalidad (o, en algunos casos, de complemento oracional). Esto simplifica mucho la teoría, pero, sobre todo, muestra mucho mayor nivel de coherencia y rigor, como debe corresponder a una disciplina científica como la lingüística. No obstante, la clasificación tradicional de las subordinadas adverbiales sigue siendo muy preponderante (así se continúa enseñando en colegios, institutos, libros de textos, de cara a las pruebas selectivas de acceso a la universidad…) y los cambios abruptos pueden ser poco deseables, pero, quizá, desde nuestro planteamiento funcionalista, habrá que ir introduciendo poco a poco estas sugerentes visiones, especialmente la relativa al mecanismo de la transposición. Para no crear caos innecesarios ni revoluciones traumáticas hay que proceder con extremada cautela, pero ello tampoco significa resignarnos únicamente a lo secularmente establecido. Posiblemente, una buena idea sea seguir hablando de las subordinadas adverbiales, sobre todo de las impropias (las propias, generalmente, son oraciones de relativo sin antecendente), como de una clasificación más bien semántica (y donde sería más atinado hablar de circunstanciales no adverbiales, aunque nos haya ido salvando lo de “impropias”[8]), pero, a nivel sintáctico, y mediante el mecanismo de la transposición, ir dando también estas explicaciones ya que en ocasiones algunos alumnos llegan a estas conclusiones (e invalidárselas sería tirar piedras contra nuestro propio tejado). Uno es poco sospechoso de querer arrumbar toda una tradición que, aun con sus lastres, también ha tenido aspectos muy positivos a lo largo de la historia; y también, como docente, uno es consciente de la dificultad de introducir excesivos cambios o modificaciones, sobre todo, porque ello, si no se hace de forma correcta, puede derivar en resultados no deseados, pero, como digo, probablemente, se puedan conjugar ambas cosas, esto es, mantener la clasificación semántica de las adverbiales-circunstanciales y, poco a poco, ir mostrando, desde el ámbito sintáctico, la conformación de dichas estructuras (a la luz del procedimiento transpositor), así puede ir avanzándose poco a poco sin generar tampoco graves trastornos ni demasiada inquietud y combinar el escrupuloso respeto a una loable tradición gramatical con el necesario desarrollo de una disciplina científica que no puede frenar su progreso ni hacer caso omiso ante nuevas realidades, sobre todo, si se hace con mesura y delicadeza pues bien sabemos que, en muchos temas, existen discusiones sobre bastantes asuntos que distan de estar resueltos y que, en última instancia, dependen de las visiones que se adopten o del prisma desde el que se observen y analicen[9]; aun así, sigo creyendo que la renovación medida y mesurada de la tradición gramatical –salvando todo aquello que sea posible- con muchas de las aportaciones y contribuciones de la sugerente corriente funcionalista puede dar grandes frutos, y, por supuesto, no solo en los ámbitos académicos de investigación –a veces algo alejados de la realidad cotidiana de la enseñanza preuniversitaria-, que también, sino incluso en la enseñanza media donde se ha de intentar hacer atractivo un ejercicio intelectual tan saludable como el ligado a la actividad gramatical y lingüística que, además, permite a todos cuantos se acercan a él ser conscientes de la estructuración de nuestra más valiosa herramienta, con que se materializa el pensamiento pero que, a la vez, es nuestro esencial instrumento de comunicación, la lengua, el sistema, el idioma, el patrimonio común más consistente de cualquier comunidad de hablantes que comparte dicho sistema.

Guillermo Rojo
Guillermo Rojo

Por último, quisiera hacer mención a otro gran trabajo de Salvador Gutiérrez Ordóñez: “¿Es necesario el concepto de ‘oración’?”[10]. En el título del presente artículo hablo de sintaxis oracional, así que nada mejor que replantearnos la propia existencia o conveniencia de este concepto a la luz de este transgresor –y si cabe más interesante y apasionante por ello- trabajo del académico asturleonés[11]. En dicho trabajo ya alude nuestro erudito lingüista al ingente número de definiciones que, a lo largo de la historia, se han dado sobre esta unidad, la oración, en ocasiones, en combinación con otros vocablos con los que no siempre se ha establecido una correspondencia total. En cualquier caso, claro queda el principio de que la oración es una unidad lingüística y que, por ende, ha de tener una caracterización inmanente. Y, por supuesto, que la oración es una unidad sintáctica. Como muestra en su exposición, han sido muchas las definiciones semánticas, logicistas y psicológicas que se han ofrecido en los diversos períodos. Él considera que las definiciones que apelan al sentido no son necesarias, además de ser esto del sentido tremendamente vago e impreciso; y, por otra parte, al hallarnos ante una unidad sintáctica, con criterios sintácticos ha de ser definida. Posteriormente, advierte de lo poco deseable que resulta recurrir a las definiciones del logicismo gramatical que no satisfacen el principio de inmanencia. Seguidamente, dedica un apartado a las definiciones formales cuyos criterios (formales) sí son precisos e inmamentes, pero no están en correspondencia con la unidad sintáctica oración, sino con la unidad de comunicación enunciado. Finalmente, las definiciones funcionales se apoyan, como sostiene Guillermo Rojo, en la constatación de que “en el interior de las oraciones, los elementos constituyentes contraen entre sí relaciones que no se dan en otros niveles. Esto es, que existen funciones que podemos considerar privativas de la oración y que, en consecuencia, existe una oración cuando se detecta la presencia de elementos que desempeñan algunas de estas funciones”.

Por otro lado, en la Lingüística apareció una nueva unidad, el enunciado. Ya con Emilio Alarcos se hallaban bajo el término oración los ingredientes de lo que, para otros, sería precisamente el enunciado. Sin embargo, la oración es unidad sintáctica, mientras que el enunciado es una unidad de comunicación. Así, aunque el signo enunciativo pueda tener influencias sobre el esquema sintagmático (orden, etc.), el terreno propio de la Sintaxis no sería el enunciado, sino el esquema sintagmático.

Salvador Gutiérrez Ordóñez también analiza minuciosamente el binomio oración / proposición y el de cláusula / oración, pero profundizar en ello excedería los límites de este modesto artículo. Asimismo, habla de la diferencia entre oración y frase y la estructura predicativa que, en principio, se asociaba a la primera y los problemas con estructuras como las impersonales. Para ello, Emilio Alarcos Llorach, con objeto de salvar el jaque mate a la oración, acudió a una solución inteligente y original, aplicable tanto a las oraciones impersonales como a las que no llevan sujeto expreso (de sujeto elíptico, tácito u omitido). Distinguía dos tipos de sujeto: léxico y gramatical. El primero se concreta en un sintagma que concuerda en número y persona el verbo; y el segundo se manifiesta en los morfemas verbales (desinencias). Así, el sujeto léxico es optativo, puede faltar, mientras que el sujeto gramatical es obligatorio por cuanto su inexistencia es signo inequívoco de ausencia de oración. Es cierto que esta visión presenta los problemas que reseña el profesor Gutiérrez Ordóñez, es decir, que el sujeto gramatical está ubicado en el verbo y es relativamente poco convicente sostener que en una forma verbal como trabaja el signo morfológico –a sea sujeto y, a la vez, parte del núcleo del predicado, además de que la relación predicativa no estaría definida en términos sintácticos, sino morfológicos. A pesar de estas certeras objeciones, el planteamiento alarquiano, como reconoce el propio Gutiérrez Ordóñez, nos sigue pareciendo enormemente sugestivo. No obstante, la visión de Lucien Tesnière es brillante cuando pensaba que el esfuerzo de mantener en un mismo nivel sujeto y predicado se debía a la secular influencia de la Lógica sobre la Gramática (el lastre del logicismo gramatical): “En ninguna lengua, ningún hecho propiamente lingüístico invita a oponer el sujeto al predicado[12]”. Así, el sujeto estaría subordinado al verbo como el complemento directo y el complemento indirecto. No explicitamos los argumentos del célebre lingüista francés, pero son incontestables y, por tanto, suscribimos su posición, aunque todavía se siga hablando de sujeto y predicado como constituyentes inmediatos de la oración. Creemos, en efecto, que el sujeto (léxico) es un complemento más del verbo, pero este último sería el elemento nuclear de su respectivo esquema sintagmático, es decir, del sintagma verbal, que sería tanto como decir de la oración. En este sentido, y como apunta el propio Gutiérrez Ordóñez, creemos que se puede seguir hablando de oraciones, eso sí, siempre y cuando se tenga conciencia de que este término es equivalente o variante contextual de frase verbal. O, como decimos nosotros, sintagma verbal (en la medida en que, muchas veces, el vocablo frase se reserva precisamente para aquellas secuencias carentes de verbo). En cualquier caso, la oración no sería sino el sintagma verbal, esto es, el grupo de palabras que orbitan en torno a un núcleo, el verbo, que puede llevar complementos (argumentales y adjuntos o aditamentos), entre ellos el sujeto léxico, que, a su vez, y aunque sea ya adentrándonos en el nivel morfológico, tendría su correlato (reiteramos, morfológico) en los morfemas flexivos o desinencias del verbo (el sujeto gramatical de Alarcos). Por último, Gutiérrez Ordóñez cree innecesaria la denominación de adyacente temático para aquellos sujetos que lo son de formas no personales del verbo en secuencias como Al salir el sol o Saliendo el sol. Cree, con buen criterio, que la ausencia de concordancia también se da cuando el infinitivo funciona como sujeto (Trabajar es duro), problema que se soluciona acudiendo a la sustitución del elemento invariable por otro variable de su misma categoría (El trabajo es duro – Los trabajos son duros). Apoya su teoría en el hecho de que los llamados adyacentes temáticos pueden ser sustituidos por un referente tónico del paradigma de los pronombres sujeto: /yo, tú, él-ella-ello, nosotros-as, vosotros-as, ellos-as/. Es verdad que ello simplifica la teoría, no necesitaríamos dos designaciones para denominar a una misma relación sintáctica: el adyacente temático no es otra cosa que sujeto y, además, el principio de que infinitivo y gerundio tienen los mismos términos adyacentes (complementos, entre ellos, el sujeto) que el verbo finito (conjugado) dejaría de tener excepciones. Aun así, y en virtud de que con las formas no personales del verbo no puede establecerse la concordancia, no vemos especialmente negativa –ni que complique demasiado- la denominación alarquiana de adyacente temático. Lo que sí suscribimos completamente, a pesar de que no es un planteamientos que haya hecho excesiva fortuna entre todos los gramáticos o libros de texto y manuales de enseñanza media, es el hecho de que el sujeto (léxico) es un complemento más del verbo (como el complemento directo) y que la oración, cuyo término abogamos por mantener, pero, eso sí, con precisión y rigor, no es sino el sintagma (o frase) verbal, esto es, el segmento –palabra o conjunto de palabras- ordenadas en torno a un núcleo, el verbo, capaz de llevar distintos complementos, entre los que, claro está, se hallaría el sujeto. Un modesto artículo con afán divulgativo como este nos exime de ser más exhaustivos en el desarrollo de lo que allí se expone, pero, por su enorme e indudable interés así como por su gran brillantez, recomendamos vivamente el trabajo citado, que, junto a otros anteriormente aludidos, nos permiten el desarrollo de análisis coherentes y magníficamente trabados que, poco a poco y sin excesivos trastornos, pueden ir haciéndose presentes dentro de la disciplina lingüística, a todos los niveles, desde el paradigma de la escuela funcionalista.


[1] ROJO, GUILLERMO: Aspectos básicos de sintaxis funcional, Cuadernos de lingüística 4, Librería Ágora, 1983.

[2] GUTIÉRREZ ORDÓÑEZ, SALVADOR: “La determinación inmanente de las funciones en Sintaxis”, Contextos, I/2, 1983, págs. 45-56.

[3] SAUSSURE, FERDINAND DE: Curso de lingüística general, Editorial: Alianza Editorial (Colección “Sección Humanidades), 1987.

[4] GUTIÉRREZ ORDÓÑEZ, SALVADOR: La transposición sintáctica (Problemas), Cuadernos de Lingüística y Didáctica del Español, 10, Logroño. 1991.

[5] ALARCOS LLORACH, Emilio et al.: LENGUA ESPAÑOLA, COU, Santillana, 1981.

[6] VV.AA.: Lengua castellana y Literatura, 3º ESO, Serie Comenta, Saber Hacer, Santillana Educación, 2015.

[7] GUTIÉRREZ ORDÓÑEZ, SALVADOR: “Problemas en torno a las categorías funcionales”, en F. Hernández Paricio (ed.): Perspectivas sobre la Oración, Zaragoza, 1994, págs. 71-99.

[8] Con razón, un gran profesor mío de Lengua, de enseñanza media, Carlos Redondo Torre, nos hizo denominarlas las adverbiales impropias como especiales, sabedor de la complejidad que revestían y de lo inadecuado de la denominación tradicional; aunque sería otro gran profesor, de un curso posterior, el villadino Miguel Ángel Calleja de la Puente el primero en hablarme del maestro Alarcos o Salvador Gutiérrez Ordóñez, lo que me permitiría, tiempo después, afrontar estudios universitarios filológicos con un gran bagaje de conocimientos sobre Lingüística, además de mi profundo sentido gramatical, como bien apuntaría sobre mí la profesora de la Universidad de Valladolid y tutora de la UNED-Palencia Silvia Hurtado González.

[9] A este respecto ya dejó dicho el maestro Alarcos en su prólogo de la Gramática del 94 “Si la sabiduría popular asegura que «cada maestrillo tiene su librillo», en ningún dominio del conocimiento se revela ese adagio con más eficacia que en el de la gramática. No cabe el mínimo acuerdo teórico entre gramáticos, y por algo fueron equiparados con los fariseos hace dos mil años”.

[10] GUTIÉRREZ ORDÓÑEZ, SALVADOR: “¿Es necesario el concepto ‘oración’?”, Revista Española de Lingüística, 14,2, 1984, págs. 23-38.

[11] Salvador Gutiérrez Ordóñez nació en Bimenes, Asturias, pero ha permanecido ligado a León, por lo que el gentilicio histórico de asturleonés suponemos le será especialmente grato.

[12] TESNIÈRE, LUCIEN: Elementos de sintaxis estructural, editorial Gredos, 1994.


 

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