31 escritores argentinos responden una misma pregunta del ‘En cuestión: un cuestionario’ de Rolando Revagliatti.
No concerniendo al área de lo artístico ¿a quienes admiras?

A millones de cumpas, ellos, ellas, elles… que la yugan todos los días… a pesar de todo y tanto.
A Sigmund Freud por su obra gigantesca, por su descubrimiento, “el inconsciente”.
A todos los albañiles que levantaron y levantan las casas que habitamos.
A todas las mujeres y hombres que fortalecen la estructura familiar, el cuidado de los niños, el acompañamiento, su formación. El futuro.

A mi padre, a mi madre, a mi mujer. Al cerezo de mi jardín. Al mirlo que vuela / y vuelve al cerezo.
Te referís a lo consabidamente artístico. Porque arte encuentro en todos los oficios, todas las actividades. Pero te respondo: a un amigo, marido de una amiga, que sabe acariciar la madera y hacer con ella cosas útiles, mientras habla poco y lo ve todo. A un médico, pediatra de tres generaciones de mi familia, que minimiza, tranquiliza, sabe más allá y tiene el registro de que somos un todo y no un conjunto de órganos.
Algunos gestos de valor y renuncia. Y, sobre todo, el coraje que no hace alharaca.
A los hombres y mujeres simples del interior del país “donde se produce toda fuente y tienen de su Patria una idea de limpia grandeza”, a los que se entregan con vida y alma a una causa, a los hombres buenos (que son pocos).
A Muhammad Yunus.
A mucha gente. Por ejemplo, al Dr. Georgios Papanicolaou, quien salvó de la muerte a millones de mujeres al descubrir un método indoloro y rápido de detección temprana del cáncer de cuello de útero.

Admiro a la gente común que sale todos los días a luchar por su supervivencia. Son los verdaderos héroes que hacen al mundo, sin ellos nada sería posible; hablo de los trabajadores y trabajadoras en general, sea en el campo de la educación y la salud, de la ciencia y la tecnología. Me maravillan además las mujeres en defensa de sus derechos y el conjunto de personas que se ocupan de trabajos que hacen a la necesidad de todos, todas y todes cada día del año y que sólo nos damos cuenta de su importancia cuando esa rutina se interrumpe debido a políticas deficientes.
A mi abuela materna, aun no habiéndoselo manifestado nunca. Mi homenaje a ella ha sido a través de la literatura. Mi cuento más premiado, “La más grande, la más oscura”, la tiene como protagonista, como así también varios poemas.
Creo que eso ya está incluido parcialmente en una respuesta anterior, donde menciono a Jesucristo, Gutenberg, Lumumba, Sabin, Ho Chi Minh y Fidel. Pero esto podría completarse con varias personas que fui conociendo a lo largo de mi vida, gente cuyo nombre nada le diría a quienes lean esto; simples trabajadores que hicieron su tarea con eficiencia y respeto por los demás.
En áreas más banales, si es que esta respuesta puede desviarse hacia allí, admiro a algunos futbolistas de Independiente, el club de mis amores. Podría sintetizarlos en uno: Raúl Emilio Bernao.
A las mujeres y los hombres comunes, los soldados rasos de la humanidad, que viven en un mundo que no tiene piedad por nadie, que no intenta ni por asomo comprender a nadie, que no respeta la existencia ni las necesidades más básicas de nadie, y siguen esforzándose por seguir con vida, ignorando generalmente el grado de heroísmo que eso implica.
A las personas que tienen una gran voluntad y constancia para lograr su cometido.
Para mí lo estético cubre todo. El arte contribuye a que pensemos con diferencias, que no seamos tan singulares. Por eso es que me resulta difícil contar con un referente fuera de ese campo. Sin embargo, Sigmund Freud ha logrado imbuirse en el arte y la ciencia. Por eso es un paradigma.
A mí, por haber llegado hasta hoy sin que el odio o rencor prevalezcan.
A mis padres; al doctor René Favaloro; a José Gervasio Artigas; a los héroes y mártires de todos los pueblos en lucha por la liberación.
A mi madre, que de niña tuvo que valerse de su coraje para salir adelante, y que con poco diccionario y mucho trabajo nos educó, nos hizo la vida más dulce, más digna, y en ella admiro a la mujer que siempre fue puesta en segundo plano. Admiro también a la mujer que con sus actuales luchas y conquistas hacen un mundo más justo, por sus reivindicaciones que son para todos. Mirándolas a ellas siento que aún no todo está perdido.

Admiro a las personas que se entregan a vocaciones donde el dolor es moneda corriente: yo no sería capaz. Admiré a figuras como Arturo Umberto Illia, al que conocí. Admiré a ese otro expresidente, Raúl Ricardo Alfonsín. Admiro a mis hijos y a mi esposo por ser buenas personas y comprometidas. Admiro a Bubo (Elena Oroná), de quien vuelvo a referirme, que fue mi nana y a pesar de una vida llena de privaciones, a sus 98 años es feliz, optimista y alegre. Solo tuvo oportunidad de asistir a la escuela, en el campo, hasta segundo grado y hoy devora las novelas con placer a pesar de haber perdido la visión de un ojo. Admiré a mis padres porque fueron seres de luz.
A Ho Chi Minh.
Napoleón Bonaparte, José de San Martín, Nikola Tesla, Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Srinivasa Aiyangar Ramanujan, Fidel Castro, Ernesto Guevara de la Serna, María Eva Duarte, Rosario Vera Peñaloza.
A todos los que se esfuerzan por ser lo mejor que pueden, a la gente sincera, a los que aman la vida y no están todo el tiempo quejándose, a los que intentan superarse pese a las adversidades, luchando por sí mismos y por los demás.
A los voluntarios. Todas esas personas que desinteresadamente llevan adelante infinidad de actividades.
A muchos. Galileo, Darwin. Montaigne, Mandela, Alberdi, Sarmiento, gente que ha tenido la tozudez y la capacidad para enfrentarse, por las mejores razones, con los sólidos muros del prejuicio y la ignorancia.
A mi abuela Berta (Borka, en su idioma natal), el ser más maravilloso, un ser de luz, inagotable luz que me sigue acompañando; ella era una traductora, sin saberlo, ya que me contó cuentos que sólo había pronunciado y oído en su lengua; su convicción para relatarlos era tal que yo conocía la nieve a través de la palabra nieve, cuando era un niño. Mucho después pude tocar nieve, en efecto, ya la conocía. Quizás escribo gracias a ella, o, dicho de otra forma, su gracia me legó la escritura.
Médicos, enfermeros, docentes, todo el personal que está al frente de una nave, un avión, un tren, seres que enfrentan grandes responsabilidades, y el destino de muchas vidas. A los trabajadores y trabajadoras. A los abogados de Derechos Humanos, gente que da su tiempo en beneficio de los demás, a los que atienden comedores comunitarios.
Admiro a los dotados de gran inteligencia, rica sensibilidad, probada maestría, vasta cultura, sano liderazgo. Y entonces aparecen en desordenado tumulto: Georges Steiner, Simone Weil, René Favaloro, Jorge Luis Borges, José de San Martín.
A Lenin, a Usain Bolt, a Bruce Lee, a Marie Curie, a Giordano Bruno, a quien dicen algunos que fue Jesús, a Mahoma, a Leonardo da Vinci.

En general, a filósofos y pensadores como Platón, Kierkegaard, Heidegger, Nietzsche. También a Kant, aunque es árido de leer. Figuras como Sócrates y Jesucristo. Los que dieron giros al pensamiento: Galileo, Marx y Freud.
Admiro —junto al amor infinito que siento por ellos— a mis hijos y a mi compañero. Por las actividades variadas y virtuosas que todos han sabido desarrollar, por defender sus criterios, por ser tan buenos hijos e incondicionales en los momentos difíciles, porque me hacen sentir querida, porque son hermosos, y me contagian risas.
Admiro a mis maestros de danza, canto y profesores de la facultad. También tengo amigos entrañables y muy admirados y talentosos.
A los árboles y a la orilla que siempre cambia.
A personalidades de la estatura ética que alcanzaron Augusto César Sandino, Mohandas Karamchand Gandhi o Ernesto Guevara.
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