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Vermella

Lúa Vermella (Lois Patiño, 2019) Festival de Málaga 2020.

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Del mito al logos y vuelta al mito. En “Lúa Vermella”, de Lois Patiño, hay un despliegue conceptual de todo ese imaginario colectivo inaprehensible de la Galicia que mira a la muerte como un suceso que conecta dos mundos no siempre herméticos, no siempre incompatibles, que transforma la experiencia visual de la película (y sonora) en un prodigio que no sorprende viniendo de quien viene.

Lúa VermellaEn su segundo largometraje el director gallego retoma el paisaje que le dio a conocer, el mismo de “Costa da morte”, para, sin olvidar la peculiaridad física del mismo, introducirse de lleno en un mundo fantástico de raíces paralelas al real, de tal manera que el espectador termina sin ubicarse exactamente en cuál de ambos mundos se está, o si el mundo es único pero las dimensiones que se superponen múltiples. Así, vida y muerte vendrían tan indisociablemente unidas que el espacio que ocupamos podría estar compartido, al mismo tiempo, por las invisibles presencias de aquellos que ya murieron, tragados por el mar o desaparecidos por cualquier otro motivo.

La apuesta de Patiño es arriesgada, y bajo una línea argumental muy simple, la complejidad la aportan las imágenes y el sonido, porque el guión se limita a una búsqueda de un cuerpo desaparecido, el del Rubio, alguien que dedicó su vida a rescatar los cuerpos de los ahogados y que en su obsesión por capturar a “la bestia”, ha abierto definitivamente la puerta que separaba el mundo del inframundo incontrolable, y a los testimonios de aquéllos que fueron en su día sacados de las aguas o vivieron su experiencia terrenal en los espacios donde se filma la película, testimonios no siempre consecuentes, no siempre coincidentes, pero catalizadores de esa experiencia colectiva que une el mar y la muerte.

Lois Patiño
Lois Patiño

En “la bestia” de Patiño hay la resonancia imperecedera del “Moby Dick” melvilliano, y si aquí el color es esencial no es sino para evidenciar que sobrevive de la sangre que succiona a los habitantes de ese otro mundo que vive con el miedo constante de la aparición de una luna roja en el cielo.

En el catálogo de personajes que van recitando sus frases desde la inmovilidad que les ordena el director resulta difícil saber si estamos ante la exposición de una Galicia sin movimiento porque se está muriendo de inactividad o ante el mundo de esos “zombies” modernos rescatados por el cine del presente, un mundo zombificado en el que las almas purgan su desazón y su pesar antes de ser recogidos por la santa compaña y trasladados al lugar que les corresponde. Hay mucha muerte y poca vida en el paseo de sentidos que Patiño propone para desentrañar esta esencia de lo gallego anclada y condicionada por lo marino.

despliegue conceptualEsa fascinación no exenta de atracción y temor por partes iguales trasladada a quien sabe que necesita del mar para sobrevivir, pero que una mala ola o una tormenta en alta mar puede significar el fín de los días. Una ola petrificada como símbolo de un mundo detenido, nadie se mueve en este paisaje agreste adornado por pueblos abandonados, industrias perdidas y barcos amarrados o varados. Sólo el vivo tiene derecho al movimiento, pero siempre pensando en la muerte, en sus muertos, en el espacio dejado libre y nunca más ocupado por nadie.

El Leviathán de Patiño resulta invisible, y será mejor que así sea porque su visión es la antesala de la muerte. Sólo el rugido, perceptible desde la costa, advierte de su existencia.

Mundos insondables que reaparecen en noches de tormenta dispuestos a cobrarse el tributo de sangre que mantenga enrojecido ese magma interior hacia el que los cuerpos se precipitan, paralizados por el terror. De Melville a la Biblia, de Lovecraft, Poe, Blake, Derleth a la mitología popular gallega transmitida generacionalmente, y que termina convirtiéndose en la única manera de conectar presente y pasado mediante la figura de las meigas; seres a caballo entre los dos mundos y que consiguen recuperar aquellos cuerpos que el mar se tragó para consuelo de los vivos y resurrección en otro mundo de los muertos.

Aunque tampoco seríadescartable, abducidos ante la propuesta visual del director y su equipo (Camborda, Lage, Orr, Blancas, Menchaca) que estemos asistiendo a un mundo que ha muerto por completo, del que no quedan sino los restos del naufragio; asediado por el mar desde la costa y por el hombre desde el interior (esa presa hermana de la muerte roja del mar y por la que vagan los espíritus de quienes trabajaron en ella y que funciona como una especie de puerta hacia el abismo), un mundo en el que sólo sobreviven y se mueven los animales irracionales, ya sea una cabra (animal de resonancias esotéricas y, en definitiva, míticas) o una manada de caballos blancos que invade la pantalla ante la inmovilidad de las siluetas humanas que los contemplan petrificados. En el fondo de ese mar rojo lo único vivo es la naturaleza y sus fuerzas telúricas.

En este espacio límbico que Patiño diseña, juega un papel primordial el cómo se ofrece la imagen más que la realidad física en la que se filma, porque ese espacio ha de presentarse deformado (que no deforme) para que el espectador sienta que vivimos en un mundo distinto, a medio camino entre el reino de la bestia y el reino de los hombres. Iluminación, tratamiento del color y sonido ayudan a sumergirnos en estas aguas gallegas profundas e inescrutables en las que no hay tiempo para el festejo ni la relajación.

Si a algo puede parecerse “Lúa Vermella” en la quietud de sus personajes es a lo que ya hizo Eloy Enciso en “Arraianos”, pero aquí llevado al extremo de su uso constante salvo en los personajes de la madre del Rubio y las meigas que emprenden la busca de un cuerpo por encontrar, pero a lo que remite “Lúa Vermella” es al cine del propio Patiño, a su uso del color, la figura y el paisaje que ya se vió en “Fajr” y “Noite sem distancia”, estamos ante una especie de evolución natural de todo el potencial audiovisual de su cine. Con éste se reafirma esa diferenciación cultural entre los territorios del país, lo que puede sonar muy próximo en Galicia quizás suene muy distante 400 kilómetros tierra adentro, pero en la creación, mantenimiento, y contemplación del mito se necesita de la colaboración de todos aquellos que preservan su permanencia.

A los demás nos queda sondear aquello que nos resulte comprensible y rellenar los huecos, omisiones, y hasta contradicciones de lo que dicen los personajes entre sí, pensando en esos mundos desconocidos de raíz milenaria y en el porqué de su existencia.

El miedo a lo desconocido se va abriendo paso en nuestro cerebro con las imágenes, así que en el epitafio no es de extrañar que esas meigas recojan a todos los perdidos que encuentran en el camino y tras taparles con una sábana (de “Finisterrae” de Sergio Caballero a “Ghost story” de David Lowery), orienten su camino hacia el mundo que les toca vivir, y obviamente no debe faltar la imagen del monstruo mientras emite su rugido.

El terror cobra forma y por algo la película se inicia con una carta marina medieval llena de bestias que amenazan en las profundas aguas, alguien debió verlas y contarlas para ser dibujadas; ahora, en el mundo de la imagen, todo es más fácil de compartir, hasta el miedo.


LÚA VERMELLA. España, 2019. Dirección y guion: Lois Patiño. Compañía productora: Amanita Studios, Zeitun Films. Fotografía: Lois Patiño. Montaje: Pablo Gil Rituerto, Óscar de Gispert, Lois Patiño. Diseño de producción: Jaione Camborda. Producción: Felipe Lage Coro, Iván Patiño. Diseño de sonido: Juan Carlos Blancas. Sonido: Aníbal Menchaca. Asistente de dirección: Adrián Orr. Reparto: Ana Marra, Carmen Martínez, Pilar Rodlos, Rubio de Camelle. Duración: 84 minutos.


 

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Miguel Ángel Martín Maestro

Miguel Ángel Martín Maestro, nacido en Palencia en 1967.

Cinéfilo por vocación, magistrado desde 1995 por necesidad para poder ser cinéfilo.

Colaborador habitual en el periódico "Ultimo Cero" de Valladolid como comentarista cinematográfico y único responsable de la web "noshacemosuncine.com"

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