Siempre tuve curiosidad por saber qué había de cierto en esta afirmación. ¿Es la Tapati un medio para revivir las tradiciones de los ancestros o se trata de un acto lúdico y de entretenimiento dirigido principalmente a los turistas?
Me propuse averiguarlo del mejor modo posible: participando en la fiesta.
La Tapati, una fiesta que se celebra todos los años en el mes de febrero en Rapa Nui, nombre polinesio de la Isla de Pascua. Para K. R. Howe, autor de Nature, Culture and History. The “knowing” of Oceania, la expresión de identidad en comunidades insulares continúa estando, de forma abrumadora, en la tradición oral, la canción, la danza y el teatro.
Los orígenes de este festival, que en sus inicios tenía una duración de una semana y que actualmente son dos —tapati significa ‘semana’—, se remontan a 1967. Fue creado por iniciativa de funcionarios públicos y dirigentes deportivos, quienes se inspiraron en la Fiesta de la Primavera que tenía lugar en Chile continental en septiembre y que coincidía con la celebración de la incorporación de la isla al territorio nacional.
En 1975, ya transformada en festival de verano, pasó a denominarse Tapati Rapa Nui y comenzó a ser administrada por la Municipalidad de Hanga Roa, capital de la isla.
A simple vista, puede parecer un certamen de belleza, pues el festival culmina con la coronación de la reina de la Tapati, pero nada más lejos de la realidad. La candidata a reina debe poseer varios requisitos: ser hija de rapanui o de un matrimonio mixto, hablar rapanui y tener nociones de otra lengua extranjera, cursar el equivalente a primero de bachillerato, conocer bien la historia y cultura rapanui, tener conocimientos de geografía y cultura general, y saber bailar las danzas típicas. Las familias se dividen para apoyar a una aspirante o a otra en función de sus lazos de parentesco. El festival se convierte, por tanto, en una competición entre familias para quienes la Tapati supone un gran desembolso económico.
Existen diferentes competiciones que suman puntos, como la confección de vestidos, baile, tallado de moái en piedra, elaboración de mahute (fibra vegetal obtenida a partir de la corteza del árbol del mismo nombre), takona (tatuaje corporal), preparación de pe’ue y moenga (alfombras confeccionadas con totora), así como diversas actividades deportivas como el haka pei, prueba consistente en deslizarse por la ladera del monte Pui sobre unos troncos de plátano y bajar a la mayor velocidad posible para llegar lo más lejos que se pueda.
Cada candidata necesita un apoderado, que es el encargado de dirigir los ensayos y actuaciones. La verdadera actividad tiene lugar en las casas de los isleños. Todas y cada una de las personas que participan de un modo u otro tienen un cometido específico en la organización de los preparativos; unos se dedican a reunir gente y proceder a su selección para formar grupos de baile; otros, a la elaboración de vestidos a base de totora, kakaka (corteza de plátano dividida en finas láminas puestas a secar y trenzadas posteriormente), pure y pipi (conchitas marinas negras y blancas) o plumas de gallina, tarea que realizan las mujeres.
Al igual que en otros aspectos de la cultura rapanui, la comida juega un papel muy importante en los preparativos de la Tapati. Una de las formas de hacer campaña de la joven aspirante a reina es ofrecer comida a sus posibles seguidores. En la isla, nadie se va con el estómago vacío.
Siempre he pensado que los rapanui son artistas desde la cuna, algo que pude comprobar en la Tapati. Existe un concurso de canto bastante curioso en el que cada candidata tiene que reunir un mínimo de quince personas. La competición consiste en cantar canciones en rapanui, de cinco en cinco, y no repetir ninguna; no se pueden interpretar temas de origen tahitiano ni de otras islas de la Polinesia. Pierde el grupo que repite una canción. Hace algunos años, este concurso duró desde las diez de la noche hasta las cinco de la madrugada, lo que constituye todo un ejemplo de su riqueza musical.
Un buen día llegó mi hora. Comenzaron a lloverme propuestas para colaborar en distintos actos y poder aportar así algunos puntos a la candidata a la que apoyaba. La primera que recibí fue participar en el takona, que consistía en vestirme —es un decir— con un taparrabos, embadurnarme con ki’ea, una tierra de color rojizo que se obtiene en ciertos lugares de la isla, y dejar tatuar mi cuerpo de arriba abajo con símbolos tradicionales de la cultura rapanui. Además, tenía que interpretar y aprenderme un hoko (danza primitiva que representa la actividad guerrera) largo y complicado en una hora de tiempo, obviamente en rapanui, algo que me parecía del todo imposible. A pesar de su innegable atractivo, rechacé amablemente la invitación, como también hice con la del baile tradicional. Esta vez fue más bien un acto de caridad, pues mis habilidades con la danza dejan mucho que desear y estaba completamente segura de que haría perder puntos a la candidata. Si a esto le sumamos que debía contonear las caderas como solo un polinesio sabe hacerlo, vestirme con un traje de kakaka y una corona de plumas en la cabeza, pensé que no podía jugarle esta mala pasada a la aspirante a reina de la Tapati. No se lo merecía.
Sí acepté, entre otras cosas, participar en un concurso de lengua rapanui para extranjeros. Siempre me han gustado mucho los idiomas y el rapanui no es una excepción. Me resultaba muy difícil dada su estructura lingüística —su alfabeto está formado solo por catorce letras, nueve consonentes y cinco vocales—, pero conocía un buen número de palabras y pensé que ya era hora de aportar mi granito de arena. Acepté inmediatamente. Me vistieron a la antigua usanza: unos cocos que tapaban mis senos, una falda de kakaka, el pelo recogido en un moño alto sujeto por una cuerda de mahute, como los antiguos habitantes de la isla, y la cara completamente tatuada. Empezaba a sentirme una verdadera rapanui. Gané el concurso, lo cual me hizo sentir un gran satisfacción a la vez que me ocasionó algún que otro problema, ya que los isleños pensaban que sabía más rapanui del que en realidad conocía y solo me hablaban en esta lengua. De ahí la importancia de aprender a decir kai ite au, no entiendo.
El último día de la Tapati tuvo lugar el fin de fiesta frente a los moáis del centro ceremonial de Tahai, iluminado tan solo por antorchas y la lánguida luz del atardecer. Tras un desfile por las calles de Hanga Roa, descalza y con un taparrabos elaborado con una sábana vieja, se proclamó el nombre de la reina de la Tapati. Ganó la candidata a la que apoyaba, algo que me llenó de satisfacción y alegría.
La Tapati surgió en sus orígenes como un evento lúdico que el paso del tiempo, así como la transformación cultural de la sociedad rapanui, polinesia en sus orígenes y chilena desde finales del siglo xix, ha convertido en un elemento reivindicativo de la identidad de un pueblo. Para algunos rapanui, la Tapati es una oportunidad para revivir sus tradiciones e identificarse con su cultura mediante la participación en los diferentes actos que componen el festival. Para otros, siempre es lo mismo, lo que hace que buena parte de los isleños pierdan totalmente el interés en ella y la consideren tan solo un atractivo para los cada vez más numerosos turistas que se acercan a la isla en estas fechas.
Lo único que parece innegable es que los rapanui disfrutan vistiéndose como sus antepasados, interpretando música tradicional y participando en competiciones deportivas que, si bien el fin mismo puede no ser revivir hechos del pasado, al menos les da la posibilidad de pasar un buen rato.
Fotografías © María Eugenia Santa Coloma