Las nueve musas
Beatriz Fiotto

«Todo eso», de Beatriz Fiotto

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Tal como vociferaba aquel otro niño desterrado de la infancia, Miguel Abuelo: “Soy todos tus olvidos y de todos tus olvidos aparece mi alimento”, el álbum de instantáneas que Beatriz compone parece destilar el reguero de lágrimas que no fueron.

Llantos sin lugar, transterradas lágrimas de otro tiempo, encuentran hoy un cauce natural y humectan las palabras que la memoria fecunda y ordena.

Todo eso
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Todo eso (Gatogrillé, Rosario: 2021) es un libro desgajado, aunque de una profunda unidad interna. La unidad de la anécdota orgánica, para emplear un concepto que alguna vez oí decir a Mario Benedetti.  Así, “Piezas que encajan”, “Perrito de madera”, “Minúsculas gotas de garúa”, entre tantas otras, son líneas compactas que logran transferir al lector el sentido profundo de cada experiencia y sus ecos fantasmales sobre la niñez. Piezas dotadas de una voz femenina que modula cadencia y volumen exactos cuando se trata de ir del cuerpo, a la casa y la calle…Precisamente, en esta triple espacialidad se estructura el conjunto de relatos autobiográficos cuyo efecto es el de suscitar epifanías, iluminar puntos soterrados de nuestra propia experiencia infantil.

En la mayoría de estos microrrelatos hay un cuestionamiento en torno a las diferencias de género, a las singularidades subjetivas y culturales de cada grupo social. El anhelo de igualdad que  se percibe como instinto de hambre y sed, no supone, claro está, neutralizar lo diverso, pero tampoco petrificar las posiciones de varón/mujer. En todo caso, se procura evidenciar, corporizar, las formas sistemáticas en que el poder establece jerarquías a partir de esas diferencias.

Ahora bien, como sucede con toda escritura emancipadora, será necesario tomar coraje para atravesar sin resuello imágenes embebidas de angustia, desconcierto, abuso, vergüenza, desprotección: “Me senté en el pasillo, miré la puerta de la calle, esperé que llegue padre a arreglar todo.” Es el dolor de infancia por desalambrar los límites del patriarcado y la pobreza. Sin embargo, también, es una pulsión de ética que reinventa, en el juego y la lectura, en la proximidad de mascotas y vecinos, aquel otro tráfico necesario que atesora ternura para recuperar la dignidad, un nombre, y la sensibilidad al tacto del mejor vestido.

Mestizaje de hábitos íntimos y públicos, arando espacios que se han elegido para la amistad, los deseos, y todo aprendizaje de libertad: “No sé cuándo aprendí a abrir la puerta, pero desde entonces hice mi camino.” Actos cotidianos que campean la propia historia de nuestro país.

Por último, dado el movimiento de sinécdoque que opera desde el inicio, creo oportuno reparar en cómo esta obra asume que la puesta en palabras siempre será un recorte, una versión significativa, para desde allí, poder contar con la subversión como forma de aceptar y transformar la realidad. Todo eso, en suma, brinda una mirada profunda y modesta sobre la existencia.

Después de esta lectura, recordé una hermosa canción, un himno, que declara “se pueden sumar las partes, sin embargo, tú no obtendrás la suma.”  Sin pretensiones de alcanzar absolutos, sin victimización, sin tolerancia u olvido ingenuos, es posible todavía merecer una esperanza:

Una tarde nublada y fría de otoño me llevaste en el volante de la bicicleta, estaba quieta para no desequilibrarte, sin ver hacia dónde íbamos, confiando. El caño como todo asiento y sostén. Los pies sobre el cuadro, las piernas apretadas para que puedas pedalear. Deambulamos por las calles vacías. Mirábamos las casas silenciosas, las veredas amplias, algún terreno aún baldío dispuesto a ser explorado. Los plátanos podados y tristes. Más al este el terraplén y las vías. En el bolsillo de tu abrigo llevabas una hoja cuadriculada y una birome. En la hoja dibujaste un plano con manzanas cuadradas. Frenabas en las esquinas, sacabas el papel y escribías el nombre de la calle. Suavemente empezó a garuar, el pelo se nos cubrió de minúsculas gotas. La garúa enfriaba mis labios. No hablábamos. Nos acompañábamos en ese lugar amable que eran las calles del barrio.

Me gusta pensar este recuerdo porque creo que eso éramos. Dos hermanos relevando como quien perdona, remedia o engrandece un mundo.

Aquella niña enunciada recuerdo tras recuerdo, devenida mujer, pequeña y sola en su nudo, tajea la oscuridad; y por fin, narra, cuaja todo el dolor para alborada del mundo.

Julieta Nardone

José Rico

José Rico nace en Oviedo (España) en 1956.

Estudia en la Universidad de su ciudad natal, las carreras de Derecho y Filosofía y Letras, pero no finaliza ninguna de las dos dedicándose durante muchos años a tediosos y poco edificantes trabajos de seguros, transportes, venta de fitosanitarios, construcción y productos financieros.

Lector apasionado por la poesía desde muy joven es, en la actualidad, Gestor cultural.

Fundador y administrador de la desaparecida red social de escritores en lengua castellana "palabra sobre palabra".

Entre octubre de 2015 y finales de 2016 dirige el Ateneo Las nueve musas donde se imparten cursos online de artes, ciencias y humanidades.

Autor, junto a Alonso Pinto Molina, del blog "Ángel González - poeta", homenaje al poeta de Áspero mundo y Tratado de urbanismo. Blog que se trunca al año de su nacimiento dada la insistencia de la viuda del poeta en censurar los contenidos del mismo.

Editor de "MEMORIA 2012" (Editorial Círculo Rojo), "El viaje" (2013) Editorial círculo Rojo, "La gramática de las cigarras" (2014) Editorial Círculo Rojo. "En este banco" (2016) Ruíz de Aloza Editores.

Desde al año 2015 es Director-Editor de la revista de artes, ciencias y humanidades "Las nueve musas".

En agosto de 2017 comienza con el proyecto editorial Las nueve musas ediciones y a finales del 2020 con el Directorio Cultural Hispano

Ha publicado el poemario "Ayer soñé que calvo me quedaba" (Las nueve musas ediciones - 2020)

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