Hay algo en los villanos que nos seduce, aunque sean villanos. En este mundo hostil, propicio al odio y real, que supera con creces la ficción, nos gusta pensar que hubo un tiempo en que se transgredía la ley, sí, pero con cierto halo de elegancia.

“Enemigos Públicos”, del director norteamericano Michael Mann (“ Heat”, “Collateral”), nos traslada, de la mano de una ambientación y una caracterización magistrales, a la época de la Gran Depresión, circunstancia que, en nuestras conciencias, legitima ya de por sí la picaresca e, incluso, la mencionada transgresión de la ley.
Michael Mann traslada esta vez su amor por el thriller policíaco a los años treinta. Lo hace con extremo mimo del diálogo y del primer plano, pero también con modernas planificaciones y numerosas escenas “cámara en mano”.
El obsesivo actor Christian Bale (“El imperio del Sol”, “American Psycho”) interpreta a un inspector en ascenso, concienciudo y no falto de principios que, aun así, ejecuta finalmente los también modernos y por tanto fascistas métodos del “primer y gran” FBI de Hoover. Bale está, como casi siempre, notable.
Se queda en poco más que dulce y sensual belleza, a excepción de un par de escenas, la oscarizada (“La vida en rosa”) Marion Cotillard.
Los actores secundarios, tanto el séquito del inspector como del histórico ladrón de bancos John Dillinger, están sobresalientes. La banda sonora, efectiva y acorde, alcanza el culmen en los robos de bancos, con rock and roll guitarrero mientras los ladrones vuelan por los mostradores rifle en mano. Todo en pro de la épica, nos va adormeciendo la moral.
Michael Mann dispara siempre en el justo medio entre el bien y el mal, allí donde el ser humano, ni más ni menos que nosotros mismos, es capaz de llegar en determinadas circunstancias.
Intento quitarle la máscara que le proporciona su asesor de imagen, y esto es una visión muy personal, y veo en Johnny Depp un actor que respeta el cine. Inteligente, empezó en series de televisión y fue empezando sin caer casi nunca en la elección de malos papeles. Está genial en “Eduardo Manostijeras”, entrañable en “¿A quién ama Gilbert Grape?”. Construye delirantemente el personaje en “Ed Wood”, en “Los piratas del Caribe”, en “La novena puerta” (Roman Polanski), en “Donnie Brasco”. Creo que solo bajó al sótano de la interpretación en un extraño ejercicio acompañado de Penélope Cruz, que no nombraré.
Está perfecto en “Enemigos Públicos”, en la piel, nunca mejor dicho, perseguida de John Dillinger. Lo está porque ya no imaginamos a otro en el papel. Lo está porque parece un ladrón de bancos en la Norteamerica de los años treinta. Lo está porque nos lleva donde quiere Michael Mann, a una parte de nosotros que siempre hemos soñado ser.
Yo quiero ser como John Dillinger. Nacer sin suerte pero inteligente, buscarla por caminos peligrosos, encontrarla, querer más, no temerle a nada más que a uno mismo, quererlo todo, no retroceder, mirar a los malos tiempos a la cara, mandar con respeto, no titubear, beber con hombría, detener el tiempo al entrar en una sala, ser sarcástico con la policía, tener gusto, llevarme a la chica, luchar y llorar por ella, robar a los bancos en menos de dos minutos, devolver el dinero a los clientes, huir, vencer al miedo, morir asesinado por hombres de placa que no son dueños, como yo, de su propia vida.
Larga vida al cine, a pesar de todo.
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