Las nueve musas
ANNETTE

ANNETTE (Leos Carax. 2021)

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Muerde la manzana y quedarás atrapado en la red de Henry. Durante la primera parte de la película; pues justo en su mitad exacta transcurre la escena de la tormenta marina que produce la transición entre Ann y Annette; el personaje de Ann aparece fotografiado en varias ocasiones con una manzana mordida a su lado, incluso en la primera escena cuando es trasladada al teatro de ópera donde actúa da ese mordisco iniciático con el que comienza la historia y con el que da lugar al hechizo que le une, fatalmente, al destino que Henry McHenry ha diseñado para todos los que le rodean en su vida.

Con el mordisco de la manzana Ann (Marion Cotillard) se acerca al personaje bíblico de Eva, pero termina encadenada a una especie de Blancanieves envenenada por el espíritu de una bruja que, como las de Shakespeare, esperará su momento de venganza dejando salir su odio para perseguir de por vida a Henry (Adam Driver), sobre todo en el mundo de los sueños, cuando el inconsciente vence al consciente y el miedo y la culpa no son controlables.

La manzana marca el inicio del cuento y no olvidemos hacia dónde se dirige Ann al inicio de la película, a representar la ópera “El bosque”, metáfora inquietante del camino elegido para iniciar su relación con Henry, el mundo oscuro e impenetrable de la masa arbolada, mientras Henry llega al teatro “Orfeo” para iniciar su combate pugilístico-dialéctico con el público que, todavía, le adora, un teatro que conduce al mundo de los sueños. Blancanieves penetra en un bosque sin enanos dispuestos a ayudar, salvo que estos vengan encarnados por Carax y los hermanos Mael, autores de la música, mientras Henry vive en un mundo onírico por el que transita con la mirada fija al frente a lomos de una motocicleta que se dirige hacia lo más profundo de la noche.

Ya podemos empezar, el número inicial nos da una serie de claves que no deberíamos perder de vista a lo largo de las más de dos horas siguientes de representación, como dice la canción que acompaña al plano secuencia de arranque, “So may we start”, “hemos construido un mundo sólo para tí, cerremos las puertas y empiece el espectáculo, las salidas están marcadas. ¿Dónde está el escenario? dentro o fuera”, entramos de lleno en el mundo de la imaginación, de lo irreal hecho imágenes para nuestro disfrute, no conviene perder de vista que hemos mordido una manzana y hemos entrado en estos mundos paralelos completamente envenenados.

Que las primeras palabras que escuchamos de Ann hagan referencia al amor verdadero unido al miedo nos preparan para la relación desajustada que está comenzando entre ambos, el mal camino escogido para que el miedo no se interponga al amor verdadero provoca la entrada en una espiral autodestructiva donde ambos, de la misma manera frenética que han comenzado la relación, la dinamiten con la misma rapidez centrando su atención de manera competitiva en esa hija que, ahora sí, ambos consideran una marioneta capaz de manejarse conforme a sus intereses.

Si algo hubiera de criticarse negativamente en “Annette” podría ser su excesivo subrayado con unas ideas que, de todas las maneras, funcionan perfectamente. La idea de la manzana que ya he dicho, y la idea de encarnar a Annette con una marioneta lanzan señales muy evidentes sobre el mecanismo mental que el espectador ha de adoptar cada vez que en la pantalla aparecen ambas representaciones. Ese subrayado, inevitable en el caso de la niña desde que se ha optado por esa forma falsamente humana, resta espontaneidad a la idea, pero no fuerza a la misma; aunque la película sea más sutil con el resto, con sus maneras de representar el miedo y la violencia inherente a cualquier cuento, porque “Annette” no deja de ser un cuento triste, lúgubre, perverso y hasta maligno, donde el amor llevado al extremo de querer moldear al máximo el éxito y la personalidad del otro lo tranforma en pesadilla.

Sutil es la idea de peligro que acompaña la primera vez que suena la canción “We love each so much” que tendrá un efecto desencadenante de la catarsis definitiva del personaje de “Annette” y revelará la enfermiza personalidad de Henry, en esta ocasión retratado como un asesino.

Justo antes de que suenen los primeros acordes de la canción, cuando todo es luz y color alrededor de la pareja, dos manos extendidas, como las de un zombi amenazante, agarrarán suavemente por los hombros a Ann para acomodar el paso de ésta al de un  Henry que avanzaba un poco más atrasado.

De esa idea de amenaza, de no me adelantes, vayamos juntos en esto, surge un “nos amamos tanto” que concluye con esa primera escena sexual de la pareja en una vida de vino y rosas que va a empezar a truncarse de manera definitiva tras el embarazo de Ann, pasando en un encadenado de imágenes de una escena de sexo oral a la mesa de parto donde la mujer mantiene la misma posición.

Lo sutil abunda y cruza por nuestro escenario imaginario, como esa mancha que empieza a aparecer en el rostro de Henry después de que Ann cante el aria de la ópera “The forest”, en donde reconoce no saber quién es con quien comparte su vida aunque creía conocerlo, y el rostro de Henry quede velado con la luz azul proyectada desde el escenario mientras un figurante, en segundo plano, recuerda a la figura medieval de la muerte, guadaña incluida en forma de atípico sombrero.

henryLa personalidad del “yo” de Henry frente al “nosotros” de Ann marca la distancia definitiva al presentarse como protagonista del parto, donde de nuevo, en ese juego de imágenes nunca inocuas, Henry suda más que Ann y pregunta si él lo está haciendo todo bien, mientras Ann ríe entre la impotencia y el desastre anunciado, y ya sabemos que en la película el “laugh, laugh, laugh” del espectáculo de Henry va unido al “die, die, die” del fín de la òpera de Ann, cuyos personajes operísticos, heroínas románticas todas ellas, terminan muriendo.

El personaje narcisista, ególatra y vanidoso de Henry no sufre tras el suceso de la tormenta marina porque el cuento muta. La apariencia más oscura de esta segunda parte donde apenas hay luz diurna es sólo eso, apariencia. El hechizo se mantiene, sólo que ahora es esa sangre envenenada de Ann la que, por voluntad de ésta, se ha activado en Annette para hacer presente en Henry que nunca va a poder borrar de su recuerdo al personaje del que estuvo enamorado.

Que la vida mancha se refleja en los sueños de Henry y en su rostro, esa especie de llama que va extendiéndose por su mejilla, ese bigote de macho alfa que da paso a una barba mefistofélica con la que el cuento de Blancanieves empieza a parecerse al de Caperucita a punto de ser devorada por el lobo en la persona de un padre que pretende dirigir, asumir, modelar y ordenar la vida de una hija que, pese a lo que proclama no es “sólo” su hija, sino la hija de dos personas.

Ha de ser consciente el espectador de estar ante una representación, Carax nos lo ha ido diciendo, y el escenario, ese que no sabemos si está fuera o dentro, nos los recuerda. Por eso esta segunda parte parece más irreal cuando el muñeco asume el motor de la historia y la fantasía impregna las imágenes hasta hacer chocar la realidad con el deseo.

Los cuentos tradicionales tienen una alta carga de perversión y perversidad, salvo que Disney los edulcore para tranquilidad de la familia burguesa. No es el caso de Carax, la profundidad psicológica de su apuesta se adentra en los profundos surcos cerebrales donde las ideas expuestas por Freud terminan saliendo a la luz y el choque deviene inevitable entre el lobo que se acerca a Caperucita en la noche y la idea de “matar al padre” que resulta necesaria para crecer como individuo autónomo.

Una película exigente que juega con tantas imágenes, y las relaciona constantemente de manera alterna, que la experiencia puede resultar agotadora al mismo tiempo que, para mí, satisfactoria. La atención conlleva un desgaste y nadie puede obviar que Carax nos avisa al principio, justo antes de que empiece el espectáculo e invite a su propia hija a sumarse a la contemplación de una pasarela por la que transitan las pasiones más reconocibles del ser humano.

Una atención pedida por los creadores que no queda exenta de la posibilidad de desfallecimiento cuando la historia de amor entre dos adultos se convierte en una oda a la sociedad de consumo y del mercantilismo de la fama teñida de perverso juego de suplantación de identidades, ahí el espectador, ya acomodado al ritmo de ida y venida entre el hombre y la mujer sujetos del romance, puede verse incómodamente obligado a cambiar su percepción, a ser nuevamente exigido donde todo ya había sido asumido. Pero recuerden que todo este mundo ha sido creado para nosotros, así que nada sobra y nada falta, sin esa segunda parte no es posible aceptar la primera, si el título de la película es “Annette” no lo es por casualidad ni porque suene mejor que Ann o Henry, “Annette” es el cuarto personaje de la historia, el tercero no es menor ni poco importante aunque como él se defina es un mero “acompañante”, y necesita su tiempo y su desarrollo para que su personalidad se imponga y obligue a Henry a decirnos “no me miren más”.

Y acabo, un breve apunte, cuando Carax-Sparks hablan del interior o del exterior, ¿invitan a pensar en algo más allá de la propia película? ¿el interior del espectáculo viene justificado por el exterior de los creadores? ¿el exterior del espectáculo, lo que vemos, funciona porque hay un interior del creador?

Obviamente todas esas preguntas deben responderse afirmativamente pero no hasta el punto de querer creer que estamos viendo la vida del director por más que Adam Driver se ponga las gabardinas, los sombreros, las cazadoras y las gafas de sol de Carax, o que sin saber esos datos de los que el propio Carax se ríe en sus entradillas de programas del corazón, que ofrecen una imagen distorsionada al público sobre la relación de la pareja, la película no es entendible o no alcanza el mismo significado. No, no puede ser, el creador vuelca en su obra, como debe ser, sus obsesiones y sus deseos. Pero Carax-Sparks lo dicen, la imaginación, la imaginación del mundo creado para nosotros nos pertenece como espectadores para creernos las historias como nosotros queramos, no como el director quiere, o no, que sean.

Por cierto, la película es toda ella musical. Al final, el mono de dios habrá perdido su manzana y su marioneta, enfrentándose a la soledad derivada de sus actos.

ANNETTE. Francia, Alemania, Bélgica, Japón, México. 2021. Dirección: Leos Carax. Guión: Ron Mael, Russell Mael. Música: Ron Mael, Russell Mael. Fotografía: Caroline Champetier. Montaje: Nelly Quettier. Diseño de producción: Florian Sanson. Producción: Charles Gillibert, Paul-Dominique, Win Vacharasinthu. Reparto: Adam Driver, Marion Cotillard, Simon Helberg. Compañías productoras: CG Cinema, Tribus P Films, Scope Pictures, Detailfilm GMBH, Piano, Eurospace Inc., Garidi Films, Theo Films, Arte France Cinéma, Wrong Men, UGC, RTBF. Duración: 140 minutos.

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Miguel Ángel Martín Maestro

Miguel Ángel Martín Maestro, nacido en Palencia en 1967.

Cinéfilo por vocación, magistrado desde 1995 por necesidad para poder ser cinéfilo.

Colaborador habitual en el periódico "Ultimo Cero" de Valladolid como comentarista cinematográfico y único responsable de la web "noshacemosuncine.com"

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