Diva es un término acuñado en el siglo XIX, como la manera de darles el grado máximo de admiración a las prima donna de la ópera.
Con el tiempo se convirtió en una manera de designar los comportamientos soberbios y caprichosos de las famosas cantantes que sabían que tenían el mundo a sus pies.

Pero ¿qué tan cierto es que se trataba de mujeres cuya banalidad y delicadeza las volvía volubles?
Cuando vemos las condiciones de las mujeres de nuestros días y seguimos sintiendo las manifestaciones de desigualdad de género en nuestra sociedad, incluso en países que se consideran desarrollados, podemos imaginar lo arduo que debe haber sido para nuestras predecesoras ser artistas o creadoras en el siglo XIX y en gran parte del XX.
El caso es que, exactamente en esos siglos donde las mujeres eran poco más que objetos decorativos, receptáculos de sufrimiento y premios de honor o pureza, fueron ellas las que ocuparon los lugares más importantes en la lírica mundial. Muchas de estas extraordinarias cantantes no eran bellas pero todas han creado belleza; no eran princesas, pero su trabajo las convirtió en reinas; no eran pobres que se casaron con ricos, ni vasallas que se enamoraron de nobles; fueron mujeres que crearon su destino sin importar quién fuera el amor de su vida, cuál fuera su origen o cuántos movimientos sociales las rodearan. Fueron, y son, sabias, caprichosas, encantadoras y aventureras, nacieron en épocas de muchas revueltas sociales o de democracias aparentes y sus propios conflictos internos las pudieron volver inescrutables, pero todas tenían algo en común: sabían cantar.

¿Cantar? ¿De qué sirve algo tan banal como cantar? Si tomamos el ejemplo de la diva por antonomasia del siglo XX, María Callas, resulta que cantar la salvó de morir de hambre en la Grecia de la segunda Guerra Mundial, la libró de una madre abusiva y la convirtió en el ícono de la ópera de más de un siglo. El arte siempre es una opción, incluso para quienes no tienen opciones y solo vive del talento.
Estas mujeres, se llamen Giudita Pasta, Luisa Teatrazzini, Adelina Patti o Maria Callas, y se diga lo que se diga de ellas, más allá de su fama de caprichosas o temperamentales, necesitaron mucha disciplina y una fuerza interna importante para convertirse en estrellas de la ópera a pesar de sus circunstancias históricas, o de lo que se les enseñara que debían ser. Fueron las primeras empresarias, las que -en la mayor parte de los casos- sostenían a su familia aunque estuvieran casadas y eso en su tiempo, se esperara del marido. Las que decidieron casarse pusieron a sus esposos al servicio de sus carreras, lo que no impidió que fueran receptáculos del escándalo y la admiración por igual, pero, además, lograron que las trataran, reconocieran y valoraran tanto como a los hombres de su tiempo. Pareciera un reconocimiento menor pero recordemos que incluso en nuestros días, hay muchas mujeres que no lo disfrutan, incluso haciendo su trabajo mejor que muchos hombres.
Las mujeres iberoamericanas, encontraron en el teatro del siglo XIX y principios del XX un espacio de libertad. En países como Italia, España, México, Uruguay o Argentina, ese era el único lugar donde no necesitaban el permiso de los hombres de su familia, ni de sus tutores para trabajar. Ahí podían comenzar vendiendo flores o dulces en la entrada y pasar a ser costureras de vestuarios, chicas de la limpieza y muchos otros oficios que las protegía de la prostitución; o bien, si tenían talento artístico podía convertirse en coristas, tiples, cantantes y lograr algo realmente difícil en la época: cambiar de posición social. Aunque nunca fuera un proceso fácil, se debe decir que ese era uno de los pocos caminos que no llevaba a la explotación femenina denigrante que significaban otros medios de subsistencia.
Las cantantes de ópera lograron ser reconocidas en su tiempo, (aunque en algunos casos sus historias hayan caído en el olvido), influyeron en muchos de los artistas que las rodearon, explotaron su talento bajo sus propios parámetros, rompieron (y rompen, a la fecha) reglas morales y sociales sin pestañear, y se atrevieron a tener una opinión propia en cuanto política e ideología en muchos momentos muy convulsos de la historia. Mujeres como cada una de nosotras, que hicieron con sus vidas lo mejor que pudieron con las herramientas vitales que tenían. En pocas palabras: que lograron ese derecho que muchas otras, aún en el mundo de hoy, no tienen: ser dueñas de su vida.
Aquí, en artículos posteriores, contaremos algunas de sus historias.
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