Muy de moda ha estado últimamente el hablar del arte y la Inteligencia artificial siendo está una relación que a pesar de parecer muy nueva, tiene sus primeras conexiones a través de la tecnología computacional y el circuito del arte durante los años sesenta, a través de la curiosidad y trabajo colaborativo de diversos artistas e instituciones.
Si bien los primeros esfuerzos colectivos registrados con certeza en el continente europeo surgen a través de la exposición Cibernetic Serendipity (1968) en Inglaterra y con Elena Asins en España, el trabajo también se desarrolla años antes en artistas latinoamericanos como Waldemar Cordeiro en Brasil y años después con el mexicano Manuel Felguérez.
Estos trabajos artísticos computacionales se relacionan principalmente con diferentes formas y sistemas de trabajo que los artistas tienen con los medios digitales, la integración de la Inteligencia artificial o mejor conocida como IA, ha puesto aún más en tela de juicio la noción de autor, siendo suplantada por la versión computacional autónoma de creación. Y no es que este dilema no existiera antes, pues ya que fuera por algoritmos, sistemas complejos o IA, esta discusión tecno-artística siempre ha aparecido.
No creo que la pregunta adecuada sea entonces si una IA puede ser considerada como creadora artística o no, sino más bien el retorno una vez más a la cuestión casi introspectiva que cada gran cisma artístico tiene: ¿Qué consideramos como Arte?
Si bien la idea de un artista que se dedica exclusivamente a fabricar imágenes ya no es vigente en pleno siglo XX, lo visual continúa siendo importante en los dispositivos del plano artístico, incluso en donde no pareciera como en el arte conceptual, tal como lo fue en los ready made de Marcel Duchamp, donde se retomaron los objetos de la cotidianidad para convertirlos en objetos artísticos, y donde la transformación como imagen no es lo importante, sino su transformación visual a través del ejercicio cognitivo. Si bien es claro que las imágenes creadas por una IA carecen de estos elementos de transformación conceptual artística, sí recuperan elementos de otras cualidades consideradas como parte del arte, tal como referencias a la literatura, estilos, técnicas, registros e incluso cierta autonomía creativa.
El conflicto entre considerarlo como una obra de arte o no, parece que por el momento no reside en la intervención humana, sino en la conformación de la pureza de la imagen o el arte, pues la intervención conceptual no está siendo considerada por el momento, pues de ser así, una imagen producida por una IA basada en instrucciones humanas, no tendría duda en ser considerada como tal, pues el resultado de la imagen no sería importante, sino su proceso creativo (instrucciones del autor). Esto pensando que en el caso posible de que algún artista consolidado dentro del circuito del arte comenzara a hacer uso de esta tecnología.
La duda de considerar arte a una pieza creada por IA entonces, por el momento no es su pertenencia a un circuito que dejó años atrás la producción de imagen como proceso principal de lo considerado como arte, es la amenaza a la forma y su construcción, a la producción visual como resultado creativo vaciado en un formato físico, a la suplantación de la imaginación como motor para el proceso detonante técnico creador del artista, al desplazamiento de lo considerado original como exclusivamente humano.
Que consideraremos arte entonces, ¿una imagen o un concepto?, ¿un pincel o una orden computacional?, ¿la obediencia o la disrupción? ¿El artista, el código o el programador? ¿El desarrollo o la tradición?
Esperemos que el tiempo nos sirva de guía y podamos experimentar y disfrutar cada uno de sus procesos.
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