Somos raros.
Los gallegos somos un poco raros.
Un país que se paraliza cada 17 de mayo porque alguien publicó un libro, es un país raro.
No lo paralizamos porque nació o murió alguien, o porque alguien ganó no sé qué batalla.
No, nada de eso, lo hacemos solamente porque alguien publicó un libro, y además el libro era de poesía.
Sí, y además ese alguien era una mujer.
Y encima la publicación se hizo a mediados del siglo diecinueve.
Por todo ello hay que convenir que somos aún más raros.
No voy entrar en la pelea desigual entre nacionalismo central y nacionalismos periféricos, todos tenemos nuestras ideas y no soy yo quien va cambiar alguna.
Pero sí creo que hoy es un día para reflexionar sobre la riqueza que supone, que así es como lo hay que ver, la convivencia de distintas lenguas en el mismo territorio
Que en el estado al que llamamos España se mantengan y convivan cuatro lenguas distintas con cuatro culturas diferentes es un auténtico lujo que que hay que valorar y proteger con uñas y dientes por la riqueza que esto supone.
Y sí, es una riqueza brutal saber que cientos de creadores se afanan cada día en aportar su granito de arena a su país en particular pero también a la cultura general.
Según el Ine, el 88,02% de todos los libros que se publican en Galicia son en gallego.
Esto no es baladí y supone la generación de innumerables puestos de trabajo en editoriales propias, imprentas, librerías y creadores.
Sólo por eso exige ya toda nuestra defensa. Estoy totalmente convencido que sin un idioma propio desaparecería ese 88% de publicaciones.
Supone además la aportación de una base de creadores increíbles e irrepetibles: Álvaro Cunqueiro, Castelao, Carlos Casares, Celso Emilio y hasta García Lorca escribiendo en gallego engrandeciendo no sólo el acervo cultural particular, sino también universal
Como en el resto de las facetas de la vida de todos los creadores que van surgiendo, unos pasarán a engrosar la corriente de los mediocres, pero entre la selección natural despuntarán, y despuntaron, luces rutilantes para deslumbrar a propios y extraños.
Y esto está sucediendo todos los días.
Pero esto trasciende más allá de la literatura, porque sí; la lengua crea una cultura propia y diferenciada a la que se unen legiones de pintores, escultores, músicos, fotógrafos que se siente y actúan como gallegos, catalanes, vascos o españoles.
Y eso es bueno. Es muy bueno.
Aborrezco las mentes encorsetadas que son incapaces de ver y apreciar la belleza de una lengua distinta a la suya. Que son incapaces de comprender que las lenguas jamás rivalizan sino que se complementan. Son ellos y sólo ellos los que se empeñan en hacerlas rivales.
Cuando nadie conocía a José Saramago, allá por los principios de los años ochenta del siglo pasado, yo estaba leyendo sus libros, en portugués lógicamente.
La obra completa, en portugués, leída y releída de Fernando Pessoa está desde hace más de treinta años en las estanterías de mi despacho.
Camões, Miguel Torga, Pessanha, Queiroz… En su idioma, con las palabras que escribieron y pensaron. Sin intermediarios.
Esto es lo que me supone a mí personalmente tener un segundo idioma.
Un idioma siempre abre nuevas puertas, nuevas experiencias, nuevos mundos.
Pero no sólo es eso, además te cambia tu estructura mental y tu comportamiento frente a otros idiomas, otras culturas y poco a poco te vas empeñando y consiguiendo leer a Sartre, a Camus o Saint-Exupéry en su idioma natal.
Después te conviertes en más osado y lees a Rusiñol, a Martí i Pol o a Ausiàs March en el idioma que escribieron.
Y te sientes bien.
Y cada vez te sientes más libre
Y sientes una terrible pena por esos que se quedan en la defensa estéril de lo suyo como valor supremo y universal viéndolos tan pobres e ignorantes encerrados en su propia autarquía
Por eso y a modo de pequeña reflexión hoy me siento orgullosamente raro, pero contento; feliz y orgulloso de mi idioma.
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