Yo siempre presumí de ser ribeirao
De niño iba a las viñas de mi abuelo Dositeo ayudar en la vendimia con el resto de la familia y de los vecinos.
Ese trabajo era una fiesta.
A mi padre le ayudé un poco más; no mucho más.
El último contacto que tuve con la Ribeira de Sobrecedo fue un otoño de finales de los setenta. Mi padre y yo, los dos solos en un día de trabajo postvendimia. Nos recibió un viñedo otoñal pletórico de rojos, amarillos, verdes y ocres que yo retraté con mi ‘Werlisa’ Color recién comprada. En el autobús, de vuelta a la ciudad, perdí la cámara. Una desgracia. Retorné al día siguiente de vuelta en su búsqueda sin resultado positivo alguno.
En mi interior siempre supe que volví más por las imágenes captadas que por la cámara. Pero al final, todo se perdió.
Mis padres vendieron ese viñedo y no volví visitar esos paisajes hasta pocos meses después de casarme para mostrarle a mi mujer esas laderas de las que siempre estuviera enamorado.
A los pocos años me salió una oportunidad que no dejé escapar y adquirí mis propios viñedos en las Ribeiras de San Fiz.
Ahora yo ya soy un ribeirao.
Un día luminoso de primavera del pasado siglo descubro, casi por casualidad, las tierras de Ortegal. La ribera llevada a su estado más salvaje.
Santa Marta, Cariño, Cabo Ortegal, Cantís de Ortegal, Serra da Capelada, San André de Teixido, Cedeira, Valdoviño, Ferrol… San André de Teixido. “Vai de morto que non foi de vivo”
El mar me fascinó, me enamoró me dejó “colgado” de por vida,… y eso que soy hombre de ribera.
Tengo que aclarar que soy hombre que se emociona fácilmente con cualquier cosa digna de emocionarse, por muy insignificante que sea. Me emocionan los lugares estén estos donde estén, las personas, las cosas sencillas de la vida,… pero la limpieza de las líneas del agua para mí son punto y aparte…
Ortegal. Ese punto exacto donde el Atlántico cambia de nombre para pasar a llamarse Cantábrico tiene esa aura singular de ser uno de los puntos más mágicos del planeta.
A todo ello hay que añadirle un paisaje sobrecogedor: tres agujas que rompen sin piedad las aguas bravas de un mar aún sin nombre y una micro península coronada por un pequeño y melancólico faro y al oeste unos acantilados que presumen de ser los más altos de la vieja Europa. Depués, al regreso, hay que atravesar una villa que se llama Cariño. Del nombre ya no hablamos.
Juntamos todo y me encuentro con el complemento perfecto y agreste de mis plácidas riberas del Miño
A continuación subo por la Serra da Capelada hasta los acantilados, como ya dije, los más viejos y altos de Europa para acabar en San André de Teixido (vai de morto quen non foi de vivo) y empaparse en uno de los santuarios más insignes de Galicia.
La leyenda dice que San André andaba triste, porque su santuario estaba en un lugar tan apartado que ningún peregrino se acercaba a él, mientras que todos iban al santuario de Santiago en Compostela. El santo le fue a dar las quejas a Jesús, quien lo entendió y le prometió ”André para entrar no ceo, a San Andres de Teixido irá de morto que non fora de vivo”
Desde entonces, las almas de los difuntos que nunca fueron a San André de vivos caminan reencarnadas en pequeños animalitos para cumplir la promesa de Jesús al Santo. Así pues que a nadie se le ocurra matar, pisar o maltratar a las pequeñas lagartijas, pajarillos, o cualquier otro animalillo que se acerque al santuario, ya que está cumpliendo el mandato de visitar el santuario del santo.
Preciosa a leyenda.
La última vez que estuve en San André me encontré la iglesia abierta; había misa, y estaban en la homilía. El cura que celebraba la misa era relativamente joven y estaba echando mil pestes contra la leyenda del santo
No entendía el cura, que esa leyenda de la que él tanto aborrecía, tenía buena culpa de nuestra presencia en ese recóndito lugar. Quedé tan petrificado como el santo. Un momento dudé si contestarle o irme. No era mi lugar, así que, aunque con mucho esfuerzo, me contuve y continué mi camino. La ignorancia es muy atrevida pensé. Y sigo pensando y digo yo, ¿vamos a estas alturas hacer una valoración histórica de los credos religiosos? ¿Puede alguien científicamente y fehacientemente demostrar quién está enterrado en San Pedro? ¿O en Santiago? Científicamente alguien puede creer ligeramente que exista, hoy en día, un trozo de la cruz donde mataron a Cristo, o que exista la lanza que le atravesó su pecho, o que se conserve la copa de la última cena… ¿Y por otro lado, todo ello tendría alguna importancia real para las creencias verdaderas de la gente? Al final lo único que importa es el mensaje. Lo único que importa es que la gente está en San André, en Santiago o en Roma. Nada más. Pobre “crego”, que mente más corta para un sitio tan insigne.
Continúo el viaje hasta Valdoviño donde está el otro banco más bonito del mundo y desde entonces, ya no soy solo ribeirao.
También soy mariñao
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