Miro por la ventana y veo el sol alumbrando los árboles desnudos de enero.
Ayer me asomé por las calles de mi ciudad en busca de nuevas imágenes que capturar.
La llovizna gris cayendo sobre el granito de las calles empedradas y resbalando por las losas de los tejados me devolvió una imagen, gris, triste y desasosegante.
Confusa.
No aproveché la mañana.
La grisalla de ayer se me enfrenta de forma radical al cielo impoluto y a la imagen fractal que los cerezos y nogales desnudos, bañados por este sol de invierno que hoy enmarca mi ventana.
Las sombras son nítidas con una acutancia casi infinitesimal y me transportan al “menos es más” de los minimalista.
Ahí, las líneas, los volúmenes, las formas, los colores puros…. sólo eso es lo importante.
Y nada más que eso.
Yo nunca abracé el minimalismo puro.
Siempre consideré que la vida nunca es pura al cien por cien. Ni las matemáticas lo son.
Son las pequeñas imperfecciones las que garantizan esa emoción vital y constante que nos hace sobrevivir
Las líneas, las formas, los colores puros nunca deben ser un fin en sí mismo, sino el nudo que lleven al fin último.
Ese fin último, como autor es lo debo reflejar en cada obra y cada espectador es lo debe buscar en su interior.
Así el sol que ahora ya entra por mi ventana se impondrá, poco a poco, a la grisalla de ayer
Añadir comentario