“Y aquella tarde,
contra las luces del crepúsculo sangriento,
una walkiria rubia, desmelenada al viento,
llena los aires de rencor: “Las piedras
del Alcázar -les grita- serán lechos
para nuestras mujeres y nuestros milicianos”.
Y las uñas sangrantes de sus manos
repintadas profanan la serena
tarde y la dulce sagra de abejas de oro llena.
¡Ay, maldita, maldita
Tú, la hebrea, la del hijo sin padre:
Margarita!
¡Nombre de flor y espíritu de hiena!”
José María Pemán. Poema a Margarita Nelken.
Quien quiera hacer la semblanza de un personaje que no se encuentra ya entre los vivos —y por tanto nada puede aportar ni a su favor ni en contra— deberá investigar las opiniones de aquéllos que le ensalzan, y de sus detractores; asimismo es conveniente tener en cuenta el axioma latino res ipsa loquitur: los hechos hablan por sí mismos; porque serán estos hechos los que decidan si valió la pena su paso por este mundo.
La hebrea con nombre de flor y espíritu de hiena
Refiere así Pemán los orígenes de Margarita Nelken por ser ésta descendiente de judíos alemanes, tanto por línea paterna como materna. La madre era francesa, pero se apellidaba Mansberger; el padre regentaba una joyería en el centro de Madrid, en la Puerta del Sol número 15.
Desde niña destacó por su talento intelectual. La walkiria desmelenada al viento no recibió de la naturaleza otros dones que una inteligencia despierta y la capacidad de amar las artes; físicamente era Margarita Nelken una mujer poco atractiva; ni siquiera los ojos, que eran de un azul desvaído, podían llamarse bonitos. “Había mujeres más feas y de peor figura, pero salvadas por la Gracia. En ella todo era repulsión” (Edgar Neville).
Pasada la primera juventud, en la que la mujer poco agraciada tiene aún el aliciente de los poquitos años, su aspecto se volvió agresivo, odioso, casi repugnante; pero fue peor la transformación de su espíritu, de humano a hiena.
Azaña, a la sazón presidente de la República, resume sus cualidades en un párrafo escrito en 1932: “Es la indiscreción en persona. Ha salido con los votos socialistas, pero el partido socialista ha tardado en admitirla en su seno, y las Cortes también han tardado mucho en admitirla como diputado. Se necesita vanidad y ambición para pasar por todo lo que ha pasado la Nelken hasta conseguir sentarse en el Congreso”.
La referencia inequívoca de Azaña sobre la moralidad, más bien ligera, de Margarita Nelken la confirma el hecho de que en aquella época fuera madre soltera, con dos hijos de padres diferentes, y la reseña de Edgar Neville: “Había arrastrado una triste vida sentimental. Los hombres que se le habían acercado eran como ella, de oficinas oscuras, de plataforma de tranvía de las afueras; sin la gracia paleta de los hombres del pueblo y sin el estilo de los hombres de raza”.
Esta triste vida sentimental motivaría más tarde el odio al hombre —que hoy día se toma por feminismo en un amplio sector de la sociedad—, pero sobre todo a la mujer honesta. No duda en señalarlas para su exterminio en artículos incendiarios:
“A las alimañas se las aplasta por eso: porque son alimañas. Y a las fieras dañinas para el hombre, el hombre consciente debe suprimirlas para salvaguardia de la humanidad. Allí las tenéis, camaradas. Allí habréis de encontrarlas”.
A esta mujer que señalaba a sus compañeras para ser asesinadas se le rinde pleitesía en la moderna amalgama de ideas políticas e ideologías que pretenden ver en ella una representante de la lucha feminista. Esta pleitesía resulta no sólo un despropósito, sino un salvaje escupir sobre la sangre vertida: sangre de miles de mujeres honestas; madres de familia; novias, hermanas o hijas; mujeres que excitaban sin saberlo el odio de clases y de condición. Puesto que no era posible convertir la basura en oro era necesario reducir el oro a basura, emponzoñar las virtudes de la mujer honesta para convertirla en una de aquellas arpías sedientas de sangre… La que no se sometiera a tal transformación debía pagar con su vida.
Félix Schlayer, el Schindler español
De todas las opiniones sobre Margarita Nelken, quizá sea la de Félix Schlayer la más digna de crédito por la calidad humana de quien fuera en aquellos terribles años cónsul de Noruega. Schlayer aprovechó su condición de diplomático para denunciar crímenes contra los derechos humanos, y para salvar las vidas de muchos perseguidos, acciones que le valieron el sobrenombre póstumo de “el Schindler español”. Fue el primero en denunciar las sacas de presos y los asesinatos en masa que se perpetraron en Madrid en 1936, así como los terribles sucesos de Paracuellos. Su libro Diplomat im roten Madrid (Un diplomático en el Madrid rojo) vio la luz en Berlín en 1938, pero no sería traducido al español hasta el año 2005, con el título de ‘Matanzas en el Madrid republicano‘.
Tres corresponsales extranjeros, además de Schlayer, dieron fe de los asesinatos, y de la participación en ellos de Margarita Nelken. Después de exigir una saca de presos en La cárcel Modelo “los arrimaron a la pared… los abrieron de brazos y piernas y los crucificaron. A uno o dos los pusieron de cabeza abajo… Mojaron a todos con gasolina, y para acabar les dieron fuego. No escapó ni uno”. (José Augusto, 17 de agosto de 1936, Diario de Noticias)
Félix Correia añade: “Estábamos asombrados e indignados. Asistían a esto, tan aterrorizados como nosotros, nuestros compañeros Leopoldo Nunes, José Augusto y el periodista francés que escribe en Le Matin, Guillaume de Brassy. Pero lo que parece imposible es que haya naciones que por acción u omisión estén ayudando a estos bárbaros que avergüenzan a la especie humana”.
Entre los bárbaros Margarita Nelken, triunfante, asistía al espectáculo. Como diputada socialista encontró los medios de que se la autorizase a sacar de la cárcel Modelo “los presos que deseara y en la cantidad que estimase pertinente” para ser conducidos a su exterminio. Participaba de ese modo en los asesinatos en masa de Paracuellos: miles de personas, religiosos, militares, falangistas, ciudadanos acomodados encontraron la muerte por el simple hecho de no participar de las ideas comunistas, en un episodio que la Historia recordará ya siempre como el más temible de cuantos ocurrieron en la zona republicana. (“El terror rojo”, “Paracuellos, una verdad incómoda”. Julius Ruiz)
La rivalidad entre Nelken y Pasionaria
Refiere Schlayer la condición del odio en una entrevista con Dolores Ibárruri, La Pasionaria: “Hacia el final de la conversación le pregunté cómo se imaginaba ella que las dos mitades de España, separadas la una de la otra por un odio tan abismal, pudieran vivir otra vez como sólo un pueblo y soportarse mutuamente. Entonces estalló todo su apasionamiento: “¡Eso es simplemente imposible! ¡no cabe mas solución que la de que una mitad de España extermine a la otra!”. Tan asqueado quedó de constatar este terrible odio en La Pasionaria, que Schlayer añadió en su crónica un comentario ácido, pero no exento de lógica: “No podía, por tanto, quejarse si la parte contraria le había aceptado la receta”.
Baste la reseña de Schlayer para discernir que en la Pasionaria había encontrado Margarita Nelken la horma de su zapato. Al pasarse del partido socialista al PCE, la Nelken “esperaba ocupar en el partido comunista el lugar que le correspondía por sus méritos, infinitamente superiores intelectualmente hablando, a los de Dolores Ibárruri. Pero la plaza estaba tomada y Dolores la defendía con uñas y dientes” (Federica Montseny. Espoir. 14 de abril de 1969)
No se puede añadir a las palabras de Federica Montseny nada más esclarecedor sobre las relaciones entre aquellas dos mujeres, que compartían ambición y un deseo desmedido de sangre. La Pasionaria era de más baja extracción social, pero como la cultura no había obrado en la Nelken el pulimiento de los instintos primarios, estaban igualadas. No cabía esperar de la relación entre ambas otra cosa que no fuera un choque de trenes.
Dolores Ibárruri captó enseguida la esencia de la otra, y no permitió que la desbancara en el PCE. Teniendo en cuenta el carácter del personaje es fácil imaginar que Margarita Nelken albergara un humano sentimiento de envidia hacia aquel otro monstruo sanguinario que, valiendo menos que ella, recibía el clamor popular.
La absurda idea de convertir a Margarita Nelken en un icono del feminismo
Ser la primera mujer diputada en España fue el único mérito de Margarita Nelken a favor de la causa feminista. Lástima que este mérito no se hubiera logrado por otra mujer con verdadero interés en la igualdad y en la Justicia, cualesquiera que hubieran sido sus ideas.
Lejos de luchar por los derechos de las mujeres, no abogó por el sufragio femenino por temor a que los votos se inclinaron hacia el lado conservador. Para Nelken la mujer española era ignorante y paleta, dada a consultar con el confesor también la intención de voto; luego resultaba necesario privarlas de ese derecho.
Para la Nelken existían solo dos tipos de mujeres: las que eran como ella, y las demás. Leopoldo Nunes la definió como un monstruo enfermo de odio, también hacia las mujeres: “En ese monstruo de perversidad no cabe la calificación de mujer”.
Probablemente su odio al hombre nace de la situación que tan bien expresa Neville: “Ella sabía que había algo más en el mundo de Gordon Ordax y Basilio Álvarez, pero a los demás hombres ella los vio siempre, a través de sus impertinentes, alejarse con otras, con aquéllas que hoy hacía fusilar”.
Este odio hacia los hombres que la huían, y hacia las mujeres de condición superior, probablemente tuviera su origen en el mismo sentimiento de envidia que viviera Nelken por La Pasionaria, que la privaba de disfrutar la gloria en solitario. Con objeto de saciar su sed de sangre escribe en agosto de 1936 “Las hembras de los señoritos”, un artículo en Claridad destinado a exacerbar los ánimos:
“Allí las tenéis, en los atardeceres sevillanos, paseando con algazara por la calle de Tetuán con sus estampitas del Sagrado Corazón y sus lacitos bicolores al pecho. […] Allí las tenéis. Sin equivocarnos podríamos contarlas una a una como las enumera el pueblo sevillano, el verdadero pueblo de Sevilla, en esa lista grabada en su memoria y cuya cuenta habrá de salvarse inexorablemente. Ya falta menos. En ese momento no faltarán, de seguro, gentes sencillas, gentes todavía liberales, para implicar piedad para las mujeres. Ese día habrá que establecer la diferencia -rotunda, infranqueable- entre las mujeres y las hembras.”
El resultado del artículo no tuvo efecto tan sólo en Sevilla; sobre lo acontecido en Madrid escribe Edgar Neville:
“En aquel terrible Madrid de agosto del 36, cuando el terror llegaba al máximo, apareció una noche en “Claridad” un artículo de Margarita Nelken en que pedía a las milicias no se limitaran a asesinar hombres, sino que incluyeran en “los paseos” a las esposas, novias o hermanas de los perseguidos. […]
El artículo tuvo su efecto, las arpías de los barrios se unieron a la ronda de la Muerte y comenzaron a caer finas mujeres de la burguesía, blancas y espigadas madrileñas en plena juventud, pues a la incitación criminal habían respondido los más bajos sentimientos humanos y aquéllo se convertía en la venganza, en suspenso durante siglos, de la fea contra la guapa.
Eran las feas en celo, las contrahechas en rebelión, supurando odio y envidia, vengando en aquellas víctimas un daño del que eran inocentes, vengando el desaire perpetuo de los hombres hacia ellas”.
La venganza de la fea contra la guapa, del ser vulgar contra el distinguido, del ignorante contra el cultivado… es conveniente advertir que Neville retrataba en el 36 el mismo tipo de arpía, y las mismas motivaciones, que se dan en el movimiento feminista radical en los tiempos actuales.
Contra la pleitesía indecente que dicho movimiento rinde a Margarita Nelken cabe terminar este artículo con palabras de Edgar Neville, que expresan el único reconocimiento del que se ha hecho merecedora:
“Margarita Nelken es un tipo representativo, azuzadora del odio, promotora de la Muerte, merece nuestro encono eterno, nuestro castigo inexorable”.
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