El arte era para los antiguos helenos un modo de contemplar las cosas y una experiencia estética: podría ser algo bonito o bueno –es decir, correcto o útil-, y también sería posible que tuviera otros aspectos; una aproximación sociológica y psicológica. Era, su finalidad esencial, una mímesis en el sentido de imitación de la Naturaleza, que los ojos de los espectadores lograrían captar sin mucho esfuerzo.
Pero las percepciones temáticas y estilísticas y el interés del ser humano en los fundamentos filosóficos del arte cambian entre las Eras y son diferentes entre las franjas etarias de las personas.

Los antiguos egipcios consideraban que los escultores arcaicos de Grecia eran sus discípulos. Más tarde, el arte griego se diferenciaría mucho del egipcio, que aplicaba unas analogías sin tener en consideración las exigencias visuales. Para los helenos, la escala del cuerpo humano era la medida perfecta.

Entre los años 1.600 y 1260 a.n.e., Micenas -la “ciudad de mucho oro” que refiere Homero en su Ilíada (s. VIII a.n.e.)- combinaba la cultura minoica del Sur con varios rasgos de la proto-helénica, que había bajado desde el Norte. La civilización micénica llegó a su decadencia entre los siglos XIII y XII, cuando los dorios se establecieron en la península de Grecia, tras las presiones que sufrieron de parte de los ilirios.

Entonces comenzó el período arcaico (siglos XII – V) y se fundaron las primeras Ciudades-Estado (s. VIII-V) con regímenes aristocráticos; era la época en que los helenos respetaron la tradición y los cánones estrictos en el arte. Y llegaron los dorios a fundar colonias en Sicilia –la Magna Grecia.
Mientras tanto, los jonios se habían trasladado al litoral de Asia Menor (las costas de la actual Turquía), donde “procrearon” un arte híbrido con elementos minoicos y con rasgos del arte orientalizante. Su típica curiosidad innata por todo lo nuevo, les hizo encaminar a sus gobernadores hacia la democracia.

El dualismo entre dorios y jonios prevaleció en Atenas y se contemplaba claramente en el arte: la búsqueda de cánones estables que regirían la belleza, provenía de la tradición dórica, mientras que el amor por vivir la realidad y por la estética, era propio del carácter jónico.

Las adversidades en el mar y las contrariedades en la tierra, la lucha contra la sed y el combate con los vientos han dotado a la gente helénica con perseverancia. La fragmentación de su litoral y de sus islas ha hecho del griego un regionalista. Las olas lo llevaron hacia la indagación de lo nuevo. Su tierra infértil le ha obsequiado con paciencia. Dulce el clima del olivo; este árbol, cuyo tamaño queda a la altura del ojo humano, forma parte de la armonía natural, la cual ha creado la correspondiente artística; y eso porque la Naturaleza es la generadora de civilizaciones, y el hombre ha sido su medio creador. Dice Felipe Fernández Armesto –el profesor español en la Universidad de Oxford- que esa Naturaleza, que se mantuvo al alcance de la mano humana, ha hecho que los helenos obtuvieran la noción de la democracia.

La paulatina industrialización, en paralelo con el comercio, hizo que los reinos patriarcales de los nobles pasaran en manos de la clase media, estableciendo de este modo la democracia. Los viajes de los comerciantes los alejaron de sus primitivas creencias religiosas; así, cambió el modo heleno de pensar: de ahí en adelante, lo natural se consideraba superior a lo sobrenatural. En la Grecia clásica fue consagrada una religión de seres humanos felices y con superpotencias. Una creencia espiritual llena de luz y serenidad.
Y ese fue el comienzo de la filosofía en el siglo VI a.n.e.

El Epicureísmo (s. IV-III) es un sistema filosófico que promueve la búsqueda de una vida buena y feliz mediante la administración inteligente de placeres y dolores, la ausencia de turbación, llamada “ataraxia” y los vínculos de amistad entre sus discípulos [vivir desapercibidamente].

La danza era para los helenos el arte que lograba la catarsis de las pasiones, y la música contenía la voz de los sentimientos; liberaba el alma de las cadenas de su cuerpo carnal.

La noción de “ars gratia artis” no existía en aquellas épocas remotas; el arte tenía un carácter social. En vez de la solemnidad y la exageración, prefería la sencillez –hasta la austeridad, como en el caso de los capiteles dóricos. “Tenía, el arte, la misma finalidad que el vino”, enseñaba Homero -quien, según los filólogos, no era una sola persona, sino un conjunto de poetas y trovadores de la Antigüedad.

El artista heleno antiguo tenía un profundo conocimiento innato –un talento- que le había legado la Naturaleza; la enseñanza ocupaba -según él- un puesto secundario. La belleza era para los helenos funcional y útil. Bellos eran –según ellos- los simples esquemas geométricos: el triángulo, el cuadrado, y el círculo. Posteriormente, el Hombre de Vitruvio (80/70-c.10 a.n.e.) –adoptado más tarde por L. da Vinci-, tenía proporciones simétricas: colocando un compás en su ombligo, observamos que se forma un círculo que toca los dedos de sus manos y de sus pies. Era, entonces, la belleza una relación de medidas exactas entre los miembros arquitectónicos de los templos.

El arte antiguo extraía lo bello de la Naturaleza. Era una belleza psicofísica: espiritual y corpórea: las formas se capturaban en movimiento, y así se le atribuía valor a la simplicidad. Representaba la armonía del cuerpo y del alma. La serena solemnidad y la noble sencillez.

La estética de los filósofos seguía dos vías: los principios matemáticos de Pitágoras y los psicológicos de Sócrates y –más tarde- los de Aristóteles. Los pitagóricos enseñaban que el Universo tenía una estructura armónica; por eso lo denominaban “cosmos”, que significaba: “orden bueno / correcto”. Según su cosmovisión, cada movimiento regular producía un sonido armónico que se llamaba “música de las esferas”, es decir, de los planetas. Era, según ellos, el cosmos esférico. Y consideraban los ritmos musicales como efigies del alma. Consecuentemente, un ritmo correcto indicaba una vida espiritual bien ordenada y armónica, que definía la felicidad.
Los himnos délficos son dos composiciones musicales de la antigua Grecia, datadas entre los años 138 a.n.e. y 128 a.n.e.
El arte clásico de los helenos representaba la realidad, pero incluía también un elemento de idealización. La belleza se basaba –según Pitágoras- en la analogía (como su cosmos), y según Sócrates era la expresión del alma. Esa última teoría colocaba al ser humano más cerca del arte. Por lo general, era lo bello algo multifacético y variable.

Los helenos tenían tres medidas para la belleza: para los sofistas era una experiencia estética subjetiva, según los pitagóricos era una regularidad armónica objetiva, y para Sócrates, lo bello estaba relacionado con lo correcto que cada cosa ejercía.
Platón hablaba de la belleza de los esquemas abstractos y de los colores puros. Según él, lo bello no debía exigir esfuerzo o cansancio corporal. El filósofo Epicuro percibía la vida de un modo parecido. El criterio del buen arte era la utilidad, es decir, la capacidad de formar un carácter ético.

Aristóteles, definió la tragedia como “imitación de una acción seria e importante, completa y de cierta amplitud, en lenguaje sazonado, que tiene separada cada una de las especies en las distintas partes, actuando los personajes y no mediante relato, y que mediante temor y compasión lleva a cabo la purgación (catarsis) de tales afecciones.” Más adelante, el filósofo dirá que los elementos esenciales de la tragedia son seis: fábula (mythos), caracteres (êthê), pensamiento (diánoia), elocución (lexis), melopeya (melopoiia) y espectáculo (opsis).

Cuatro eran las finalidades del arte: según los pitagóricos, tenía la intensión de llevar a cabo la catarsis, de acuerdo con los sofistas causar placer, según Platón enseñar la ética, mientras que Aristóteles atribuía valor a todo lo antes mencionado. “Efsynopton” es una palabra griega antigua que significa: “algo que el ojo humano puede captar fácilmente”; y ese era el sentido del arte para los helenos de la Antigüedad clásica. Entendían el arte como una mímesis –es decir, una función- y como una catarsis de sentimientos –o sea, un resultado.

La idea de las analogías apropiadas constituía la fuente de la belleza. En fin, los jonios –que buscaban lo nuevo y no les preocupaba tanto mantener la tradición, como hacían los dorios- decían que las obras maestras absolutas, totales e insuperables, es decir, las formas eternas e inmutables del arte, podrían ser un obstáculo para el desarrollo y la nueva creación.
