Las nueve musas

Juan Rulfo nunca estuvo aquí

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 Los lectores esperaron con ansia durante años una nueva obra del autor, nuevos personajes característicos de Rulfo.

No se dieron cuenta de que Juan Rulfo se encargó hasta el final de su vida de crear lenta pero concienzudamente otro maravilloso personaje, otro fantasma entre la vida y la muerte: él mismo.

    «Siempre más o menos hubo apaciguamiento en los lugares donde yo estuve; eran lugares tranquilos. Pero el hombre no lo era . . . El hombre traía ya una violencia . . . retardada, como si dijéramos. Era de chispa retardada. Era un hombre que podía surgirle la violencia en cualquier instante, y es que traían todavía los resabios de la revolución, venían con ese impulso, este . . . que les había dejado la revolución, y aún querían ellos seguir . . . les había gustado pues. Les había gustado el asalto, les había gustado el allanamiento, la violación, la violencia. Y traían el impulso. Entonces, este . . . se encontraba uno con gente aparentemente pacífica, con personas que no aparentaban, este . . . ninguna maldad, pero por dentro eran asesinos. Era gente que había vivido, este . . . pues muchas vidas, con una larga trayectoria de crímenes tras de ellos. Y es impresionante conocer a esta gente, que de pronto la considera uno pacífica, tranquila, apacible como decía antes, y de pronto sabe que detrás de él hay una historia muy grande de violencia. Entonces estos personajes se me han grabado, y los he tenido que recrear, no pintar como ellos eran, sino que he tenido que revivirlos de alguna forma, imaginándolos como yo hubiera querido que fueran.»

                                                              Juan Rulfo, Entrevista A Fondo con Joaquín Soler Serrano

Juan Rulfo
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Quizá no haya habido, en toda la historia de la literatura universal, un autor que fuera tanto un personaje de su propia obra como Juan Rulfo. Los documentos filmados que se conservan de él, las pocas entrevistas que concedió para televisión y que se conservan, nos muestran a uno de sus personajes hablando sobre la obra a la que pertenece. Al hombre que hoy en día sobreviva a la caricaturización moderna, que sepa ver algo más allá de lo que le exige la cultura popular basada en el agigantamiento de rasgos psicológicos y acciones, le surgirán preguntas ante ese tipo reticente y de facciones angustiadas. ¿Quién es ese hombre que esconde tanto sufrimiento en cada silencio?

¿Por qué cuando sonríe la tristeza parece colgarse de sus comisuras, y vuelve del revés los labios arrepentidos? Indudablemente nos encontramos a un hombre curtido en soledad y en silencio, en el que cada palabra es valiosa precisamente por su escasez. En las entrevistas, parece que nos encontramos con un personaje de Pedro Páramo: un fantasma que vive del pasado.

No es sólo el carácter taciturno lo que primero llama nuestra atención sobre Juan Rulfo, sino ese aura fantasmal, de desasosiego casi inhumano, y las expresiones que lo acompañan. La entrevista con Joaquín Soler Serrano, mítico entrevistador español que pudo conversar ante las cámaras con personajes tan ilustres de la literatura como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Onetti, entre otros, es un documento único para los amantes de su literatura y de la investigación de su personalidad.

Juan Rulfo nació en 1917 en un pequeño pueblo llamado Apulco, en la región sur del estado de Jalisco. Poco después su familia se mudó a San Gabriel huyendo de los estragos de la revolución cristera. Cuando contaba con unos seis años mueren su abuelo y su padre, éste último asesinado por Guadalupe Nava Palacios, tras una discusión por el uso de unas tierras. Tres años después fallecía su madre, y el pequeño Rulfo quedaba al cargo de una abuela que, al no poder mantenerlo, lo ingresa en un orfanatorio de Guadalajara, que el propio Rulfo calificaba más bien de cárcel correccional. «Era terrible la disciplina. El sistema era carcelario. Lo único que aprendí fue a deprimirme. Fue una de las épocas en que me encontré yo más solo, y en donde conseguí un estado depresivo que todavía no se me puede curar. Allí me aplacaron bastante». En esos pocos años de su vida, en ese corto intervalo de su infancia, se va a forjar el carácter rulfiano que, unido a su ya introvertido carácter congénito, dará como resultado ese aspecto de melancolía fantasmal. Los que le conocieron aseguran que cuando llegaba a coger confianza con alguien, era algo más expresivo y hablador, pero también sostienen que era frecuente que de súbito pareciera ausentarse de la conversación para sumirse en su mundo interior.

En este sentido, su humor era coherente con su carácter. No era esa clase de humor visceral y frívolo tan al uso de nuestros tiempos, sino ese otro tipo de humor que no hace reír con la boca sino sonreír con el alma. Su humor no era un humor cómplice, no necesitaba de la aprobación del otro para completarse; era un humor reservado, encerrado en su propia esfera, que sólo rara vez el otro podía entender. Se diría que se gastaba bromas a sí mismo a costa de los otros. Varios de sus amigos comentaban que alguna vez Juan Rulfo les había recomendado un libro o una película y se habían encontrado con obras malas sin confusión. Sin embargo Juan Rulfo permanecía en su postura, y nunca reconocía el engaño. Por otra parte, siempre quiso confundir a los entrevistadores y a la opinión pública dando datos falsos sobre su biografía, por lo que queda claro que tras la seriedad de su rostro había un travieso afán de juego dispuesto a hacer de él un personaje escurridizo. Era demasiado frecuente que se le preguntara a Juan Rulfo sobre su escasa obra y el porqué de su decisión de no publicar otras. Para esta pregunta Juan Rulfo tenía algunas respuestas guardadas, aunque la que más utilizaba era esta: «es que se me ha muerto el tío Celerino, que era el que me contaba todas las historias».

Su mismo carácter escurridizo era y ha sido un problema para un reconocimiento de su obra en un sector más popular de la población. Es cierto que su nombre y el nombre de sus obras Pedro Páramo El llano en llamas son totalmente imprescindibles en los círculos literarios, pero lejos de ellos no goza de un reconocimiento popular tan grande como el de un Gabriel García Márquez o un Borges, a pesar de que estos dos autores comentaron su admiración por la obra de Juan Rulfo, catalogándola entre la  mejor de la literatura universal de todos los tiempos. Las declaraciones de Gabriel García Márquez dan fe de la importancia de Juan Rulfo sobre su obra; el autor de Cien años de soledad escribió, a propósito del silencio literario de Juan Rulfo, que si él hubiera escrito Pedro Páramo no se hubiera dedicado a escribir nunca más. Como decíamos, es ese mismo carácter taciturno, su negativa a ser lo que hoy se dice un «escritor profesional», lo que no era bien visto entre la élite de la academia literaria. Juan Rulfo sólo quería ser un hombre que alguna vez tuvo la necesidad interior de escribir dos libros; que esos dos libros fueran dos obras maestras no era motivo para cambiar su estilo de vida y amoldarse a la profesionalización de la escritura. Los académicos, con su visión exclusivista y gremial, veían como una intromisión improcedente el hecho de que uno de los mejores escritores latinoamericanos del siglo XX no quisiera ceder al modo de vida impuesto por ellos y que, además, ese hombre fuera un autodidacta receloso de los ámbitos académicos e intelectuales. Aún hoy en día se ve como algo extraño que alguien pueda escribir una gran obra para no volver a escribir más y desaparecer del mapa literario. Hasta ese grado de excepcionalidad nos ha llevado la profesionalización de la escritura, y sin embargo los académicos defensores de esa visión deben resignarse al ver que las mejores obras de la literatura universal pertenecen en su inmensa mayoría a épocas en que la escritura no reportaba lo que reporta una profesión al uso. Shakespeare, Cervantes, Homero, Dante, autores dueños de unas obras que con toda seguridad no volverán a repetirse en calidad e importancia a lo largo de la historia. Merece una reflexión el hecho de que la profesionalización de la escritura no haya dado mejores obras al mundo que la escritura ociosa y no tan burocratizada del pasado. Esa misma hostilidad que despertaba en ciertos académicos la personalidad de Juan Rulfo, fue sin duda clave para despertar un bulo que surgió y adquirió fuerza tras su muerte: se extendió el rumor de que Juan Rulfo había recibido ayuda de Juan José Arreola y Alí Chumacero, editor de la obra, para escribir Pedro Páramo.

Aunque Alí Chumacero negara rotundamente tal afirmación, y aunque Juan José Arreola se encargara de repetir que su única aportación a la obra fue ayudar a Juan Rulfo a decidirse por presentar el libro en su fragmentada forma final, parece que el bulo interesaba a cierta élite académica. A la par que este bulo, se trataba de crear la imagen de un Juan Rulfo escasamente culto, pueblerino y con escaso genio. Sin duda que la envidia brotaba en aquellas personas que habían estudiado y hecho una profesión de la literatura, al comprobar cómo la obra de Juan Rulfo era encumbrada y su novela era unánimamente definida como la mejor novela mexicana de todos los tiempos. Muchos amigos y allegados de Juan Rulfo dejaron claro que la cultura literaria de Juan Rulfo era muy grande. Dejando a un lado las obras grandes y los escritores más reputados, tenía un conocimiento inaudito sobre obras o escritores escasamente conocidos. Juan José Arreola declaró en varias ocasiones que Juan Rulfo citaba con frecuencia un autor francés no muy difundido, pero con una calidad literaria contrastada: Marcel Aymé.

Pero, lejos de la leyenda negra en que se envolvió a su obra tras su muerte, la imagen de Juan Rulfo sigue impasible, ajena a interpretaciones y a ensañamientos que, es mi opinión personal, han sido dirigidos desde ciertos sectores académicos. Las declaraciones de los supuestos coautores de su novela y los diferentes documentos que probaban su total autoría, han dejado en ridículo el intento de menosprecio a la persona de Juan Rulfo.

El hijo de Juan Rulfo, Juan Carlos Pérez Rulfo, nos presenta en el documental Del olvido al no me acuerdo un viaje por los llanos jaliscenses en busca de la infancia de su padre y de los personajes de su obra. En él aparece la esposa de Juan Rulfo, Clara Aparicio. Su intervención es esencial para conocer más a Juan Rulfo o, mejor dicho, para desconocerlo más a conciencia. Dice Clara Aparicio:

 «¿Recuerdas, Juan, cuando nos íbamos al campo? Y me llevabas camine y camine, y yo ya cansada te decía: ¿hasta dónde, Juan? “Hasta allá lejos, lejos, ¿ves aquel árbol? Hasta allá vamos a llegar”. Yo volteaba y no veía nada, no veía árbol, no veía nada».

Para el admirador de la obra de Juan Rulfo, este documental dirigido por su hijo es un gran complemento a sus obras. En él nos encontramos con personajes que bien pudiéramos utilizar para poner rostros a los personajes de Pedro Páramo. La voz de Juan Rulfo leyendo algunos fragmentos de su novela, el testimonio de algunos de sus conocidos, el paisaje desolado, todo contribuye a adentrarnos en el mundo rulfiano. Una de las escenas más emocionantes del documental es en la que Clara Aparico, dentro de una iglesia, cuenta la siguiente anécdota:

  «Una vez tuve un sueño: que me volvía a casar con Juan. Que entrábamos a la iglesia, pero no le veía la cara. Me agachaba y no le veía su cara, ni sus zapatos. Yo dije: “bueno, ¿por qué no trae zapatos?” Volvía a ver la cara, y no le veía su cara. Bueno, dije, pero ¿Por qué? Por más que hacía no le veía su cara. Pasó el tiempo y esto le comenté a una amiga. Le digo: fíjate que soñe con Juan, que me casaba de vuelta, pero nunca le vi su cara, ni sus zapatos. Se quedó pensando y me dice: “¿ Sabes qué, Clara? Que con el que te casaste, nunca existió. No te casaste con nadie”».

  Pocas anécdotas como esta para resaltar el carácter enigmático de Juan Rulfo. Pocos autores han estado envueltos en un aura de misterio tan insondable como Juan Rulfo, desconocido incluso para sus más allegados. De nuevo Clara Aparicio nos revela este aspecto de su personalidad:

 «Había algo en él que nunca pude entender, aún a estas fechas, a 17 años de su ausencia: nunca tocamos el tema de sus padres, sobre todo el de su madre. Tal vez en su amor triste él sufría en silencio. Muchas veces le llegué a preguntar: ¿qué te pasa, Juan? Dime… Mas nunca tuve una respuesta: sólo su mirada que se perdía en el espacio. Llevaba a cuestas una inmensa tristeza. Decían que posiblemente la había heredado justamente de su madre, María. Hay tantas incógnitas en la vida de Juan, que indagar en ella es entrar en un mundo de suposiciones y zonas inseguras, que refuerzan lo que él mismo escribió: ‘Nadie ha recorrido el corazón de un hombre’ ».

Alonso Pinto Molina

Alonso Pinto Molina

Alonso Pinto Molina (Mallorca, 1 de abril de 1986) es un escritor español.

Aunque sus comienzos estuvieron enfocados hacia la poesía y la narrativa (ganador II Premio Palabra sobre Palabra de Relato Breve) su escritura ha ido dirigiéndose cada vez más hacia el artículo y el ensayo.

Su pensamiento está marcado por su retorno al cristianismo y se caracteriza por su crítica a la posmodernidad, el capitalismo, el comunismo, y la izquierda y derecha políticas.

Actualmente se encuentra ultimando un ensayo.

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