En los Emiratos Árabes todo es a lo grande, y el lujo y la buena vida se respiran por doquier.
Ciudades como Dubai y Abu Dhabi parecen competir por conseguir «el más y mejor»
En el extremo sudoriental de la península arábiga se encuentra un conjunto de territorios, cada uno de ellos gobernado por un emir, cuya historia moderna se remonta a tan solo unas décadas atrás. En 1971, con la retirada de Gran Bretaña, Umm Al Quwain, Ajman, Sharjah, Dubai, Abu Dhabi y Fujairah formaron los Emiratos Árabes Unidos, a los que se unió Ras Al Khaimah un año después. Este hecho en sí pasaría a ser una mera anécdota histórica de no ser porque cinco años antes, en 1966, tuvo lugar un importante descubrimiento en este territorio que transformaría rápidamente el modo de vida de sus habitantes: la aparición de petróleo.
Desde entonces, los Emiratos Árabes constituyen uno de las países con una de las mayores rentas per cápita del mundo. Si a esto añadimos que no se pagan impuestos, que el precio por disfrutar de asistencia sanitaria oscila alrededor de veinte euros al año por persona, que las mujeres pueden ir solas por la calle con total tranquilidad y que la tasa de crimen es prácticamente nula, es fácil pensar que no es un mal sitio para vivir.
Abu Dhabi constituye el centro de actividades federales gubernamentales y es el que presta apoyo al resto de emiratos, tanto en el suministro de electricidad como en otro tipo de servicios. Dubai tiene un carácter más independiente y practica libres políticas de mercado. Esta gran urbe está construida junto al mar. Su aspecto pulcro y moderno, con altos edificios de formas caprichosas que jalonan sus impresionantes avenidas, hacen de Dubai una ciudad espectacular, sobre todo durante las horas nocturnas en las que los rascacielos están profusamente iluminados, con cambios constantes de color, sin preocuparse por los millones de vatios consumidos.
A pesar de ser un país con una baja densidad de población, existe un número elevadísimo de vehículos, a cual más lujoso, que circulan por calles y carreteras en perfecto estado. Debido a la fuerte intensidad del sol reinante en la región, muchos de ellos llevan los cristales tintados, un privilegio que hasta el año 2003 estaba reservado únicamente a los miembros de la familia real.
La sensación que se tiene al pisar por primera vez una ciudad como Dubai es que todavía está creciendo. Nuevos edificios de gigantescas proporciones asoman entre innumerables grúas sobre la arena del desierto. Abu Dhabi, sin embargo, parece una ciudad más «terminada», si bien eso no impide que el negocio de la construcción sea uno de los más prósperos en el país.
Por citar algunos ejemplos de megalomanía, en Abu Dabhi se encuentra la mezquita más grande del país y una de las mayores del mundo; en Dubai, el hotel más lujoso del planeta —el famoso Burj Al Arab— y la torre más alta del mundo, Burj Khalifa. Pero por si esto no fuera suficiente y el desierto pareciera tener sus límites para alojar nuevas estructuras, siempre queda el mar. Primero fueron las islas Palm, un conjunto de tres islas artificiales en forma de palmera, y después el archipiélago El Mundo, un mapamundi en miniatura. Si se quiere desembolsar la nada desestimable cifra de unos cinco millones de euros por la más económica, se puede ser propietario de una de estas islas.
Pero volvamos ahora a la realidad del viajero de a pie cuya intención no es invertir aquí, sino tan solo conocer un nuevo país y cultura. Los siete emiratos pueden recorrerse con facilidad. Se invierten alrededor de dos horas y media en coche desde el primero hasta el último. A pesar de su cercanía, cada uno de ellos tiene aeropuerto internacional. Cuando nos alejamos un poco de la gran ciudad y nos adentramos en otros emiratos, el paisaje urbano se transforma en extensas planicies de arena y escarpadas montañas de diversos colores. Durante la época en que se registran más lluvias, correspondientes a los meses de diciembre, enero y febrero, el agua se desliza montaña abajo y excava en el terreno cañones denominados wadi. Es en esta época cuando esta parte del desierto cambia por completo de aspecto gracias a la aparición de numerosas cascadas y ríos que discurren por sus laderas. En ocasiones, la lluvia es tan intensa que algunas carreteras permanecen cortadas debido al desbordamiento de estos cauces que permanecen secos la mayor parte del año.
En Dubai, la presencia de extranjeros es numerosa y muchos dicen que se trata de un lugar excelente para vivir. Sin embargo, a medida que uno se aleja de la gran ciudad, algunas de las costumbres más tradicionales vuelven a aflorar. Tal es el caso de Khat, en el emirato de Ras Al Khaimah, donde existen unos baños de aguas termales con instalaciones separadas para hombres y mujeres. Una tapia de gran altura, con vidrios rotos en su parte superior, imposibilita que hasta el más intrépido mirón pueda deleitarse por unos segundos con el baño de las mujeres, quienes se sumergen completamente vestidas en la piscina de agua termal. Esto nos recuerda las raíces de un pueblo en el que conviven en un mismo espacio la tradición más profunda con una modernidad sorprendente que nos hace pensar que estamos en una latitud distinta.
María Eugenia Santa Coloma