Las nueve musas
José Manuel Ramón

José Manuel Ramón. Una voz poética innovadora

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José Manuel Ramón (Orihuela, Alicante, 1966) es una voz poética innovadora.

Al poeta le interesa adentrarse en tierra ignota, un terreno que un día fue y se perdió.

la tierra y el cielo
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Emprende un viaje al pasado más remoto para recuperar lo que el tiempo ha corrompido. Penetra así en «la profundidad de las cuevas», «el mundo subterráneo […] el reino de lo sobrenatural, de los dioses, la muerte o los espíritus, […] en el otro mundo para reunirse con sus moradores». Las citas que preceden al poemario lo anuncian; la de Jean Clottes, de la que he entresacado estas palabras, pero también las otras dos, la de Hildegard von Bingen, que nos exhorta a «buscar lo infinito», y la de los oráculos anónimos de las tablillas de arcilla del Valle del Kifdum, que describen, desde la sabiduría milenaria del Antiguo Oriente, el acto creador: «De la noche surge / el verbo más puro, de entre tinieblas / el rostro más blanco jamás hallado». La introducción no engaña: José Manuel Ramón se adscribe con ello al romanticismo más genuino. Las palabras entrecomilladas bien pudieran haber sido de Novalis.

 Memorial de antorchas (Cielo), Nieve perpetua (Tierra) y Noche profunda (Inframundo) constituyen las tres etapas que el espíritu recorre, desde su nacimiento, su paso por la tierra y su reencuentro con las almas que le precedieron en su misma singladura. El poeta se erige en demiurgo que busca recrear con el verbo y alrededor del verbo — como el verbo, el silencio es significativo— el alumbramiento del ser, el momento en que el primer sonido con intención significativa surgió de la garganta del humano y, después, cuando el pensamiento se hizo palabra, en el albor de los tiempos: «ploc / ploc ploc / resuena honda voz / para alumbrar trascendencia / […]» (p. 19), y añade en el siguiente poema: «gota / sobre gota /infiltra tiempo / y el interior recompone / una hermosa estructura fragua / como cuando el ser decide / nacimiento // […] / para que en manada mujan confines / y un memorial de antorchas / legue brasa y conocimiento / a las tierras prim / itivas» (p. 20). El poemario entero rastrea el origen de la vida (y de la muerte) y su desarrollo en un ejercicio de reconstrucción del primigenio universo que la alentó. Se sirve para ello de un sintomático léxico de profunda y múltiple carga asociativa, que abre al lector, como en fugaz estallido, múltiples connotaciones a un tiempo: natura, estirpe, chamán, oráculo, estaciones, caverna (gruta, cueva), antorchas, rito, tótem, ancestral, horda, tribu…

La tierra y el cielo nos retrotrae a los orígenes de todo, así también del lenguaje. Como escribe el poeta Miguel Veyrat, que no es por casualidad quien prologa el poemario, su lectura nos lleva «a imaginar que el primer encuentro entre emoción y lenguaje en un cerebro humano debió de sonar, en chispazo expresivo que precedió al pensamiento, como un grito de alegría o de dolor o asombro como lamento o tenue vagido en gradación de frecuencias que acompañaría el viaje de cada uno entre el ser y la nada […]». Ambos poetas, Veyrat y Ramón, son exploradores, renovadores de la poesía y experimentadores y creadores de lenguaje.

En un intento de devolver al lenguaje la pureza que tuvo en sus inicios y de restituir la inmediata relación entre el hombre y su expresión verbal, el autor deviene cantor de su propia exploración, se resuelve en osado cronista a la vez primitivo y milenario: […] // ¿qué asusta / de la transparencia / en este mundo hostil / que de cercenar a sus hijos / se jacta? // por qué se / repudia la palabra encendida / aquella que crece en comarcas / al margen del tiempo / la que unge des / agravios? // […] (p. 45). Y el poeta no solo lo intuye, lo sabe; sabe que ese lenguaje primigenio fue genuinamente poético; de ahí que su poesía se nutra esencialmente de la imagen, que altere la sintaxis y no siempre se atenga a la ortodoxia de la escritura, prescinda de las mayúsculas (las usa exclusivamente en los poemas introductorios impresos en cursiva) y de puntos y comas, y de ahí que recupere el silencio, verbalmente y como signo: «[…] // de lo humano / el silencio son voces / ¿no oís su lamento?» (p. 33).

La voz poética rastrea las huellas, los indicios que el paso de los ancestros nos ha legado: […] // ¡oh humanidad / insepulta memoria / vestigio de un ser anterior / a fango / siembra o rastrojos / desde este zafio mañana / te vemos! // […]» (p. 25). Aguza los sentidos para desentrañar lo que ha quedado oculto, pero está; el entorno como palimpsesto: «Natura revela ávidas esencias / cuando con arcilla roja os cubrís. // ¡Que junto al fuego su verbo os embriague / cual certeza decantada hacia dentro!»[1] (p. 20).  Lo esencial permanece aunque haya muerto su envoltura física: «Retiene el olvido un tiempo pasado, / sol ciego de la memoria que ampara / y fija lo muerto sobre la piedra: /// ¿en qué universo / cupo lo que no se extingue / […] // ¿qué originó / esta mecánica del espíritu / de atravesar voluptuosas edades / sin calendario […] //¿«cuándo el exilio / aplacaría ansias de ser /obstinado absoluto en la tierra / persuadidos por grueso humo / hasta no ser capaces / de ver / oír / o sentir?» (pp. 30-31). Y el sujeto poético sale airoso en su ardua empresa, que concibe como un acto de amor y perseverancia: «[…] // lo antes oculto / emerge calmoso y fértil / paciente diagénesis del amor / proceso natural del ser que busca / transformaciones           / fuera / dentro / de sí» (p. 39).

La voz poética señala con dedo acusador el envilecimiento del ser humano desde su expulsión del paraíso: «ajenos al furor que asola edades / pretendimos frutos sagrados / que la bruma madurara / en árboles de sabiduría // […] // y porque negociamos / el ser de dioses y animales / se perpetuaron rasgos de avidez / por cuanto quisimos / o temimos en / extremo // […]» (p. 55). Sin embargo no se declara pesimista: «[…] la carne replantará esquejes / hasta que la inocencia arraigue / y cesen las estaciones violentas // […]»  (p. 57).

Un insondable anhelo de trascendencia impregna el poemario, una suerte de existencia antes de la vida que se manifiesta en el «[…] // milenario ahínco / desde simas concebidas / antes de lo humano / mucho antes / que despertara la conciencia de ser / antes que la sombra / y el sueño fuesen / increados» (p. 67) y hasta en distintas vidas de un mismo ser, como reencarnación o como una suerte de resurrección de ecos cristianos: «[…] mas no temáis oscuridad alguna: / ¡Vive de nuevo quien los ojos cierra!» (p. 28).

En lo formal, además de los aspectos ya mencionados, José Manuel Ramón  hace amplísimo uso de figuras retóricas: el hipérbaton, el oxímoron, la anáfora, la sinestesia… tiende con plena conciencia al lenguaje arcaizante que a menudo nos trae resonancias de la poesía de los místicos del Siglo de Oro español y busca innovación llevando a la práctica en ocasiones lo que podríamos llamar deconstrucción lingüística para devolver al lenguaje su prístina plenitud perdida. Juega con la ambigüedad poéticamente fértil de la función sintáctica en la frase y utiliza, en tres ocasiones la diéresis en palabras donde la ortografía no lo admite, como para producir un efecto brechtiano de distanciamiento (müertos, p. 40 y dos veces tïerra (pp. 50 y 56)).

Como si de un dueto musical se tratara, Ramón organiza sus poemas en dos partes diferenciadas: a la izquierda, en cursiva, en un tono que tiende a la aseveración o a la exhortación introduce sucintamente el germen que, a continuación, desarrolla a la derecha en letra redonda. Así bascula la idea entre ambas: aseveración-exhortación y canto.

José Manuel Ramón entra con pie firme en el panorama de la innovación poética, ha sido incluido en múltiples antologías y ha publicado una plaquette, Génesis del amanecer (1988) y La senda honda (2015). El presente poemario es un claro ejemplo de la altura de su poesía.


José Manuel Ramón

La tierra y el cielo

Ars Poetica, 2018, 91 págs.


[1] En cursiva en el original

Anna Rossell

Anna Rossell

Anna Rossell (Barcelona –España, 1951)

De 1978 a 2009 profesora titular de la Universidad Autónoma de Barcelona en la especialidad de Lengua y Literatura Alemanas (Filología Inglesa y Germanística) y crítica e investigadora literaria en Barcelona, Bonn y Berlín.

Actualmente se dedica a la escritura creativa, la crítica literaria y la gestión cultural. Como gestora cultural organiza los recitales poéticos anuales estivales Poesía en la Playa, en El Masnou (Barcelona) y ha sido miembro de la comisión organizadora de los encuentros literarios bianuales entre continentes TRANSLIT. Actualmente organiza los Recitals de Poesia i Música VinsIdivina.

Colabora regularmente en numerosas publicaciones periódicas literarias nacionales e internacionales: Quimera, Ágora de arte gramático, Crítica de Libros, Revista Digital La Náusea, Realidades y ficciones, Las nueves musas, Nueva Grecia, Terral, Núvol y en revistas especializadas de filología alemana.

Entre sus obras no académicas ha publicado los libros Mi viaje a Togo (2006), El meu viatge a Togo (2014), Viaje al país de la tierra roja, Togo y Benín (2014), Viatge al país de la terra roja, Togo i Benín (2014), los poemarios La ferida en la paraula, (2010), Quadern malià / Cuaderno de Malí (2011), Àlbum d’absències (2013), Àlbum de ausencias (2014), Auschwitz-Birkenau. La prada dels bedolls/La pradera de los abedules (2015) y las novelas, Mondomwouwé (2011) y Aquellos años grises (España 1950-1975) (2012), Aquells anys grisos (Espanya 1950-1975) (2014).

Es coautora del libro de microrrelatos Microscopios eróticos (2006).

Cuenta en su haber con algunas traducciones literarias del alemán al español, entre ellas El Elegido, de Thomas Mann.

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