Uno oye el despertador, se despereza y, agrupando valor suficiente con el primer café y el primer cigarro del día, se atreve por fin a escuchar la radio; dudando eso sí, si hacerlo con casco artillero o a pelo, y recibir así, sin más, la primera dosis, cuando no sobredosis, de realidad.
Pongamos, un decir, los papeles de Panamá y “námeno”. ¿Cómo no va uno a preguntarse cuántos de los trastornos personales achacados, en principio, a la astenia primaveral, no serán, en verdad, lamentable consecuencia única o también de la indecencia nacional tan bien extendida por doquier?, aunque más, sobremanera, y según parece, por la que en otros tiempos fue conocida como “la crème de la crème” de la sociedad patria y a la que hoy en día, si no fuera por respeto a usted que me lee, bien podría referirme en el más castizo de los castellanos con exabruptos varios, pero a la que tan sólo, en fino y más chic o cínico o guasón (que no nos expropien el humor) diré, eso sí, con dulce encanto burgués: “la merde de la merde” nacional.
Si bien se sabe por la historia de dónde proceden esas noblezas y ricahombrías -siempre desde los griegos y romanos hasta la actualidad de servir al poderoso en el mantenimiento e incremento de su poder, aunque eufemísticamente tales servilismos se disfracen de servicios patrios-, nunca como hoy habían alcanzado mejor su transformación en sus contrarios, pues los nobles y ricohombres (“nobilis”, “non vilis”, no vil o villano) se tornan, los unos, en innobles y los otros, los ricohombres, ya de por sí simples ricos hombres, han logrado, por sus actos, igualarse a de quienes se pretendían distinguir: los viles, ruines, indignos e indecoros hombres, por bien fijar y no errar el adjetivo villano.
Si ya decía Lope de Vega que “no hay mayor caballerosidad (él escribió el desusado término “caballería”) que portarse como un hombre de bien”, y don Jacinto Benavente dijo que “la única aristocracia posible y respetable es la de las personas decentes”, tal parece que el gusto desmedido por la riqueza provoca, por voluntaria opción, analfabetismo funcional, al menos, en lo ético y en lo moral.
¡Ay España de nobles innobles y viles ricos hombres, cómo me conduces a Apatridia!